Se sumergió entre las aguas como buscando una presa, bastó una mirada para detectarla. Atribuyéndose mayores méritos de estar en este mundo, la atacó y luego la devoró con la intención de no dejar mas rastro que el indispensable para ser recompensado.
Quizás no todas las anguilas actúen con tan mezquinos propósitos, quizás el detalle está en que habían humanos involucrados. La operación militar Anguila III fue ejecutada por personas con cargos de policía y militares que conformaban el Comando Específico José Antonio Páez. Estos, en un primer momento fueron vistos como héroes defensores de nuestra soberanía, poco después sabríamos que eso no aplicaba, pues estaba de por medio la vida de inocentes. Quienes se suponían estaban para defendernos y protegernos, ahora nos atacaban.
Hoy día, las calles del Amparo reflejan el mismo silencio, soledad y tristeza de aquel día de dolor. A veces en medio de ese silencio uno logra escuchar un grito insonoro que reclama justicia y condena la impunidad, y es que resulta ser que la justicia es necesaria para recuperar la dignidad, reivindicar nuestros derechos y seguir sin los que no están.
Estamos a pocos días de conmemorar 24 años de la «masacre del Amparo», un hecho de sangre que cambio la vida de 16 familias que siguen buscando erradicar esa persistente impunidad que ha rondado sus vidas por todo este tiempo y la cual les prometen desaparecer como si fuera cuestión de solo palabras, olvidando el profundo arraigo con que esta se ha colado en sus vidas.
Lo ocurrido en el caño la Colorada el 29 de octubre de 1988, hizo aparecer un punto más en nuestro mapa y hoy en día, luego de tantos años, es un punto que no podemos dejar de señalar. El Anguila, luego de ese último nado, dejó una cicatriz imborrable pero también nos mostró que tarde o temprano la verdad prevalece.
Actualmente podemos afirmar que son claras las circunstancias en que sucedieron los hechos, quienes fueron los responsables directos e incluso el Estado reconoció su responsabilidad. Pero por otro lado no puedo evitar señalar que esto último ocurrió años después de ese trágico día siendo sucedido por sentencias absolutorias contra los responsables en el fuero interno. No habiendo esperanza de alcanzar justicia, se hizo necesario acudir a instancias internacionales, a cuyo amparo nos habían conducido gobernantes anteriores evidenciando el firme compromiso del Estado por los llamados “derechos humanos”.
En fin, hoy todo parece estar resuelto pero como bien digo «parece». El Estado, tiene aun, cuentas pendientes que saldar imprescindibles para alcanzar una correcta reparación, que aclaramos, va mas allá que el pago de una indemnización pecuniaria. Y es que cuando suceden hechos que comprometen los derechos humanos la víctima se considera integralmente reparada cuando recupera su dignidad.