La impunidad es muy dañina, sea cual sea el contexto en el que se produzca: hogar, escuela, sociedad. Podríamos definirla como “delito – o falta – sin culpable, culpable sin castigo”. Afecta a todos, empodera al victimario – sabe que ha hecho algo malo pero no le ha pasado nada- y desmoraliza a la víctima, y en el caso de los homicidios, víctimas son todos los familiares del que ha muerto.
El crimen de Robert Serra no debe quedar impune, su familia y todo el país quiere saber qué pasó, quiénes han sido los culpables y debe haber un castigo. Todos esperamos que se haga justicia. También me aspiraría que se hiciera justicia con otros, La impunidad duele.
Pienso en el caso de Katibel Velázquez. No salía ne la televisión. Ella tenía 15 años, era muy linda, estudiaba tercer año de bachillerato en un colegio de Fe y Alegría de Ciudad Bolívar, ubicado en el barrio Brisas del Orinoco. Un viernes de mayo de hace 9 años Katy salió a sacar unas fotocopias y después iría a hacer un trabajo con unas compañeras de clase. La última vez que la vieron esperaba autobús en una avenida de la ciudad. No fue a su reunión ni volvió a su casa. Familia y colegio se movieron, pusieron su foto en el terminal, mercado, paradas, pero no apareció.
A la semana siguiente toda Fe y Alegría, y otros colegios amigos, salieron a caminar por el centro de la capital, el pupitre de Katybel seguía vacío. Pidieron derecho de palabra en la Asamblea Legislativa. Días después se encontró una osamenta en un terreno baldío, algunos objetos hacían presumir que podían ser los restos de la joven. En diciembre, después de muchas gestiones para envirar la osamenta a Caracas, el estudio dictaminó que efectivamente, eran de Katy. Su madre, que para entonces era bedel de una escuela, fue cada semana al CICPC para saber qué se sabía del caso.
La institución también exigía al Consejo Regional de Derechos del Niño que se ocupara del asunto. Dos años después se le informó a la madre que el caso se cerraría por no tener manera de investigar. Nunca supo su familia qué pasó: ¿La quemaron? ¿Por qué la secuestraron? ¿Quiénes fueron? Este caso de impunidad no lo olvidamos. No se cierra fácil una herida cuando la muerte ha sido violenta, pero mucho menos cuando queda impune.
Tampoco el señor Giovanni, profesor de pintura, habitante de una comunidad popular de San Félix, supo quién mató a su hijo, al cual le dispararon cuando esperaba el transporte de la universidad. “Los funcionarios me llamaron, me dijeron que por una cantidad encontraban al asesino y lo liquidaban. Les dije que quería justicia pero así no”. También quedó impune el caso del padre de Mayerling, maestra, habitante de Buen Retiro – San Félix-, su papá murió atropellado por un chofer que iba a toda velocidad y ebrio, fue detenido pero quedó libre en poco tiempo. Sus hijas se movieron, pero, no lograron que el culpable se condenara. La comunidad perdió un buen hombre y líder positivo, la sociedad ganó un criminal que puede volver a matar, puesto que no era la primera vez que conducía ebrio. Pregunten a las mujeres de la Fundación por la Dignidad Sagrada de la Persona, conformada por madres, hermanas, viudas, familiares de víctimas de la violencia, cuántos casos impunes conocen, cuántas veces han solicitado información de los mismos y cuántas veces han regresado con la respuesta de siempre: “No se sabe”.
Robert Serra no merecía morir así, y el crimen no debe quedar impune. Tampoco Katibel merecía morir a los 15 años de la forma como nunca sabremos cuál fue. En realidad ningún venezolano merece morir por casusas violentas y ningún caso debería engrosar la lista de “cerrado e impune”.