Recientemente, en la ciudad de Caracas, se realizó un encuentro nacional de defensores independientes de derechos humanos, motorizado por la organización Civilis, el cual contó con la participación de 90 personas de 30 iniciativas de 13 estados del país. Dentro del segmento de intervenciones del primer día, nos tocó hacer algunos comentarios sobre lo que significa el oficio del defensor o defensora de derechos humanos.
Una persona posee diferentes roles en sociedad. En mi caso algunos son sociólogo, libertario, editor de publicaciones, tío, hermano, hijo, amante de la música y las series de televisión y, además, promotor de derechos humanos. Sin embargo, cuando uno se define como “defensor” esta debe ser la identidad privilegiada de forma permanente. No se es defensor en horario de oficina, y después no. Tampoco se es defensor en un momento del tiempo y, como un título nobiliario, se continúa siendo de manera vitalicia aunque no se defienda la dignidad de nadie más. Es por eso que el trabajo de defensor es tan exigente y difícil. No sólo por el tipo de situaciones que hay que enfrentar, sino porque la exigencia de los derechos de todos los demás, independientemente de lo que sean, de cómo sean y de cómo piensen, es un principio al que sólo se renuncia cuando se decide dejar de ser un defensor, y pasar a ser otra cosa.
Este valor tiene que ver con el principio de “universalidad” de los DDHH, relacionado con su origen, como los conocemos en el mundo contemporáneo. No es por casualidad que la Declaración Universal de los DDHH ocurriera al finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando el horror de los campos de concentración nazis, las bombas atómicas y los gulags rusos obligaron a los gobiernos a asumir una serie de mínimos para los seres humanos, para intentar no repetir los errores de la historia. Hasta ese momento los conflictos sociales se basaban en cuál ideología era la “correcta”, y de cómo esta intentaba ser impuesta a quienes pensaban de otra manera. Los DDHH, entonces, establecieron el derecho a ser diferente –el derecho a pensar diferente a mí- y ser respetado y reconocido por ello. Los defensores entienden esta alteridad. Y exigen que las personas no sean abusadas por su “otredad”.
Como esto es así, los defensores están obligados a ser solidarios, incluso si la persona a la que se está lesionando su dignidad los han criminalizado, anteriormente, por su trabajo. Un miembro de un partido puede mirar para otro lado cuando los abusos ocurren dentro de otro gremio, pero los defensores no. Defensor de DDHH es una identidad que supone una visión del mundo, pero también un lenguaje para comunicarse, que entre otras cosas se nutre de las propias luchas históricas que han logrado las conquistas plasmadas en los Pactos y Acuerdos internacionales en la materia.
Además de la identidad, para un defensor o defensora lo más importante de su trabajo son los beneficiarios y beneficiarias de su acción, las víctimas de violación a DDHH. Siendo tan humanos como el resto, los defensores podrían sucumbir a las veleidades de los egos o el apetito por el reconocimiento público. También a la burocratización. La utopía de un defensor es una sociedad donde no haya víctimas. Donde los defensores no sean necesarios.
El oficio del defensor es un trabajo a medias entre el conocimiento técnico especializado y el activismo, en un equilibrio entre ambas que en ocasiones es frágil y precario. Necesita de la formación permanente en las herramientas jurídicas y conceptuales que mejoren su capacidad de ayudar a otros, y de ampliar los horizontes de los derechos reconocidos a nuevas fronteras. Pero a su vez estar con la gente beneficiaria de su acción, ayudándolos a que sean protagonistas de su proceso de exigencia de derechos. Por ello, un defensor debe imprimirle un sentido pedagógico a su accionar y a sus comunicaciones, traduciendo el lenguaje enrevesado de derechos en conocimiento comprensible y atractivo para las grandes audiencias.
El contexto en que los defensores han venido realizando su trabajo esta transformándose en este mismo momento. La globalización, el impacto de las tecnologías de comunicación y las redes sociales, las formas organizativas efímeras y flexibles, las propias necesidades, referentes y deseos de la sociedad son muy diferentes a los de la época de los 80´s, cuando en América Latina, y en la propia Venezuela, comenzaron a aparecer los primeros defensores. Con humildad debemos entender estos cambios, así como tener la posibilidad de dialogar y aprender del nuevo tipo de activismo propio de la generación digital de hoy.
Por último este oficio debe realizarse de manera generosa. La defensa de los DDHH es como una fiesta a la que queremos invitar a la mayor cantidad de gente posible. La propia definición de Naciones Unidas establece que un defensor es cualquier persona que asume el resguardo de los derechos de otra. Sin celos ni parcelas que cuidar, mientras más defensores existan, mientras nuestra comunidad sea más grande, serán mayores las barreras contra el abuso de poder y la humillación.
(*) Coordinador General de Provea
@fanzinero