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Con la mirada perdida, Joan espera por un tratamiento que no existe. Tiene un mes en la sala de pediatría por el dengue y una neumonía que lo castigó al mismo tiempo, manteniéndolo tumbado en la cama del único gran hospital público de la Gran Sabana.

Yajaira Tovar, la mamá de Joan, ya no le quedan ganas para quejarse por la falta de medicinas y el hambre que ha debido pasar ella y su hijo de cuatro años durante este trance. Debió pedir prestado un nebulizador para tratar al pequeño, porque el que había en el centro se lo robaron.

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Tovar sabe de la impotencia que también viven las enfermeras y los médicos por las carencias para atender a quienes convalecen en el centro médico Rosario Vera Zurita, en Santa Elena de Uairén. El único que cubre a los pueblos del sureste de Bolívar, pero de la manera más precaria.

Joan tiene como vecino a Sebastián, un niño risueño de unos seis años de edad. Sufre de un paludismo que en un día consumió los 26.000 bolívares que gana mensualmente su madre, Diosdeily Mejía, quien trabaja como enfermera en el mismo hospital.

El dinero se destinó para hacer los exámenes de laboratorio al niño. Ese centro estuvo cerrado durante tres meses seguidos y ahora funciona a medias por falta de reactivos.

Quizás por conocer al monstruo por dentro, Mejía corre con suerte, pues duerme con su hijo en la misma cama. Enfermeras cuentan que familiares de otros pacientes deben dormir en el suelo.

– A curarse en Brasil –

La realidad en el Vera Zurita no dista mucho de la crisis que vive el sistema sanitario público de Venezuela: carencias de medicamentos básicos, fallas en la infraestructura, robos de equipos, bajos sueldos y falta de personal asfixian a pacientes, médicos y enfermeras por igual.

El centro asistencial no cuenta con vitaminas ni sueros para curar una diarrea. Los antialérgicos están desaparecidos. El único antibiótico que se suministra es la Oxacilina, ante la falta de Dipirona. El Epamin, un anticonvulsivo destinado para casos epilepsia, no existe. Las bombonas de oxígeno son insuficientes para atender las cirugías.

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Pacientes dicen que doppler, nebulizadores o ecosonogramas son tratamientos que se ven únicamente en Santa Elena en las series de medicina de la TV.

Los casos más complicados en este sanatorio dependiente a la gobernación del estado Bolívar son enviados a diario a Boavista, en Brasil. Embarazadas con preclamsia, heridos de bala o hasta pacientes deshidratados son trasladados a diario en ambulancia, que puede cruzar la frontera hasta tres veces al día.

“Estamos mandando pacientes a Brasil, porque no hay solución fisiológica para tratarlos”, denunció Luis Carmona, un médico de 25 años de edad, quien cumple su rural en el hospital desde enero pasado.

Advirtió que la asistencia humanitaria del país vecino se está restringiendo ante los casos de venezolanos que deben ser atendidos a diario en su sistema de salud.

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Los constantes viajes fundieron el motor de la única ambulancia que cuenta el hospital. La unidad se dañó porque hacía tres viajes diarios a Boavista. Cada trayecto dura cuatro horas, ida y vuelta, trasladando hasta cuatro pacientes de distintas complicaciones. Ahora solo cuentan con el vehículo que provee el servicio 171.

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“Pero si hay un herido de bala, hay que parir una ambulancia”, advierte Xiomara Brito, una de las enfermeras encargadas del área de emergencias y hospitalización al narrar la maniobras que ha debido vivir (y sufrir) para mantener una vida.

En una oficina de paredes amarillentas, una lámpara que medio funciona y moscas revoloteando el lugar, Brito cuenta cómo los médicos y enfermeras recolectan a diario dinero cuando un paciente no tiene con qué comprar una solución o hacerse una toma de rayos X, un servicio que tampoco ofrece el hospital.

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– Partos en medio de la escasez – 

La cura a la crisis en este sanatorio no tiene rápida solución, toda vez que no hay médicos especialistas. No hay traumatólogos, cirujanos, neonatólogos y el único ginecólogo que había en Santa Elena renunció por falta de insumos mínimos para cumplir con su trabajo.

Y es que nacer en el confín de Venezuela es un reto. La sala de partos del sanatorio parece una sauna. El aire acondicionado no funciona y los monitores para asistir a las parturientas presentan fallas. A pesar de los problemas, el hospital atiende entre cuatro a diez partos al día.

El quirófano para cirugías también está cerrado por problemas con el aire acondicionado. La limpieza de este tipo de salas es irregular ante la falta de Gerdex, un líquido esterilizante muy usado en los hospitales.

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Para operar con normalidad, el Vera Zurita debe contar con al menos 25 médicos, según expertos consultados. Actualmente tiene 18 repartidos entre pediatras, gastroenterólogos, internistas y anestesiólogos, que deben atender los casos más comunes en la frontera con Brasil: paludismo y embarazos.

Algunos pacientes son enviados al Centro de Diagnóstico Integral (CDI) del poblado, que tampoco se da abasto para atenderlos. según los galenos.

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Por problemas de insumos, los pacientes comen tres veces al día, pero de manera muy irregular. Niños y madres comieron una arepa frita sola como desayuno; un plato de caraota y arroz de almuerzo. La cena se cubrió con un atol.

Quienes llevan la peor parte son los médicos. Ellos algunas veces no cuentan con comida en las guardias que se extienden por 24 horas y no tienen ni un filtro de agua para hidratarse.

En los últimos meses, el número de casos de paludismo en Santa Elena han crecido con la llegada de las lluvias. Al menos cinco pacientes trata a diario el hospital, cuyas instalaciones fueron fumigadas por epidemiólogos de Brasil.

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– Sueldos de miseria –

Molesta por la falta de apoyo, esta enfermera de ascendencia Pemón denuncia que no hay ninguna disponibilidad de los funcionarios del gobierno estatal para atender la situación.

“Mi sueldo llega a los 28.000 bolívares con cestatickets. De mi salario vivo una semana, del resto vivo de Dios y su divino poder”, aseguró.

Los sueldos son tan bajos que desatan una risa maquiavélica entre los médicos consultados. Ellos tenían cinco meses sin cobrar.

Dicen que los incentivos de la gobernación son tan bajos que no se puede cubrir los costos de una economía fronteriza, anclada por la minería, el contrabando y el turismo: los viáticos son 400 bolívares diarios, mientras el bono por trabajar en la frontera llega los 13.000 bolívares al mes.

Carmona, junto a sus colegas Andreína Álvarez y María Cachafeiro hicieron algo que puede resultar insólito para un periodista en Caracas: reunirlos en una sala del hospital público para explicar las desventuras que resulta trabajar en él.

Sus impresiones no distan mucho de lo que sufren sus colegas en el resto del país: impotencia, decepción y frustración son las palabras que salen de sus labios al resumir sus experiencias como médicos rurales.

“Cada guardia se hacen cada cuatro días y son una tortura por todo lo que vivimos”, denunció Álvarez, 24 años, proveniente del estado Aragua.

Para Carmona es inevitable comparar su realidad económica con lo que obtiene un médico brasileño, que trabaja a tan solo diez minutos del hospital. Cada galeno, gana 17.000 reales, unos 5.000 dólares al mes. Su sueldo: llega a los 40.000 bolívares al mes, incluyendo bonos.

Los jóvenes médicos no descartan irse del país. Coinciden que tanto esfuerzo no puede ser correspondido con indiferencia y sueldos de miseria.

“Así hacemos frontera, y así nos pagan”, apunta Brito.

El Estímulo

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