Pude haber titulado La paz también se contagia o Los milagros de esta semana o repetir la afirmación de Mandela: “Hay gente buena en todas las comunidades”, en todas partes, podríamos añadir nosotros.
Cualquiera de estos títulos serviría para compartir lo que he visto y oído esta semana en Ciudad Guayana: cuatro grupos de Madres Promotoras de Paz han realizado sus planes vacacionales, como parte de su labor de prevención de la violencia y promoción de la paz.
Maestros y madres, aliados como debe ser, en la comunidad de Buen Retiro, de la escuela Fe y Alegría Pablo VI, los primeros, dos educadores, dieron una semana de sus vacaciones y juntaron 25 niños y adolescentes.
Se inventaron una encuesta y pintaron murales invitando a la convivencia pacífica en un sector que ha visto muchos cadáveres producto de balas. La madres les enseñaron a timbrar franelas viejas y convertirlas en nuevas.
En Brisas del Orinoco, un trío de madres “superpoderosas”, convocaron a familiares y “graduaron” a sus hijos mayores en recreadores para atender a 30 de los pequeños que jamás han salido de paseo. En el patio de una, hubo juegos, conocimiento de los derechos, muchos dibujos y un paseo, gracias a una ayuda solidaria para el transporte.
En Unare, sede del Centro de Formación de Fe y Alegría, otro trío, esta vez de educadores -una abuela, una maestra recién graduada y una estudiante universitaria- contaron cuentos, hicieron títeres, sacaron sus juegos cooperativos, construyeron sus normas para “ jugar en paz”, y al final, los niños pedían “una reunión de madres para que el plan siguiera otra semana”.
En La Victoria, las madres y jóvenes de la parroquia Nuestra Señora del Carmen, lo volvieron a hacer, pero este año no con 120 niños sino con cerca de 300. Todo el mundo cooperó: las madres madrugando para hacer los desayunos, los dueños de bodegas donaron alimentos, un señor les timbró las franelas… en fin, ¡milagro tras milagro!
En todos los grupos se llenaron los rostros de sonrisas, devolviendo la paciencia y el cariño de madres y recreadores. Devolvieron bien por bien. Todos los grupos recibieron ayudas incluso sin pedirla, como el caso de los niños y niñas de Unare. Fueron al parque La Llovizna, gracias a una empresa que puso el transporte y ni el nombre dio para esperar reconocimiento. Al llegar al parque, alguien se dio cuenta de que los niños no tenían para comprar la comida para los peces, y regaló bolsitas a los pequeños, y no contento con eso, regaló una vuelta en los botes que hay en la laguna. ¡El aplauso fue espontáneo! Como si se fueron en un crucero por el Caribe. Los de Brisas del Orinoco, gracias a una nota de prensa, recibieron de una familia, desayuno y cotillón el día de su paseo… Estábamos admirados.
No se trataba sólo de jugar, se trataba de exigir trabajando. La recreación es un derecho para niños, niñas y adolescentes. Su falta se convierte en factor de riesgo para esa población sin nada sano que hacer en las largas vacaciones. “Ocupados, están felices comentaba la señora Elsy -necesitamos actividades todo el año. Seguro que habrían menos delincuentes”. Seguro “comadre”, las sonrisas se transforman en burla malsana porque no se les alimenta sanamente.
Cada grupo contagió al otro, porque la prensa local se ocupó de multiplicar estos milagros, y entre todos van soñando con más: “el próximo año nos organizaremos mejor para en vez de una semana, sean 2; necesitamos una escuela de recreadores que vayan más a allá de unas consignas; podemos llegar a más niños …”.
¡La misa de acción de gracias, en La Victoria, fue hermosa! Los dolores de espalda se sanaron con los abrazos de paz y los aplausos de niños y niñas reconociendo el esfuerzo de recreadores y madres. Sobraron ponquesitos, eso también entra en los milagros. (Conflictove, 07.08.12)