luisa pernaleteEl Hospital J.M. de los Ríos, referencia nacional, sin poder operar y miles de pequeños esperando para poder llegar a viejos. ¡Esto clama al cielo! Victoria, de tres años, quiere piñata con caramelos para su cumpleaños, la madre no consigue ingredientes para la torta, los caramelos y los globos están por las nubes, sus padres no saben si podrán complacer a la chiquita que no entiende de dólar paralelo ni de inflación.

¡Celebrar un cumpleaños no debería ser un lujo! ¡La cara de Victoria clama al cielo! La señora Yraida, como miles y miles de madres, haciendo cuatro horas de cola y al final regresar a su casa sin detergente para lavar la ropa de los niños. Es sábado, y el lunes hay colegio. ¡Esto clama al cielo!, supongo que en el cielo todos andan limpios de culpa y de vestimenta.

Recordar a monseñor Romero por estos días debe servirnos de espaldarazo para afincar nuestros oídos al clamor del que sufre y lucha por sus derechos

El señor David, taxista, con su carro parado porque no consigue cauchos, debe pedir prestado para el mercado familiar. Como David, son miles los que necesitan su vehículo para dar de comer a los suyos, ¡Esto también clama al cielo! La señora Yolanda, de Brisas del Sur, le mataron su hijo cuando volvía de un curso, fue hace un año, ella lo llora cada día, era un buen muchacho, iba entrar en la universidad. Son miles las madres que lloran por sus hijos caídos por balas en un país con guerra asimétrica permanente. En Venezuela hay jóvenes presos por protestar pacíficamente, por escribir un tuiter, hasta por quejarse en una cola, hay presos que no aguantan y se quitan la vida estando bajo la custodia de funcionarios, ¡Eso clama al cielo! ¡Eso clama al cielo! Son muchas las voces que hoy en Venezuela claman al cielo, voces del pueblo pobre y sufrido de siempre y a ahora también nuevos sectores del pueblo empobrecido.

Hace 35 años, en El Salvador, un hombre de Dios, monseñor Romero, era el eco de los sufrimientos del pueblo salvadoreño, gente cansada de sufrir, y en sus homilías era el eco de esos clamores. Lo mataron en plena misa el 24 de marzo de 1980, pero no callaron su última homilía en la que pedía que cesara la represión.

Hoy en Venezuela estamos necesitando que el clamor del pueblo sea escuchado, porque el sufrimiento acumulado cansa. No sólo hablamos de la urgencia de escucha por parte del gobierno y de los que pueden tomar decisiones globales, hablo también de la sociedad en general. En este sentido saludamos y aplaudimos la iniciativa de Psicólogos Sin Fronteras, que han iniciado un proceso de formación para acompañar a víctimas de la violencia, ¡Qué gran idea! Aliviará el dolor de mucha gente, ayudará al que es acompañado y al que acompaña. ¡Ojalá se convierta en una onda expansiva de consuelo! Aplaudimos también la perseverancia de Cecodap, Luz y Vida y otras organizaciones de la Red de Defensa de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes (Redhnna) en su insistencia por buscar salvación para el J.M. de los Ríos. ¡No se desanimen! Ustedes han oído el clamor de niños y madres, si somos muchos seremos un coro.

Recordar a monseñor Romero por estos días debe servirnos de espaldarazo para afincar nuestros oídos al clamor del que sufre y lucha por sus derechos.

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