Las noticias de la crisis que aquejan y agobian al venezolano tienen que ver con relatos urbanos. Colas, desabastecimiento, conflictividad y recesión suelen enmarcarse en dinámicas urbanas, cuando no caraqueñas, las cuales por ser mayoritarias, dejan de lado el rostro más severo de la crisis social, esa que tiene lugar en el campo.
Lo primero que hay que decir sobre el mundo rural en nuestro país, es que allí se concentra la pobreza extrema. En el campo, en los desolados y olvidados campos deberíamos decir, lo normal es la falta de oportunidades para el estudio o para el trabajo, únicas llaves para salir de la pobreza. En las comunidades rurales también es común la precariedad de los servicios públicos (electricidad, agua y servicios sanitarios), los problemas por la falta de viviendas, las limitaciones para el acceso a la información, a los servicios financieros, a las tecnologías de la comunicación y un sinfín de problemas que no sólo abarcan los de tipo material, sino también políticos y culturales.
En los poblados rurales (menos de 10.000 habitantes) vive 8,5% de los venezolanos y en las ciudades pequeñas, que tienen una dinámica semirural por ser poblaciones de menos de 50.000 habitantes, cerca de 27%. Esto quiere decir que 12 millones de venezolanos viven en zonas rurales y, por lo menos, 60% de ellos viven en pobreza general y la mitad de esa pobreza es extrema.
La pobreza en el campo es mucho más severa que en la ciudad. Aunque la mirada bucólica del campo pareciera indicar lo contrario, a diferencia de la agresividad y la rudeza que muestran las barriadas populares urbanas, detrás del apacible paisaje de la naturaleza, se esconde la indefensión de niños, mujeres, hombres y ancianos que están desprovistos de seguridades materiales para procurarse de los bienes y servicios con los cuales satisfacer las necesidades básicas.
El combate a la pobreza extrema, a la pobreza en las zonas rurales, requiere políticas de desarrollo integral. Necesita de una visión global que vaya de lo asistencial a la transformación profunda de las estructuras económicas inequitativas, las relaciones de poder abusivas y los modelos culturales que anclan a los pueblos y comunidades apartadas del país en el atraso y la pobreza.
En las zonas rurales, la informalidad es de 53% y el desempleo supera el promedio nacional de dos a tres puntos. La vida está llena de dificultades. Mientras que en el país 7,3% de las viviendas son consideradas ranchos, en las zonas rurales es más del doble (16,7%). Más de 400.000 venezolanos de nuestros campos viven en casas precarias y con condiciones inaceptables. Más de 35% de las viviendas no tienen acceso al agua potable, 30% no tienen cloacas y, además de los apagones permanentes, 5% viven en la más absoluta oscuridad.
Terminar los estudios es un privilegios de pocos en los campos venezolanos. En los centros poblados de menos de 10.000 habitantes, 18% de los niños menores de 14 años no asisten a ningún centro educativo y esa cifra alcanza hasta 45% entre los menores de 21 años. Eso quiere decir que en la Venezuela rural son más de un 1.300.000 jóvenes que no van a la escuela.
Mientras que en Caracas el analfabetismo es de poco más del 1% de sus habitantes, en el campo sobrepasa 11% de sus pobladores. En Venezuela todavía hay 980.000 compatriotas que no saben leer y escribir y de ellos, más de la mitad viven en las zonas rurales.
La pobreza rural, a diferencia de la urbana, tiene lugar en condiciones muy específicas. Los obstáculos para su superación se concentran en elementos particulares. Piénsese en un poblado llanero y como la economía del conuco, cuando no hay actividad agroindustrial o ganadera eficiente y productiva, pasa a ser una práctica de subsistencia que reproduce el círculo de la pobreza.
Familias sin oportunidades producen descendencia sin atributos desde los cuales cambiar el medio que les toco nacer. De forma similar un pueblo pesquero puede estar sometido a relaciones de poder inequitativas para sacar su producción al mercado o limitado en sus niveles de productividad por el poco acceso a la tecnología, bienes de capital y formación de su fuerza de trabajo.
Los dos ejemplos anteriores dan cuenta de situaciones reproductivas de un mal social que sólo con una intervención precisa (en forma de inversión, formación y asimilación local de nuevas tecnologías), puede comenzar a solucionarse. En las zonas rurales, a diferencia de las ciudades donde existe mucho más acceso y oportunidades, se carece de espacios productivos para generar riqueza. En las ciudades, la pobreza requiere de intervenciones sociales, de acciones para incrementar el capital humano de la población en pobreza, de forma tal de que puedan acceder a las oportunidades que, en mayor escala, suelen brindar los centros con mayor concentración poblacional.
Pero en el campo se requiere más especificad. Se necesitan políticas de desarrollo local. En el mundo rural, el combate a la pobreza se convierte en un problema de desarrollo local. No sólo consiste en generar servicios sociales (educación, salud y seguridad) que puedan ser acumulados por sus habitantes. Ellos también requieren de las oportunidades económicas para ganarse la vida y generar riqueza.
Las políticas de desarrollo local sólo son posibles desde la descentralización política y administrativa. Si superación de la pobreza en el campo necesita de políticas de desarrollo local, entonces los servicios que puedan prestar la escuela, el ambulatorio y una que otra ayuda focalizada, serán necesarias pero insuficientes. Hace falta dinamizar la actividad económica, propiciar inversiones y desarrollar los servicios públicos que familias y empresas necesitan, los primeros para elevar su calidad de vida y los segundos para ser productivos.
En definitiva, se trata de confeccionar planes de desarrollo local que sólo es posible de concebir y llevar a delante si se realizan de forma descentralizada, acercando el poder político y las inversiones económicas a la especificidad de nuestros pueblos, y no como erróneamente se ha pretendido hacer en la Venezuela de estos años, desde una planificación central que tiene por limite la falta de conocimiento y la imposibilidad de dar seguimiento y adecuar las políticas a las especificidades del campo.
(Publicado originalmente por El Mundo / 18.01.2015)