Comercio sexual en Caracas

Cae la noche y la concurrida avenida Libertador, en pleno centro de Caracas, se transforma en la pasarela de las transexuales que se dedican a la prostitución como única salida frente a un mercado laboral que les cierra todas las puertas. Sobre imposibles tacones y casi desnudas van a la caza del cliente y soportan madrugada tras madrugada las palizas de la policía, los insultos desde los autos y la doble discriminación que supone ser prostituta y transexual.

La cronología se repite en casi todos los casos. Niños que se sienten niñas y que ante el rechazo de la familia en un país sumamente machista huyen de casa con una mano delante y otra detrás a muy temprana edad. Después de eso pasan un par de años vagabundeando en la calle, persiguiendo su sueño de que les vean como se sienten.

Luego llegan las minifaldas, los sostenes con relleno, el maquillaje para tapar la inminente barba, las cejas depiladas. Y su única salida laboral además del estilismo: la prostitución y la inevitable caída en las drogas para soportar la violencia y las humillaciones que caen sobre sus espaldas como los objetos que les arrojan mientras hacen su trabajo.

Jay tiene 23 años, lleva 10 en la calle, cinco en la prostitución y bajo su mínimo y ajustado vestido asoman los hierros que le sujetan los huesos de una pierna rota a golpes. Apoyada sobre una muleta, cuenta que ha vivido todas las etapas a las que están avocadas las transexuales: prostitución, drogadicción, comer de la basura. Pero para Jay, «lo más fuerte de todo es la soledad, la discriminación y la lucha diaria. No hallas cómo ser una mujer y eso es frustrante. Hace falta voluntad y luchar».

Jay habita ahora en un centro de atención integral de la Misión Negra Hipólita, a través de la cual el gobierno venezolano se ocupa de las personas que viven en la calle. Allí también se encuentra Jade, que a sus 24 años y después de 11 ejerciendo se ha retirado de la avenida Libertador porque está cansada de que los policías le roben y le tiroteen.

Asegura que en su cuerpo se pueden contar tres disparos y morados que aún testifican las palizas a las que la sometieron tanto en Caracas como en su Barquisimeto natal. «Es una vida muy tremenda. Te sientes basura, un perro de la calle y a veces hasta te hacen olvidar que eres un ser humano», lamenta.

Naomi también dejó su ciudad natal a los 14 años para buscar el anonimato de la gran urbe caraqueña. Desde entonces vende su cuerpo de 1,80 de estatura en la Libertador, donde encontró en el resto de las muchachas una familia que sustituyese a la que le dio la espalda. Confiesa que ya ha dejado las drogas que la tenían atrapada. «Consumía para pasar la noche y aguantar los golpes y el maltrato de la policía y del hampa», revela Naomi, que llegó a vivir en las inmediaciones del río Guaire.

También Dayana vivió en el Guaire. Y una noche la arrojaron a sus aguas. Pero cuando de verdad se le enjuagan los ojos es cuando recuerda el escopetazo de un cliente que le arrebato uno de sus brazos casi a la altura del hombro. Dayana lleva desde los 12 años prostituyéndose y recuerda cuando la internaron en un centro cristiano y le intentaron cortar su largo y trenzado pelo. «Como si así, de la noche a la mañana, fuera a ser más macho», manifiesta.

Las enfermedades de transmisión sexual afectan a la mayoría de este gremio, que empieza temprano a vivir de su cuerpo y muere joven por la violencia, las enfermedades venéreas y las drogas. «El rechazo y la discriminación de la familia y la sociedad te empujan a la calle y ahí, amiga, sobreviven las más fuertes», sentencia Vanesa de Almeida, 12 años en la Libertador, dos tiros en su cuerpo, uno de los cuales casi la mata, y que ha desarrollado junto a su pareja una asociación de prevención del contagio de ETS.

Un buen ejemplo de la fortaleza de las que quedan es el caso de Yhajaira, una de las transexuales cuya vida recoge el documental de Argelia Bravo ‘Pasarelas Libertadoras’, y a la que la artista también ha dedicado una exposición que recorre las huellas que la violencia ha dejado en la geografía física de Yhajaira.

Yhajaira se ha prostituido desde los 13 años. Un tiro en el ojo por parte de la policía la dejó tuerta, tampoco ha podido recuperar los dientes que los agentes le arrancaron con un bate, no se le han curado las marcas de los mordiscos de perros ni han cesado las amenazas de muerte por ser testigo del asesinato de una de sus compañeras. «En este punto lo que tienes es miedo a la gente», dice en un momento del documental.

«No hay informes ni registros porque si una transexual muere en situación de calle no tiene documentos o, en su defecto, aparece en la prensa como hombre», cuenta Argelia Bravo, quien lamenta que cinco de las protagonistas de su documental ya han muerto debido a distintas razones.

«Mira, chama, esto no se lo deseo ni a peor enemiga», dice en el documental ‘La Modelito’, acostada en la arena junto a otras compañeras, y en las que encuentran el refugio, la comprensión y la compañía ante la discriminación a la que se ven sometidas.

Con puntos de sutura en el ojo y un cardenal que intenta disimular con maquillaje, otra de las protagonistas de ‘Pasarelas Libertarias’ explica cómo los policías las detienen, las golpean, las humillan, les roban, las obligan a mantener relaciones con ellos y las dejan tiradas en zonas marginales. «En ésas lo que toca es levantarse para recuperar lo que le han robado a una. Es que nos tratan tan feo por ser como somos…». (El Mundo.es, 02.02.10, http://www.elmundo.es/america/2010/02/01/noticias/1265042588.html)

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