El 7 de octubre el pueblo venezolano dio una muestra cabal de su vocación democrática. El mundo entero reconoció cómo los venezolanos y las venezolanas recurrieron a las urnas para expresar su opción ante dos modelos de país contrapuestos. La decisión final fue categórica y aunque sesudos analistas intenten desmerecerla, lo cierto es que la voluntad popular ha sido clara: continuar profundizando en el modelo socialista, fortaleciendo sus logros y corrigiendo sus errores.
Ante estos resultados, se ha generado un fenómeno digno del mayor análisis de la sociología y la sicología social. Luego de una campaña que había transcurrido casi que en absoluta normalidad (excepto por el deplorable suceso en Barinas), el escenario posterior a la presentación de los resultados desató todos los demonios.
Comentarios de corte racista, clasista, incitadores al odio y la violencia, muchísimos de ellos de alto corte fascista, remarcando el resultado electoral como producto de la «ignorancia» de un pueblo «bruto y marginal» han circulado por todas las redes sociales, generando la reacción y condena de muchos sectores, pero el silencio cómplice de otros. Videos mostrando la enajenación de niños a los que se aterrorizó con la idea de lo que significaría el triunfo de Hugo Chávez; convocatorias contra los sectores más pobres («no dar propinas a parqueros, caleteros, ni a la señora que nos ayuda en casa, ni a chamos en supermercados (… ), no comprar a buhoneros (… ) porque siempre votan por Chávez»), entre otras expresiones del desquicio, han pululado con virulencia enfermiza, proyectando el estigma social que postulan sus autores.
Sumado a esto, diversos medios se hicieron eco de la pataleta malcriada de un grupúsculo de jovencitos que levantaron barricadas frente a la Plaza Altamira de Caracas, reclamando un fraude inexistente. En contrapartida vimos el silencio de una inmensa mayoría de esos medios ante un hecho que, como bien definiera Reinaldo Iturriza, en cualquier otra circunstancia hubiera sido considerado una «masacre»: el asesinato, en el estado Zulia, de siete chavistas a manos de un comerciante que perdió una apuesta con las dos primeras víctimas (a quienes habría disparado). Los otros cinco murieron luego de ser atropellados a pocas cuadras de los primeros asesinatos, mientras celebraban la victoria de Chávez.
Mientras, actores políticos y seudo comunicadores sociales, haciendo gala de su absoluta ausencia de sentido democrático, han intentado atizar el fuego para reiterar la estrategia de deslegitimar públicamente al poder electoral venezolano.
Así las cosas, la tarea que viene es titánica para recuperar la sindéresis, el sentido del respeto mutuo y la tan mentada reconciliación nacional, que sólo será posible en la medida que aquellos que denigran de uno u otro sector comiencen por reconocer al oponente en su dignidad como persona y como ciudadanos. Bajarle dos a la violencia en todas sus formas, denunciándola y neutralizándola, debe ser una tarea asumida con convicción desde los sectores más pensantes y conscientes de ambos bandos. (El Universal, 15.10.12)