El 10 de diciembre es un día para conmemorar la lucha por los derechos humanos, un día para recordar que la Declaración Universal de los Derechos Humanos es un compromiso de la humanidad en no repetir las atrocidades de la guerra.
Hoy es necesario extender este compromiso a otras esferas de la relación humana, donde la disputa por recursos naturales y económicos está atentando contra el buen vivir de la humanidad; por eso, es imperante renovar este compromiso como un llamado a la hospitalidad y al respecto entre los pueblos.
Uno de los hombres que creyó en esa dignidad absoluta de todos los seres humanos, que luchó abierta y arriesgadamente contra la discriminación de los más marginados y excluidos de Venezuela, fue el Sacerdote jesuita Acacio Belandria, quien lamentablemente falleció hace pocas horas en un accidente automovilístico dejando a sus parroquianos y al pueblo de El Nula en el más profundo desconcierto y dolor.
Acacio fue un hombre que abordó todas las dimensiones de la Doctrina de los Derechos Humanos, pues no solo puso en práctica la denuncia. Mediante la fundación de la Defensoría del Niño, Niña y Adolescente de El Nula y la Comisión de Justicia y Paz, encargadas en su parroquia de atender a todas las personas víctimas de alguna violación de sus derechos y acompañarlas en el proceso de restitución de Justicia, sino que además se encargó de la labor preventiva, siendo pionero en Educación para la Paz y los Derechos Humanos a través de la Capacitación Docente y Comunitaria.
Acacio también fue un gran defensor de los derechos de los refugiados. Fue uno de los pocos que se atrevió a denunciar públicamente el reclutamiento forzado de niños y niñas en El Nula, los abusos y detenciones arbitrarias de fuerzas militares contra refugiados y la presencia de los grupos armados colombianos como las FARC y el ELN en territorio Venezolano. Su liderazgo dio impulso al trabajo del SJR en Venezuela, entre otros proyectos que hoy ayudan a mejorar las condiciones de pobreza y exclusión que vive la gente en esa frontera.
Pero además de desarrollar la institucionalidad para los derechos en su Parroquia, Acacio supo incorporar el marco de los derechos humanos a su labor de pastor y acompañante de voluntarios y comunidades que tuvieron la dicha de servir en su parroquia.
La vida de Acacio fue síntesis perfecta de profunda convicción religiosa y dedicación a la lucha por todos los derechos para todos, comenzando por los más marginados. A sus casi 83 años Acacio visitaba mensualmente a más de 16 comunidades campesinas en el Alto Apure para llevar la eucarística y los sacramentos a las comunidades fronterizas más marginadas.
Acacio murió, pero su lucha continúa… La lucha de personas que, desde su experiencia del Dios de la Vida, se animaron a pelear por la dignidad de los más excluidos. O de quienes, asqueados de la injusticia del mundo, descubrieron a Dios en la entrega cotidiana por los más desfavorecidos, educándolos en sus derechos y acompañándolos en medio de la burocracia y adversidad, ofreciéndoles una luz de esperanza.
Sin duda, la profunda humanidad (y espiritualidad) de Acacio le valió para acompañarnos a todos, las víctimas y los defensores, fuera cual fuera su credo, porque al final, el credo de Acacio se centraba en un amor radical, un amor que podía y que debía expresarse en Latinoamérica en la lucha irrestricta por los derechos de todos.
Gracias Acacio por ser nuestro maestro, pero sobre todo por tu testimonio radical de entrega y servicio.
Merlys Mosquera Chamat (directora del SJR-LAC) y Eduardo Soto Parra, s.j