En todos los escenarios de violencia social, política, en su mayoría son las mujeres quienes inician acciones en búsqueda de justicia, ante los órganos del Estado o ante las organizaciones de Derechos Humanos.
Escuchando los testimonios de algunas de estas mujeres no podemos dejar de preguntarnos por su dolor y admirar su valentía al convertirlo en la fuerza que les permite luchar por la justicia y enfrentar la impunidad.
Su camino es en la mayoría de los casos la búsqueda de la «reparación» a través de una justicia decimos «una justicia», pues es difícil hablar de «la justicia», la cual, a nuestro juicio, debería ser expedita, breve sin caminos tortuosos que recorrer.
Atrapadas por todos los males de la sociedad miles de madres trabajan incansablemente para criar a sus hijas e hijos, con la esperanza de que puedan tener mejor calidad de vida que la que ellas se ven obligadas a llevar, y hoy, en esta confrontación que nos impone la realidad cotidiana del país, tras la muerte de estudiantes en una marcha o al frente de su casa como ocurrió con una joven destrozada su cara y cerebro por perdigones, ¿quién le da continente al dolor de la madre y a las consecuencias familiares que esto ocasiona? No es un secreto que la impunidad tiene su mejor cara en estos casos.
Sobrecoge la tragedia que se erige en sus vidas a partir del asesinato de un hijo/a. Son madres de llanto y de luto, de fuerza y de denuncia, de flores y ternura, de rebeldía, incansables en la búsqueda de justicia hasta el último día de sus vidas.
Lamentamos cada una de las muertes ocurridas, cada una de las violaciones, torturas y desapariciones y nos hacemos eco en la exigencia de justicia que han emprendido las madres, padres, familiares y ONG’s de DDHH.