madre

Isabel -de Maracaibo- es madre de tres lindas niñas. Su esposo, tapicero, hasta hace un tiempo, generaba lo necesario para sobrevivir, con dificultad, pero se las arreglaban, ahora hay que hacer esfuerzos extras. “Llevo todo el domingo haciendo cola para comprar cuatro kilos de harina, pero ya son las 4:00 y dicen que ya no hay más. Hay que volver mañana”, me contó hace unas semanas. Fue al día siguiente, cuatro horas más y logró su meta: harina para las hijas. ¡Día y medio! ¡Ese motor no sufre de apagones!

Este domingo se celebra el Día de la Madre. Ciertamente, en este país las madres no están para celebrar, no se pueden dar ese lujo, este año ni siquiera disfrutarán de las tradicionales actividades que las escuelas suelen hacer por ese motivo el viernes, pues ya saben, por orden gubernamental, clases los viernes no hay. Pero lo que más angustia a las mamás en esta Venezuela de semanas paralizadas es la escasez de alimentos y medicinas para niños y niñas. Todo eso, aunado a las balas sueltas buscando víctimas, tiene a las madres sacando energía uno no sabe de dónde.

“Mi hijo mayor me dijo que estaba muy flaca”, me dijo hace días la señora Iris de San Félix. Me dijo que prefería que comiera la pequeña -su hija menor- y no ella. ¡Se me encogió el estómago! Y es verdad, ahora que lo dice, Iris está más delgada, esa es su dieta obligada: dos comidas al día para que la pequeña, de 5, coma algo en la noche. Su motor no se puede apagar, porque igual con dos comidas, tiene que trabajar.

Historia de la energía de madres y comadres tengo muchas. Yo las admiro. Vean la de Anita, de Petare: “Llegué un poco tarde al curso -dice apenada la señora- es que pasé la madrugada recogiendo agua para lavar este fin de semana”. ¡Caramba! ¡Y todavía se excusa por llegar un poco tarde al curso para aprender a dar primeros auxilios psicológicos a víctimas de la violencia! Anita también contó que había sido payasita en una actividad para recrear a los hijos de los trabajadores de la oficina de Fe y Alegría Miranda. “Imagínese: ¡yo de payasita!”. Y reía satisfecha. ¡Hay energía para todo! Se me distiende el estómago.

Energía inagotable tiene Maritza, maestra jubilada de otro grupo de Madres Promotoras de Paz. Volvemos a San Félix. Su esposo está delicado de salud, también uno de sus hijos, pero ella saca energía para el trabajo con maestras y mamás de su parroquia, con paciencia y perseverancia también inagotables. ¡Es comadre de media comunidad! Pasó un año buscando el permiso para hacer trabajo voluntario en las escuelas públicas de su sector ¿No es de admirar?

Hay maestras/madres con motores iguales a los relatados, como el de Desiré. De lunes a viernes trabaja en el equipo zonal de Fe y Alegría Caracas, y los fines de semana acompaña un grupo de parejas de la parroquia católica donde vive ¡Siempre tiene un chiste en sus labios! ¡Nada de apagones! Tiene dos lindos niños pequeños, para ellos también hay energía. El corazón se me expande también porque como Desiré hay unas cuantas.

Claro, lo anterior no quita que lo que quiero es escribir a las ministras y altas funcionarias que sean madres y pedirles que se pusieran en el lugar de ese montón de mamás que no quieren flores ni discursos en su día sino medicinas, alimentos para sus familias y que sus hijos lleguen a viejitos. Seguro que ellas tienen hijos o nietos o sobrinos… ¡Si pudieran pensar como madres, o comadres o abuelas y no como funcionarias tal vez actuaran de otro modo! Tal vez ellas mismas exigirían al presidente que acepte la ayuda ofrecida por organismos internacionales de mandar medicinas. Es posible que no se hayan leído el poema Los hijos infinitos, de Andrés Eloy Blanco: “Cuando se tiene un hijo/ se tienen todos los hijos de la cuadra/ y de la calle entera”.

Luisa Pernalete

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