La manifestación obstaculizó el tránsito en la avenida Manuel Piar, en San Félix

Hacía tres horas no había calma. La gente no caminaba por la acera, ni esperaba con normalidad el próximo autobús en la parada. No había la quietud de la mañana tardía, ni la tranquilidad que ahora transcurre en el semáforo de La Económica, en la avenida Manuel Piar, en San Félix. Hace tres horas el tráfico no fluía como ahora. Porque hacía tres horas, cerca de las 6:30 de la mañana, la indignación de los guayacitanos volvió a trancar la vía para exigir un sistema de transporte digno.

Así empezó el lunes en San Félix: con otra de las tantas dilaciones que a diario se vive en la eterna espera por una unidad de transporte público. La preocupación por iniciar la faena, frustrada por la falta de unidades, rompió en la molestia de los usuarios que tomaron el asfalto hasta tanto no llegaran los mentados autobuses.

– Por ahí andan todavía – acuña uno de los testigos. Dijeron que si no venían las unidades iban a volver a trancar.

– Pero ahora la realidad es otra. Ya no hay iracundia, sino mera resignación por el problema que se diluye en las tareas cotidianas. Tres horas después, en la quietud que ronda el mercado de Chirica, entre buhoneros y el hollín que exhalan los pulmones de octanaje, Katherin Jiménez -morena, flaca, sonrisa amplia- baja de un microbús que paradójicamente dice que la Gobernación de Bolívar es integración y progreso. Paga al colector la suma de 30 bolívares, los que ya acostumbra por un pasaje regulado a 10 bolívares menos.

“Si hay que pagar más para que haya más carros sería mejor. Igualito la gente los paga porque ¿cómo se van a ir? Ya la gente ni se queja. Eso se quedó así”, asume resignada.

Este lunes Katherin tuvo suerte. Esperó solo media hora por un bus que la iba a llevar desde el semáforo de La Victoria hasta el de La Económica. Asume que no siempre espera tan poco, y que por fortuna iba a llegar a tiempo a su curso de administración.

Pero Yelitza González no tuvo la misma fortuna. Hoy llegó tarde al trabajo, pero ha aprendido a tomárselo con calma. Su espera por un bus que la lleve directo hacia Puerto Ordaz se traduce ahora en una conversa sin prisas con la dueña de un puesto de buhonería, a quien aprovecha para pagarle un fiado que había sacado semanas atrás. No puede hacer demasiado. Debe estar en su trabajo a las 9:00 de la mañana, y aunque esté en la parada una hora antes siempre llega hasta una hora y media después de su tiempo de entrada.

“Por eso a veces prefiero los pisteros. Porque si el bus me va a cobrar 50 bolívares y ni siquiera sé cuándo va a pasar, y si de paso voy a irme parada, prefiero esperar un pistero, que aunque no hay muchos por lo menos sé que voy a pagar 100 bolívares y que puedo ir sentada”.

Lamentos rutinarios

La protesta por el transporte público se ha vuelto parte de la estridencia diaria de Ciudad Guayana. A la habitual banda sonora de la ciudad, amenizada por la borrasca de motores, pitos, voces y sirenas, se une el quejido ciudadano que en horas pico cierra vías de la ciudad, como la avenida Manuel Piar y la carrera Churún Merú, en el sector Alta Vista, de Puerto Ordaz, no solo para exigir el paso de unidades, sino mayor regularidad en el recorrido, así como el cumplimiento de las rutas y el cobro del pasaje según ordena el Instituto Municipal de Tránsito Transporte y Vialidad Caroní (Imttv Caroní).

Ese quejido es la contraparte de la resignación. De la pasividad del ciudadano silente que acepta a regañadientes los mismos males como camino sin alternativa. Es la iracundia solapada entre labios, la que de a poco se colma hasta romper en protestas que pueden ir desde un cierre de calle hasta los saqueos como los suscitados en la avenida Manuel Piar el pasado 31 de julio.

Pero hay otra forma de iracundia. Una intermedia entre la rebeldía máxima y la resignación absoluta: un intermedio que al menos manifiesta su rechazo en plena espera.

Ese es el caso de Gaspar Jiménez y Jorge Brito; ambos, agentes de seguridad y con sitio de trabajo en Puerto Ordaz. Deben entrar a las 6:00 de la tarde, pero para llegar a esa hora deben estar en la parada tres horas antes.

“Antes del BTR (Bus de Tránsito Rápido) la cosa fluía más. Ahora mandaron los buses para otro lado y tenemos que esperar más para que pase un carro (autobús). Los choferes se quejan de que no hay cauchos, que no hay repuestos, pero también le quieren vender el pasaje a uno en 30 bolívares. Yo gasto como 80 bolívares diario en transporte. Casi lo que me gano en el día me lo gasto en transporte. No sé hasta cuándo va a ser esto”, desahoga Jiménez.

El futuro del transporte público en Guayana sigue tan incierto como las rutas improvisadas o el desarrollo del BTR. Su ruta se mueve en un ambiente de reglas que se rompen y ánimos que se caldean. Y así cada protesta, como la de este lunes en la mañana, seguirá sirviendo como válvula de escape ante la frustración ciudadana… hasta que los ánimos ya no puedan aplacarse con un cierre de calle. (Correo del Caroní)

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