Mi amigo Jacinto, médico, me contó que hace unos días vio a una paciente en su consulta y le dijo que no había comido nada, y que no tenía dinero ni para un jugo. Conmocionado, fue y se lo compró él y se quedó pensando en el hambre que está sufriendo.
Nuestra Constitución, la suya, la mía y la que debe ser respetada por las autoridades, porque es nuestra Carta Magna es la más grande, la madre de las leyes, dice que “podrá decretarse el estado de conmoción interior o exterior en caso de conflicto interno o externo, que ponga seriamente en peligro la seguridad de la nación de sus ciudadanos o ciudadanas o de sus instituciones”. Siendo así, yo decreto mi propio estado de conmoción.
Me conmocionó la muerte de Ana Karina, una adolescente de 17 años, alumna del colegio Andy Aparicio de Fe y Alegría (La Vega, M. Libertador), que hace unos días iba a su pasantía, el autobús en el que se desplazaba fue atracado y ya saben: cualquier cosa puede suceder… no se graduará, Ana Karina era de un grupo de danza, participaba en actividades de la parroquia… no se va a graduar. ¡Otra vez maestros enterrando alumnos!
Este caso pone seriamente en peligro la salud mental del colegio que verá vacío el pupitre de su excompañera. Añado el dato de que, según Provea, la OLP no está suponiendo la reducción de la inseguridad en los sectores populares, más bien supone una tragedia para los habitantes donde opera. Lea el último informe de derechos humanos recién presentado por la organización que lleva décadas monitoreando el país en cuanto a derechos humanos, y dígame si no es para conmocionarse.
Igualmente me conmocionaron los testimonios de unas maestras de Maracaibo, en los cuales lloraban porque en sus casas no tienen nada para comer. Ahora tenemos que preocuparnos por los estudiantes y también por los maestros. En el mismo tema de Historias de hambre, mi amigo Jacinto, médico, me contó que hace unos días vio a una paciente en su consulta y le dijo que no había comido nada, y que no tenía dinero ni para un jugo. Conmocionado, fue y se lo compró él y se quedó pensando en el hambre que está sufriendo. También me contó del caso de una joven que conoce, que trabaja en casas de familia, que se desmayó en el metro por hambre.
Resiliencia venezolana
En fin, comprenderán que motivos para estar conmocionada no me faltan. Ni les cuento cómo quedé cuando una noche de estas vi un tuiter de una alta funcionaria que recomendaba a países hermanos “copiar el modelo de atención hospitalaria de Venezuela que garantiza 100% de atención”. Hubo más de uno conmocionado, al rato la funcionaria retiró sus 140 caracteres.
Sin embargo tengo que decir que así como declaro mi estado de conmoción también declaro que permanentemente me conmueve, me sorprende la capacidad de resiliencia de los venezolanos, también la bondad -sí, la bondad- de tanta gente que silenciosamente tiende la mano. Les cuento, por ejemplo, que a raíz de las historias del hambre de mi columna pasada, entre otros insumos, un colectivo de profesionales de muy alto nivel algunos, se está planteando la creación de un grupo de ayuda humanitaria que pueda contribuir a la resolución de emergencias en alimentos y medicinas. Eso me conmueve.
Me conmueve la permanente preocupación y ocupación de educadores por reducir inasistencias en sus escuelas por construir caminos que frenen la violencia, por formarse para acompañar a víctimas de esta violencia. Son horas extras no pagadas. Me conmueve porque se lo que significa trabajar más a pesar del cansancio.
Me conmueven los médicos que se arriesgan por sus pacientes, me conmovió el encuentro de pacientes de enfermedades intestinales inflamatorias (EII) en el Hospital Vargas: un montón de pacientes escuchando ponentes que no cobran dedicando su sábado a ayudarles.
Me conmueve la terquedad evangélica de mis compañeros de la Redhnna y de la red de Entidades de Atención, ¡No descansan! ¡No pierden la capacidad de asombro! Me conmueve ver la insistencia de muchos, muchos, ciudadanos diciendo que contarse es una manera pacífica de destrancar el juego del país. No veo mayoría proponiendo armarse hasta los dientes.
Cuando me conmuevo, la conmoción se me reduce. Crece mi fe en la humanidad, pero crece también mi convicción de que los pacíficos tenemos que hablar más alto.