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La galopante y pavorosa crisis que vive el país amenaza con dejar perplejos a  toda la nación. Cada día que transcurre las tensiones sociales aumentan considerablemente sin que, por lo pronto, se observe de parte de quienes tienen la responsabilidad de dar respuesta a las exigencias colectivas iniciativas que conduzcan a abrir expectativas positivas en la satisfacción de las demandas.

El Gobierno rodeado por doquier de amenazas, reclamos, exigencias de diversa naturaleza, además de inquirido y demandado por sus propios adherentes y de otros ya no tan sumisos y subordinados al desatino gubernamental, deambula   ensimismado en su tragedia.

Candelita que se prenda…

Célebre fue la frase pronunciada por algún vocero impertinente y arrogante: “candelita que ser prenda, candelita que se apaga” El mismo Maduro la utilizó, y por estos tiempos no aparecen los bomberos suficientes para impedir la propagación de una llama que amenaza a todo el país.

El Gobierno no brinda salidas convincentes y eficaces para satisfacer los reclamos, por el contrario, sus ofrecimientos se convierten en combustible que acelera la intensidad de la llama que flamea sin cesar y con más vigor. La única política en práctica para impedir el reclamo y la protesta es la represión policial que siempre tiene un límite y su eficacia tiende a desaparecer como se apreció en los recientes acontecimientos de Cumaná.

Del Caracazo al Cumanazo

Por mucho tiempo, desde el desatinado galáctico hasta nuestros días, los jefecillos rojos han buscado enaltecer, como parte del proceso revolucionario, los infaustos acontecimientos del 27 de febrero de 1989. Se han atrevido a celebrar y hasta significar la fecha como la chispa que dio lugar a lo que pomposamente han dado en llamar génesis de la revolución bolivariana.

Del Caracazo que tanto enorgullece a la oligarquía roja se recuerda su explosión por los Valles de Pacairigua hasta tomar vigor en ciudades cercanas, incluida Caracas. De una gran insatisfacción popular por el aumento del precio del transporte devino en un vulgar vandalismo y pillerías que afectó diversos comercios. Nadie protestaba por hambre ni por escasez de bienes esenciales. El Caracazo no fue el inicio de una revolución, mucho menos bolivariana como algunos tontos pretenden hacer ver, pero sí tuvo algunos de los rasgos que emboban y hacen babear a los revolucionarios: violencia, destrucción y muerte.

Alcanzar el ideal

En Cumaná, el ahora llamado “El Cumanazo”, tampoco es el origen de una revolución ni de una contrarrevolución. Es simplemente una acción social, reprochable y nunca admisible, de unos ciudadanos que, sin saberlo, revelan la precariedad de un Gobierno que se quedó sin estima y sin legitimidad. Volver la mirada hacia Cumaná y sonreír ante la tragedia gubernamental de no poder reivindicar “el Cumanazo” como parte del proceso revolucionario porque lo ocurrido los desnuda y los pone en evidencia, es un error.

La misión positiva de un nuevo liderazgo debe estar enmarcada en la superación de los males del presente; el inicio de ese nuevo siglo fue signado por la destrucción de lo existente, por la apropiación de tierras productivas que ahora yacen sin ofrecer nada a los venezolanos, por la expropiación de empresas que al presente dan pérdidas al Estado. Hay que poner la vista en la prosperidad y en el progreso.

El reencuentro con una Venezuela próspera es un ideal que debe ser procurado, luego de 17 años absurdos, con la participación incluyente de toda la sociedad: un amplio acuerdo nacional, en la búsqueda del porvenir y el bienestar.

Tal Cual

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