Técnicamente con al menos tres trimestres sin crecimiento un país está en recesión; es la situación económica de nuestro país. Los productores y consumidores bien lo saben y viven cada uno con las dificultades para poder producir y para consumir.
Todo encuentro familiar, de amigos o conocidos, gira en torno a plantear si conseguiste tal o cual producto y dónde. Incluso poco se pregunta por la marca y el precio, para algunos bienes es como mucho pedir en estos tiempos. No obstante, también hay quienes consiguen los vericuetos para encontrar productos y bienes que para la gran mayoría escasean, lo que para los demás levanta desde el interés hasta la envidia y encono.
Pero aun cuando la recesión sea sentida y vivida por los productores y consumidores, es decir los trabajadores y las familias, no se ha convertido ni ha dado lugar aún a una respuesta que corresponda a la gravedad de un estado de recesión económica.
Las respuestas son en principio individuales, familiares, o de grupos de amigos, con sus correspondientes limitaciones. Las respuestas colectivas, comunitarias y de organizaciones sociales son aún insuficientes, al menos para ejercer una mayor influencia en la corrección y ajustes de las políticas económicas. Los gobernantes siguen desafiando la paciencia de la población, ni siquiera cambian el discurso.
Obviamente todo esto evidencia un déficit en la eficacia de los movimientos sociales. Con la recesión uno de los bienes más volátiles son las oportunidades de empleo, que se hace más difícil conseguirlos. Se mantienen los de bajo nivel y calidad. Por ejemplo se menciona la escasez de trabajadoras residenciales y domésticas, así como de vigilantes. Empleos de bajos salarios. Predominan los empleos de salario mínimo, no obstante que esta cantidad no cubre la cesta normativa, ni siquiera la cesta básica.
Se acentúa la tendencia a la mayor creación de empleos en el sector informal, así como de empleos precarizados tanto en la misma informalidad como la formalidad. En Venezuela los pocos empleos que se crean son mayormente informales. La situación económica ha dado lugar a que personas con pequeños negocios pasan de la formalidad a la informalidad, con el objeto de abaratar su funcionamiento, ya que las cargas y exigencias de regulaciones de diferente índole complejizan la gestión.
Está demostrado que en la mayor parte de la informalidad, las personas obtienen menores ingresos y ejecutan su trabajo en condiciones de mayor precariedad, y para la economía nacional y la sociedad en su conjunto hay un menor aporte a la creación de riqueza. Igualmente en ella se inscriben actividades que están en la frontera entre lo legal e ilegal, lo que coloca en situación de riesgo a quienes las ejercen, y por tanto eventualmente las autoridades, ya sea abierta o subrepticiamente, le impone sanciones o practica chantajes.
Dentro de los diversos componentes de la informalidad, el que ocupa un mayor número de personas es el cuentapropismo, ya sea para el comercio, servicios o elaboración de bienes de modesta complejidad.
De cada cien empleos que se crearon entre 1997 y el 2011, treinta y dos son cuentapropistas. Ha sido y sigue siendo el empleo predominante en el mercado laboral venezolano. Es por lo que en la comercialización se agregan eslabones de intermediación para facilitar a los compradores las dificultades que se acrecientan para conseguir los bienes para consumo familiar, con un saldo neto de encarecimiento. Sin embargo en las empresas hay una mayor permisividad para uso del tiempo laboral en la persecución y caza de productos básicos.
Una razón adicional para más ausentismo del que ya se ha derivado de las nuevas concepciones incluidas en el nuevo Decreto-Ley sobre el Trabajo -Dlottt.
Todo esto es un consumo de energías humanas y de tiempo, que deja de ser productivo para pasar a ser parte de las estrategias de sobrevivencia de la población. Las colas en los establecimientos de productos básicos, más los esfuerzos de las personas en encontrar suministros es central a las preocupaciones de las familias.
Contrasta todo esto, con lo característico de varias décadas atrás, se decía que las únicas colas que hacía el venezolano eran para sellar el cuadro de caballos los días domingo en la mañana, y para entrar a los estadios a ver los juegos de béisbol profesional de los equipos favoritos.
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