A Jorge Luis León la Guardia Nacional le reventó los vidrios de sus lentes en los ojos. Le pasaron una moto por encima y le cayeron a golpes en una torre de personas, que improvisaron con el cuerpo de él y los otros 10 jóvenes que la madrugada del 13 de febrero terminaron compartiendo celda y torturas en la ciudad de Valencia.
«Nos montaron uno encima de otro como si fuéramos cachapas y nos daban golpes y golpes», relata. Les pegaron hasta con las escopetas y los cascos militares; de repente se vio rezando un Padre nuestro y un Ave María en medio de una torre de gente que nunca había visto. «Nosotros éramos tres amigos», cuenta. «A los otros los conocí estando detenido».
La noche del 12 de febrero se acercó al elevado de El Trigal para participar en las protestas que los estudiantes del estado Carabobo empezaban a convocar en contra del Gobierno, pero al llegar no le gustaron las capuchas y las motos de algunos de los manifestantes, por lo que junto a sus amigos decidió replegarse a una cuadra, en la calle Pedro Gual, mientras terminaba un toma y dame entre jóvenes que lanzaban piedras y militares que respondían con bombas lacrimógenas.
Jorge Luis León, de 25 años, creyó que era mejor esperar en su carro, hasta que se vio rodeado de militares que se montaron incluso en el capó de un Chevrolet Aveo que más tarde fue quemado.
«Me bajé y puse mis manos en la cabeza», recuerda. «Algo que me enseñó mi padre es que si haces caso no te va a pasar nada, pero en vez de decir: ‘estás arrestado, vamos a llevarte preso’, un guardia me metió un cachazo en todo el medio de la cara, me partió los lentes en seco y quedé ciego en el ojo izquierdo».
Lo que vino después es una retahíla de patadas e insultos, que comenzaron esa noche aun frente a los conductores que transitaban por el elevado de El Trigal de Valencia, y se prolongaron por 48 horas en la sede del Destacamento de Seguridad Urbana (Desur) que la Guardia Nacional Bolivariana tiene al lado del penal de Tocuyito.
«Veía que le saltaban encima a mi amigo, Juan Carrasco, hasta que nos arrastraron hacia el elevado como para decir que nos habían agarrado allí», cuenta. «Ellos se percataron de que empezaron a pasar carros y dijeron: ‘pongan las motos en frente para que nadie los vea’. Entonces me pasaron la moto por encima».
Y otra vez vinieron más golpes. «¡Denles para que aprendan!», dijo una funcionaria de la Guardia Nacional. La tunda entonces continuó hasta en una camioneta, a la que cada uno fue lanzado -de nuevo uno encima de otro- como balón de futbolito. «Jugaban algo así como ‘la R'», denuncia. «Te empujaban y te recibía otro pero con los pies, y así sucesivamente hasta llegar al convoy».
La camioneta de la Guardia Nacional los condujo hasta el Destacamento de Seguridad Urbana de Tocuyito, donde fueron recibidos con unos perros antidrogas a los que los militares pedían sangre. «¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo!», gritaban.
En lugar de duchas, les dieron unos trapos con gasolina para limpiarse la sangre, pero más tarde advirtieron que esa ropa sería sometida a un barrido químico que determinaría si tenían gasolina.
También los amenazaron con violarlos y los arrodillaron por más de cinco horas otra vez con patadas e insultos. «Cargaban sus pistolas y escopetas en nuestras orejas y nos ponían choques eléctricos muy cerca para asustarnos», cuenta.
Aseguraban, además, que ese era el principio de un periplo por la cárcel. «Un guardia nos decía: a ustedes no les van a hacer audiencia de presentación, van directo al hueco; para que venga el fiscal central de Carabobo y la fiscal sexta es porque van para Tocuyito o Tocorón'».
Y, en efecto, eso creía León y el resto de los jóvenes que lo acompañaban: «Nosotros escuchábamos al fiscal central de Carabobo llamando a las cárceles y preguntando: ¿’cómo está eso allá? ¿Está full para mandarte unos muchachos, uno estudiantes?'».
A Jorge Luis León, estudiante de tercer año de Derecho y DJ aficionado, en una de esas le encontraron un carnet de un magistrado de la República. Le registraron la cartera y tras conseguir la chapa, los guardias empezaron a lamentarse. «¿Dónde tú trabajas chamo?, me preguntaron, y yo dije que mi tío es Oscar León Uzcátegui, del Tribunal Supremo de Justicia».
Los militares salieron un momento y entonces los compañeros de celda empezaron a pedir que moviera sus contactos. «Me decían: ‘¡que nos saque tu tío!’, me lo pedían y me lo pedían pero qué podía hacer yo», pregunta.
Los golpes, sin embargo, no pararon ni así: al día siguiente la tunda fue hasta en la camioneta que los conducía a los tribunales y que más tarde recibieron la orden de devolverse al cuartel, por las manifestaciones que en Valencia empezaban a pedir la libertad de él y los 10 jóvenes.
La audiencia de presentación entonces fue improvisada en el mismo comando de la Guardia Nacional Bolivariana donde permanecieron detenidos, una situación que -como estudiante de Derecho- él mismo advierte que viola los principios elementales de las leyes penales.
La audiencia fue en el comedor del destacamento y cuando llegó la oportunidad de esgrimir su versión de los hechos, León -que ya había recuperado la visión en el ojo izquierdo- notó que muchos de los oficiales que participaron en su arresto lo escuchaban detrás del vidrio que permite pasar los alimentos desde la cocina.
«Medio cuartel estaba viendo el juicio y escuchando lo que decíamos de ellos», dice. «Yo los veía asustado y ellos con una cara que decía: sigue hablando que te vamos a matar, reza que no te quedes aquí porque te vas a morir».
A la lista de irregularidades, León agrega que ningún fiscal puede añadir nuevos delitos después de hacer la acusación fiscal, algo que ocurrió en la audiencia que improvisaron en el comedor del cuartel.
Los 11 jóvenes al final consiguieron medidas sustitutivas de libertad. León corrió con más suerte que otros y en lugar de casa por cárcel, le dictaron una medida cautelar con prohibición de salida del país. Además del proceso judicial, los médicos que lo trataron en la Clínica La Viña de Valencia encontraron fracturas en el cráneo y el tímpano izquierdo, y advirtieron que estaba perdiendo el líquido encefaloraquídeo, que protege al sistema nervioso de golpes. (Joseph Poliszuk. El Universal, 23.03.14)