El 7 de agosto de 2006, Yean Manuel Mijares estaba en su casa en el barrio San Andrés de El Valle, en Caracas, en compañía de su familia, cuando se presentaron cuatro funcionarios de la Policía Metropolitana (PM), quienes, sin orden de allanamiento ni de detención, ingresaron violentamente al hogar para aprehender a Yean Manuel, debido una supuesta denuncia que tenía en su contra.
Yean Manuel Mijares fue trasladado a la sede de la PM de la Zona 10 de El Valle, donde le cubrieron los ojos con un trozo de tela y cinta adhesiva, le propinaron puntapiés y puños, y con un palo de madera envuelto en tela le golpearon la cabeza, el rostro, los ojos, el tórax y las costillas. Posteriormente, lo obligaron a acostarse boca abajo, esposado con sus brazos hacia la espalda, le cubrieron la cabeza con una bolsa, dentro de la cual pusieron una sustancia tóxica. Mientras tanto, uno de los policías presionaba con el dedo pulgar la región media del cuello de Yean Manuel, y le decía que cuando ya no pudiera respirar, le tocara con sus dedos entre las piernas para soltarlo. También le aplicaron la sustancia tóxica en las fosas nasales y la lengua, generando quemaduras de primer grado en los laterales de esta última.
Al día siguiente, Yean Manuel fue presentado ante el Tribunal 18 de Control del Área Metropolitana de Caracas, por la presunta comisión del delito de porte ilícito de arma, quedando en libertad plena por no encontrarse elementos incriminatorios en su contra.
Por otra parte, los funcionarios responsables fueron absueltos en diciembre de 2009, pues la jueza Ninfa Ester Díaz, del Tribunal 14 de Juicio de Caracas, estimó que no había elementos probatorios suficientes para demostrar la tortura, la violación de domicilio y la privación ilegítima de libertad. La Fiscalía 83 de Caracas interpuso apelación en mayo de 2010, para luego desistir de dicho recurso en marzo de 2011, quedando definitivamente firme la sentencia.
La tortura de Yean Manuel quedó impune, nadie fue sancionado por estos actos de crueldad extrema y no fue posible obtener justicia en los tribunales. Todo esto me hace preguntarme, ¿hay otra justicia posible? Yo creo que sí. Se puede seguir buscando justicia a través de la exigencia de una ley para prevenir y sancionar la tortura, luchando por la consolidación de un modelo policial respetuoso de los derechos humanos y con acciones de solidaridad con otras víctimas de estas violaciones de derechos humanos. Estos logros serían también una manera de hacer justicia, en este caso y muchos otros.
La frase «hacer justicia por sus propias manos» toma una nueva dimensión, no para referirse a la venganza como forma de retribución, sino como una lucha constante de la víctima, donde la justicia va más allá de una sentencia condenatoria. La búsqueda de justicia no tiene que limitarse a una sala de juicios, ni debe detenerse por una sentencia absolutoria. Debe ser una lucha librada en diversos espacios de dignidad y respeto de los derechos humanos, con un mensaje esperanzador. La pregunta sería entonces, ¿estamos dispuestos a luchar por otras formas de justicia?
23,05,11 Rafaek Garrido. El Universal