Unamos a lo anterior lo que ya preocupa también por lo reiterado: “Las muchachas se vuelven locas por los motorizados, son los galanes modernos”, me comentó una profesora de un plantel de Catia hace unos días. Motorizado es la manera de abreviar lo que significa ese personaje: delincuente armado, joven con poder, con acceso a dinero. Uno escucha y el estómago se arruga. Pasan por la mente adolescentes que uno conoce, y se pregunta si ya estará enamorada de motorizados… ¡Crece la angustia!
Cuando uno repasa las comunidades que conoce, que son muchas, y no recuerda espacios con programas para el tiempo libre, tampoco recupero políticas públicas para esta población, el estómago se arruga más aún.
Pero veamos si con la lupa que detecta experiencias que puedan ser replicables, y empiezo a recordar algunas que animan y a las que hay que ponerle altoparlante para que otros sepan que hay esperanza.
En primer lugar, la formación de líderes alternativos gracias a movimientos juveniles como el de Huellas. “Los huellistas de mi centro han comenzado a trabajar con los niños de escuelas vecinas. Eso los tiene ocupados y entusiasmados”, me comentó hace un mes Janet, de un colegio de Fe y Alegría de Cagua. “Si uno está en Huellas no terminará formando parte de los irregulares”, me dijo un adolescente de un centro de Fe y Alegría de la frontera. “Uno se reúne, conoce chamos de otras partes, hace campamentos…” O sea, ofrece ocupación sana, pertenecen a algo.
En el caso de la historia que da inicio a esta columna, debo decir que está funcionando esa red de solidaridad subterránea que se tejen de manera desapercibida para la mayoría. Una comadre le aconsejó que llamara a Maritza, una maestra jubilada, catequista que siempre tiene una respuesta a cada problema. “Llamé a Maritza, tiene contacto con una organización para muchachos como el mío, no discriminan, están en un campo. ¡Lo van a recibir! Mi hijo ha entendido que está a tiempo de salvarse todavía. Acepta irse a la granja. Llevo dos noches durmiendo más tranquila. Mi hijo tiene otra oportunidad”. Escucho a Yrama y me alegro por ella y por su familia.
Para aumentar mi alegría, converso con María Elena Garassini, presidenta de la Sociedad de Psicología Positiva y me dice que está en un proyecto de investigación de la Unimet sobre Buenas prácticas en el trabajo con adolescentes. “Queremos hacer un inventario de alternativas. Desde el Sistema Nacional de Orquestas hasta esas pequeñas desconocidas por ahí”. Pienso en las que yo conozco. Sonrío. Prometo mandarle algunas.
La misión urgente requiere del aporte de muchos, de la acción organizada para que los solistas nos volvamos un coro a favor de los adolescentes que no tienen que terminar en bandas, a favor de familias que no saben qué hacer, para exigir al Estado que diseñe y ejecute políticas públicas para la protección integral de niños, niñas y adolescentes, que eleve calidad en los liceos, se deje asesorar por gente que sabe del tema. A la misión urgente, hay que tenderle la mano para salvar a más Josués.