Al menos 15 fugas o derrames petroleros ocurren al mes en el Lago de Maracaibo

La gasolina que Iberio Soto usa para limpiar su red de pescar  tiene un fuerte olor que se mezcla con la pestilencia del petróleo que  impregna sus hebras. El trabajador, que durante 58 años navega y pesca en el Lago de Maracaibo, asegura que nunca antes el agua ha estado tan contaminada y la actividad pesquera tan mermada. Sus herramientas de trabajo se dañan a menudo por los efectos del crudo derramado y “ni hablar” de los precios para reparar sus implementos: la lancha o la red.

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La primera semana de septiembre medios zulianos reportaron uno de los tantos derrames petroleros o fugas que se dan en ese lago. Al igual que Soto, otros pescadores y expertos ambientalistas denuncian que en lo que va de 2015 la cantidad de petróleo derramado es mucho mayor a años anteriores. Son aproximadamente 15 derrames mensuales de distintas escalas, según cifras oficiales recogidas por diarios de la región y por la ONG Fundación Azul Ambientalistas.

“Esto es horrible. Todo está lleno de petróleo, los fondos de las casas, las paredes, las lanchas nuestras, negras por el petróleo. Además se dañan los motores y los chinchorros (redes) y nadie responde por eso”, insiste Ana Rincón, presidenta de la Asociación de Pescadores del Lago en Cabimas (Asolagomar).

Según señalan los pescadores, Pdvsa y el Instituto para el Control y la Conservación de la Cuenca del Lago de Maracaibo (Iclam) realizan planes de contingencia una vez que son identificados los derrames. A los trabajadores del lago que salen afectados se les paga semanalmente Bs. 2.500 para limpiar los desechos del agua de su zona. “Esto dura poco más de tres semanas, e igual esa plata no alcanza”, dice Rincón.

Tuberías kilométricas

De acuerdo con una investigación elaborada por el director general de Azul Ambientalistas, Gustavo Carrasquel, las corporaciones explotadoras de petróleo “cubrieron el lecho lacustre con más de 24.000 kilómetros de tuberías y la cuenca del lago con casi medio millón de kilómetros de las mismas. En su momento, llegaron a contar con más de 450 estaciones de flujo para almacenar y bombear el crudo y toda una flota de tanqueros, gabarras, lanchas, remolcadores y todo tipo de embarcaciones complementarias para este tipo de actividad, convirtiéndose en los principales agentes contaminación”.

Esto significa que bajo esa masa de agua de más de 13 mil kilómetros cuadrados hay una gran cantidad de tuberías que transportan toda clase de sustancias, principalmente hidrocarburos. Carrasquel explica que por efecto del calentamiento global, de los 200 ríos de agua dulce que desembocaban allí en el siglo XX restan menos de 100 y que, además, producto de la apertura del canal, se generó una entrada de agua salada que afecta directamente el material de las tuberías. Como no reciben ningún tipo de mantenimiento la salinidad deteriora los tubos y son propensos a generar fugas.

“Técnicos de Pdvsa ya no se dan abasto para cubrir las fugas”, afirma el investigador y, según sus averiguaciones, cuando los encargados realizan las actividades de reparación lo hacen “muy por encima”. El director de la ONG hace la comparación con un bypass o un nodo, que realmente no soluciona el problema de raíz. “Eso queda fugando y genera filtraciones, me lo han reconocido los mismos técnicos”, añade.

La vida de pescador

Por la costa de Cabimas son más de 200 familias de pescadores que se ven afectadas no solo por el desastre ambiental, sino por el peligro de los piratas. “Son esas dos cosas que nos tienen mal”, reitera la líder de Asolagomar. La piratería siempre ha existo, según Iberio Soto, pero ahora está peor que nunca, asegura.

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Una de las víctimas más recientes es Darwin, quien al momento de perder el motor de su nave ni siquiera había terminado de pagarlo. La compró hace más de 5 años a crédito a través de un programa del Gobierno y con lo que ganaba como pescador poco a poco saldaba su deuda. “Ahora, sin nada, sin poder comprar otro motor tengo que ver cómo pago lo que falta. Pero seguro que lo logro pagar”, dijo con especial agradecimiento al difunto presidente Hugo Chávez.

También los aflige la poca cantidad de pescados que sacan. Hace quince años, cuando Ana Rincón empezó en la pesca junto a su familia,  pescaba hasta 1.000 kilos de variedad de pescados, ahora no llega ni a 300 kilos. “El petróleo se encuentra al fondo y acaba con el alimento de los peces, por eso poco a poco se han marchado y la cantidad ha disminuido”, explica. De hecho la pesca de camarones se ha extinguido. Actualmente, Soto no acumula ni 30 kilos de pescado aunque en sus mejores momentos, hace 10 años, lograba los 500.

El alto costo de los repuestos es el otro problema que los preocupa. Iberio asegura que un motor que hace dos años costaba Bs. 20.000; ahora, está por encima del millón de bolívares. No niega que el Gobierno venda algunos a Bs. 120.000, pero no todos los afectados, ya sea por robo de piratas o excesivo maltrato producto del petróleo, tienen acceso a ellos. “Los chinchorros, los repuestos, todo impagable”, agrega Rincón.

Todo este panorama ha influido para que un grupo de pescadores se aleje de las aguas. Soto no puede enumerar cuántos compañeros han dejado la actividad para dedicarse de lleno a otros trabajos; sin embargo, asegura que todos han buscado empleos extras “porque ya no se puede”. Lo que les da la pesca no les alcanza para sostener a sus familias y el riesgo de que les roben sus equipos está latente. El temor siempre está ahí. (María Laura Chang, Efecto Cocuyo)

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