«Están aplicando presión porque quieren que salgamos de aquí», es el reclamo de uno de los refugiados del Museo Alejandro Otero. Ya llevan 66 días en la institución, desde el 5 de diciembre del año pasado, mientras las obras están encerradas en bóvedas y mientras las esperanzas de una mejor vida también padecen el enclaustramiento.
El 9 de diciembre, el ministro de Cultura Francisco Sesto manifestó su descontento con el pronunciamiento de algunos medios de comunicación. Le parece indigno que critiquen el uso de un museo como refugio y aseguró que «ninguna obra va a resultar perjudicada ni mucho menos. Simplemente el Museo Alejandro Otero cede por un tiempito sus espacios a familias que perdieron sus viviendas».
Más adelante, en el mismo texto Lágrimas de cocodrilo por un museo, publicado en El Correo del Orinoco y en su blog personal, Sesto reiteró la duración de la estadía de los huéspedes y acusó de mezquinas las notas de «una joven periodista que se escandaliza porque gente en dramáticas circunstancias ocupa temporalmente un museo».
Hay un transporte que traslada a los infantes que van a la escuela de La Rinconada hasta Antímano y un plan de cedulación resolvió la falta del documento de identidad de algunos.
«Para los extranjeros la situación sigue igual. A ellos no les solventaron nada y todavía faltan muchos por recibir la bonificación que les otorga el Estado», explicó uno de los habitantes de la institución.
La principal molestia es la incertidumbre. No hay soluciones y «el tiempito» del que habla el ministro es indeterminado. De los lapsos de estadía sólo se conocen los anuncios presidenciales. Primero se habló de tres meses, luego de seis y después de un año.
Con casi 70 días en el museo, las complicaciones se van haciendo más grandes. La comida comenzó a desmejorar. Un bollito con mantequilla por persona en el desayuno, carne sin aliño en el almuerzo y un plato de maicena en la cena, conforman el menú regular.
APARECEN ENFERMEDADES
Las actividades de recreación también han disminuido, los televisores fueron eliminados. Hace cuatro días, 14 refugiados tuvieron que dormir en la calle. Confiesan que un grupo estaba ingiriendo alcohol, pero otros, entre los que se encontraban personas de la tercera edad y adolescentes, no debieron ser sancionados.
«Los niños se están enfermando mucho, les da diarrea, tienen amibiasis. Nos tocará ir a Miraflores a exigir respuestas», dijo el padre de dos niños. (TalCualdigital; 09.02.2011)