Hablo de lágrimas de maestras extraordinarias que sigo encontrando en escuelas de diversas ciudades de este país. Limpian, porque en esta labor de educar para la convivencia pacífica, se llora no para deprimirse ni para inspirar lástima, sino para que la mirada se purifique y se pueda ver mejor por dónde seguir andando. Animan, al menos a mi me animan, porque son indicador de que en esas maestras no se ha perdido la sensibilidad, no están actuando como el avestruz, tienen ojos que pueden percibir que sus alumnos y las madres de estos, están siendo afectados por muchos tipos de violencia, y “ojos que sí ven, corazón que sí siente” parafraseando ese refrán conocido, y añado “corazón que siente, maestra que actúa”, y eso es lo que estoy recogiendo.
Las lágrimas de la maestra Marta, por ejemplo, directora de una escuela del Municipio Libertador, de Caracas, salían cuando hace unos días me relataba una matanza terrible que hubo hace unos años casi al frente de su escuela. “Fueron 10 las víctimas de balas. A media mañana. Y mientras las maestras tratábamos de tranquilizar a los niños, escuché a algunos que gritaban ‘¡mátenlos, mátenlos!”. Eso me impresiono -continuaba Marta visiblemente conmovida- ¿qué está pasando que hay niños que nacen pacíficos y antes de terminar la primaria piden que se mate a otra persona?”. Eso pasó hace unos años, pero Marta aún se estremece al recordarlo. Pero ella, y las maestras que trabajan en la escuela, no se quedaron llorando, han hecho muchas cosas en su plantel para prevenir, reducir y erradicar la violencia, y, de muchas maneras, contrarrestar todas esas balas del entorno. Con el equipo directivo de su colegio, acordamos hacer un taller antes de comenzar las clases. Esa disposición también existe en educadores y educadoras, y eso me anima.
Las otras lágrimas limpiadoras que he visto en estos días de final de año escolar, son las de Fanny, maestra de 5 grado, de una escuela de Fe y Alegría de Valencia. “Me tocó un grado difícil, profe, pero entendí que eran así por sus historias. Tuve uno con marcas de fractura en su rostro, producto de golpes de su padrastro. Y así, fui recogiendo sus biografías de violencia y se fueron apaciguando poco a poco. Aproveché las horas de deporte de mis alumnos y en esa hora ofrecí mini talleres a las madres que quisieran venir. Hicimos pulseras, lazos, postres… esa era la excusa para que vinieran, y mientras, conversábamos sobre sus hijos, mis alumnos”. Fanny me contó historias realmente trágicas, y sus lágrimas le hacen brillar la mirada de educadora sinceramente preocupada por sus alumnos, pero también me contó historias de “conversiones” de esos alumnos violentos y de sus madres, que una vez escuchadas y comprendidas, manifiestan su deseo de ser distintas. Eso me anima.
Crean, educador que hoy no llore ante la realidad de sus alumnos y alumnas, es porque está ciego y sordo, y si no percibe, no pensará nada, no sentirá nada y seguirá diciendo que el problema es de “la escuela de enfrente”… no hará nada tampoco, pero yo, privilegiada, me encuentro con directoras como Marta, Saide, Sorelis, Yanitza, Doris, por nombrar algunas con las que he conversado recientemente, así como maestras como Fanny, Patricia, Siore, Yolimar, maestros como Cristian y Ángel, sensibles para escuchar lo que no se dice y ver lo que no se muestra, dispuestos todos a actuar a favor de esos “ahijados” de sus escuelas… A veces me hacen llorar esas historias, pero rápidamente me acuerdo que se llora para ver mejor por dónde seguir, y me animo, me animo mucho. ¡Anímese usted también! (Conflictove, 31.07.12)