Se discute la pertinencia de permanecer o retirarnos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Los derechos humanos, desde hace años, han devenido en argumento de las potencias occidentales para juzgar, condenar o absolver, según sus intereses, a gobiernos de las más diversas características. Lo primero a observar en estos juicios promovido por las potencias occidentales es el atribuirse arbitrariamente el papel de jueces, sin autoridad, basados en su poderío económico y militar, la imposición de la ley del más fuerte, del hecho cumplido. Luego está el sesgo deliberado. Siempre como una excusa para imponer por la vía militar, el orden que conviene a los intereses de los países que están dentro del anillo del imperio. Ni la gran prensa ni los organismos evaluadores de los gobiernos imperiales o sus voceros conocen jamás de ninguna violación real dentro de sus fronteras. Son escenarios donde estamos condenados de antemano, donde la defensa es un ejercicio para validar la agresión que se prepara.

Afortunadamente existen espacios que se van abriendo, perfectibles todavía, pero con mayor apertura y posibilidades de argumentación que el proporcionado por lo que han llamado el Ministerio de las Colonias. La Comisión de Derechos Humanos de la ONU es un ejemplo. De manera que la decisión a tomar es solamente una actividad lógica y racional de preservación de la estabilidad y la independencia nacional. En lo substantivo, ningún ciudadano que requiera ejercer reclamo por sus derechos, dentro o fuera del país, estará huérfano y el país tampoco. Un poco lo del bolero sería aplicable para esta determinación de la patria para retirarse de la CIDH… «si me quedo contigo, yo pierdo y tu nada ganas».

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