A mí me gusta la escuela, aunque a veces las clases sean aburridas, pero ahí están mis amiguitas y jugamos, y me gusta ver cuando llega mi papá a buscarme; sin embargo, hay cosas que no me gustan, pasan cosas que son como pesadas cruces en nuestro morral.

 

Primera estación: ¡Otra vez sin agua! No sé qué pasa con el agua en la escuela, ¡tanta que hay en el Orinoco y en Caroní y no hay en mi colegio! Entonces los baños se ensucian y huelen muy mal, y no se sabe que es peor, “aguantar” o ir a esos baños horrorosos. Pido a Dios que siempre haya agua, para que los baños estén limpios y los jardines con muchas matas. Pido que mi vecina no bote el agua.

 

Segunda estación: ¡Me ponen apodos feos! No sé por qué hay esa “mala costumbre” en el salón, los más grandes le ponen apodos feos a los más pequeños. Algunos lloran. Otros se ponen muy bravos y empiezan las peleas con puños. Debiera haber una ley: todo niño y niña debe ser llamado sólo por su nombre. Mi nombre es bonito: Valentina, me lo puso mi mamá y a mi papá le gustó, por eso los nombres son bonitos todos, los ponen las mamás y los papás que los quieren a uno. Me gustaría que las maestras no le dijeran a uno “No importa, no le pares”, si ella se pusiera en mis oídos descubriría lo mal que me siento cuando me ponen sobrenombres. Pido al Señor que la ley de los nombres propios se apruebe y se cumpla.

 

Tercera estación: ¡le sacaron una navaja a mi hermano! Esas cosas pasan en las escuelas, a veces los de “azul” se meten con los de “blanco”, como pasó con mi hermano de sexto grado, uno de “azul” le amenazó con una navaja por un asunto de novias. A mi me avisaron, y yo corrí y lo vi. Entonces me amenazaron a mí también, y pasamos varios días sin ir al colegio porque teníamos miedo. No es verdad que las navajas son para sacar punta a los lápices, son para asustar a uno y a veces para pelear. Me gustaría que hubiese en las escuelas unos “detectores de miedo”, y los maestros y maestras vieran cuánto miedo tenemos a veces. Pido al Señor que todos los alumnos tengan para comprar un sacapuntas y no usen navajas.

 

Cuarta estación: ¡Se agarraron dos alumnas de azul! Antes sólo se daban golpes los varones, ahora las muchachas también. Eso no me gusta, mi abuela dice que “hablando se entiende la gente”, pero parece que muchos piensan que es con golpes como se arreglan los problemas. Hay alumnos que aplauden esas peleas, a mí no me gustan. Me han halado el cabello y eso duele. Pido al Señor que en vez de golpes, los alumnos intercambiemos chucherías y palabras bonitas, como las que a veces me dice mi maestra: “¡Sigue así, eres muy inteligente, sí vas a aprender esa tabla del siete!”

 

Quinta estación: ¡Atracaron a todas las maestras al salir de clases el viernes! Pobres, ganan poco y además las atracan. Todas querían renunciar, pero las mamás las convencieron de quedarse. Yo las entiendo, a mi papi lo atracaron una vez y no quería salir de la casa. Uno queda con mucho miedo. Pido al Señor que los maestros puedan llegar y salir sin miedo, también nosotros, pues con el corazón apuradito no se puede poner atención.

 

Sexta estación: ¡Se prendió una balacera cuando llegábamos a la escuela! Eran casi las 7:00 de la mañana, y dos bandas empezaron a echar tiros, todos corríamos asustados, pues sabemos que las balas matan, esas “que se pierden” encuentran cuerpos donde entrar y matan, como a la compañera de quinto grado que mataron hace unos años. No sé por qué a los grandes les gusta arreglar sus problemas con pistolas. Le pido al Señor que recojan todas las pistolas y las balas y las fundan en una empresa básica y las conviertan en carritos para los más pequeños y en aros para las cestas de básquet, que no tienen las canchas de mi barrio ni las de mi escuela, entonces no tendríamos que estar llorando por tanto miedo ni por la gente que se muere por un tiro. Necesitamos carritos y toboganes, no armas.

 

Nota: todos los casos son reales, tomados de historias cotidianas de escolares de Ciudad Guayana. Yo, maestra, pido al Señor que los adultos, “los grandes” seamos más enérgicos al exigir políticas integrales de protección para nuestros niños, niñas y adolescentes y les ahorremos estos viacrucis.

 

Correo del Caroní. Luisa Pernalete 02.04.2012

 

 

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