Por Andrés Cañizales
Hemos sostenido que Venezuela vive un nuevo contexto político-institucional tras la aprobación de un paquete legislativo, en diciembre último, porque éste resulta restrictivo para derechos ciudadanos y con un serio replanteamiento institucional, que niega la letra constitucional vigente. Una revisión de la literatura sobre los procesos de democratización puede ser útil para entender que una democracia plena no sólo es resultado de un amplio voto popular.
Andreas Schedler nos recuerda que una clasificación extendida (y que él comparte) es la de Collier y Levitsky, la cual comprende cuatro sistemas: autoritarismo, democracia electoral, democracia liberal y democracia avanzada.
A partir de los conceptos de la consolidación democrática, el autor nos presenta un conjunto de opciones sobre transformaciones posibles. Los dos primeros casos los ubica en el espacio de la prevención: a) Previniendo la interrupción democrática: existe una pérdida de las condiciones electorales transparentes y competitivas y del modelo liberal (derechos civiles y políticos). b) Previniendo la erosión democrática: es la pérdida de las condiciones liberales pero manteniendo el sistema electoral. En ambos casos el punto al que se retorna es el autoritarismo.
Al abordar la cuestión de la erosión democrática, el autor resalta procesos contemporáneos en los que sin que se haya producido un evidente o notorio quiebre democrático, se ha producido un retroceso, diríamos que una pérdida de calidad en el sistema. Se trata de una regresión que no implica una ruptura total con el modelo electoral y respeto de los derechos civiles políticos. Esto es lo que estamos viviendo en Venezuela. Progresivamente el gobierno de Hugo Chávez va consolidando un modelo que socava la independencia de las instituciones para fortalecer la Presidencia, que va teniendo como resultado una ciudadanía con derechos limitados.
Al llegar a este punto, Schedler apela a Guillermo O’Donnell, quien ya a fines de los ochenta llamó la atención sobre la silenciosa regresión desde la democracia a lo que denominó semidemocracia. Si bien su observación está limitada en el tiempo, es notoria la denominación de muerte rápida o muerte lenta para la democracia. La primera está muy asociada a las figuras de los golpes de Estado o los cambios bruscos en un sistema político, para regresar a formas autoritarias del ejercicio del poder.
Lo segundo, sin duda más sutil, es una progresiva disminución de los espacios para el ejercicio del poder civil y se hacen menos efectivas las garantías que han derivado del constitucionalismo. Se habla entonces de democraduras. Para Schedler, existen varias maneras de que se produzca una muerte lenta del sistema democrático, sin obviar el riesgo de un regreso al autoritarismo militar.
Otras formas de erosionar la democracia pasan por el hecho de que la violencia del Estado subvierta el poder de la ley, o que la predominancia de algunos partidos socave la competencia electoral, o que la inexistencia de instituciones afecte la transparencia del voto, o que se produzca un retroceso en los derechos ciudadanos a través de la promulgación de leyes restrictivas.
Desde nuestra perspectiva, un aporte importante de Schedler tiene que ver con la idea de retroceso en la vida democrática, sin que necesariamente se haya producido un golpe de Estado. Las condiciones que expone permiten armar una suerte de rompecabezas: no hay una sola respuesta de cómo puede desarrollarse un régimen entre democracia y autoritarismo. Se trata de una escala de grises que puede tener mucho sentido para analizar lo que ocurre en Venezuela, especialmente después del paquete legislativo que heredó el país de la Asamblea Nacional saliente.
25.01.11 El Nacional. Andrés Cañizales