Colombia y Venezuela han vivido una década conflictiva y llena de paradojas. Los triunfos electorales de Hugo Chávez Frías en Venezuela (1999) y de Álvaro Uribe Vélez en Colombia (2002) y la decidida implementación de sus proyectos políticos, antagónicos entre sí, explican la inestabilidad y continuas crisis bilaterales en los últimos años. Esta tensión ha llegado a su máxima expresión a partir de agosto de 2009 cuando se hizo público el acuerdo militar de Colombia con Estados Unidos.
El liderazgo personalista de estos dos mandatarios ha polarizado ambas sociedades y minado la institucionalidad interna de ambos Estados, al tiempo que ha debilitado los espacios binacionales capaces de generar procesos cualificados de integración, acuerdos y resolución de conflictos. Ambos jefes de Estado son puntas de lanza de proyectos antagónicos en América Latina. La administración Uribe es plataforma de la política económica y de seguridad de Estados Unidos para la región y el socialismo del siglo XXI del presidente Chávez posee vocación expansionista y tiene una agenda anti-neoliberal y antiestadounidense, de alianzas estratégicas con adversarios tradicionales de EEUU como Cuba, Rusia, China e Irán.
Conflicto Binacional
En Colombia la implementación del Plan Colombia (a partir de1999) y el triunfo de Álvaro Uribe Vélez (2002 y 2006) con su política de seguridad democrática, de mano dura, enfilada al aniquilamiento de los grupos guerrilleros (FARC y ELN), con una agenda económica neoliberal abierta al capital transnacional y al Tratado de Libre Comercio con EEUU, ha sido un factor de roce con el gobierno venezolano.
Uribe posee un estilo de liderazgo carismático con un fuerte acento personalista, populista y mediático que, pese a haber estado involucrado en importantes escándalos que vinculan a funcionarios de su gobierno al paramilitarismo (“la parapolítica”), mantiene una alta popularidad producto de su lucha contra las FARC-EP y, a pesar de que cuenta con un gran respaldo social, su liderazgo ha dividido y polarizado a Colombia. En Sur América se encuentra cada vez más aislado de sus vecinos debido a la incondicionalidad de su gobierno a los intereses norteamericanos, al punto de que se ha erigido como cabeza de puente de Estados Unidos para el continente suramericano.
El avasallante triunfo del uribismo en las recientes elecciones parlamentarias y la posibilidad de un continuismo de la seguridad democrática si Juan Manuel Santos, candidato del partido de la U que ha punteado en las encuestas para las próximas elecciones presidenciales, llega al poder, ha despertado recelos y suspicacias en el oficialismo venezolano y manifiesta alegría en la oposición antichavista expresada con regularidad en los editoriales de uno de los principales diarios de oposición en Venezuela, El Nacional, en donde continuamente se alaban las bondades de la seguridad democrática y colocan a Álvaro Uribe como el paladín de la justicia y la democracia en Sur América.
El triunfo de Hugo Chávez Frías (1999) en Venezuela y su permanencia en el poder a lo largo de una década con su proyecto Bolivariano para América Latina, proclamado ideológicamente como el “Socialismo del siglo XXI”, caracterizado por una gestión interna centralizadora, estatista y de marcada presencia militar y contenido social, ha hecho que las divisiones y polarizaciones existentes entre los dos países sean más agudas.
El actual gobierno venezolano ha tenido una política internacional de carácter expansionista para la región, apoyada en la cartera petrolera y abocada a la creación de bloques regionales antinorteamericanos (ALBA y PETRO CARIBE) y ha manifestado una expresa simpatía hacia los grupos insurgentes colombianos para quienes ha pedido públicamente la exclusión de la lista de grupos terroristas y ha reivindicado su estatus de beligerancia, mientras la FARC-EP y el ELN han reconocido públicamente, a través de comunicados y panfletos, su apoyo a la revolución bolivariana.
Otro punto de divergencia con Colombia ha sido la opción por la multipolaridad que, unida al antinorteamericanismo, le ha llevado a establecer relaciones estratégicas con otros polos de poder adversarios a USA tales como Cuba, Rusia, China e Irán.
En este momento el proceso bolivariano atraviesa una crisis interna por los escándalos de corrupción que involucran a funcionarios de los círculos más cercanos al presidente, además de la agudización de problemas estructurales y cotidianos como la inseguridad ciudadana, el déficit de vivienda, el desabastecimiento de alimentos y una inflación galopante que cerró en 29 por ciento en 2009, sumado a la sentida crisis del sector eléctrico y de agua potable.
Todo esto ha ido restando intestinamente credibilidad al socialismo del S. XXI, justo en un momento sensible donde se está entrando en un año electoral en el que se definirá la composición de la Asamblea Nacional, actualmente controlada por el oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
El conflicto entre estos dos proyectos regionales, cristalizado en el antagonismo de Uribe y Chávez, ha llevado a los dos países, en esta década, a importantes tensiones que han amenazado la estabilidad regional y la integración binacional.
En esta dinámica de encuentros y desencuentros se han ido generando alianzas políticas regulares e irregulares entre sectores polarizados de ambos países. Prueba de ello son las reiteradas acusaciones y señalamientos que ambos gobiernos se han lanzado en la llamada diplomacia de micrófono: Uribe acusa a Chávez de terrorista por apoyar a las FARC-EP y aceptar en territorio venezolano campamentos de guerrilleros y, a su vez, Chávez señala al gobierno colombiano de ser la punta de lanza de un plan del “imperialismo norteamericano” para desestabilizar el proceso revolucionario a través de la infiltración paramilitar vinculada a sectores extremistas de la oposición derechista en Venezuela, especialmente en los estados fronterizos de Táchira y Zulia.
Bajo el supuesto de que dichas acusaciones de lado y lado sean fundadas, podríamos entonces manejar la hipótesis de que se ha venido gestando entre ambos países un conflicto binacional de carácter irregular en el que se articulan binacionalmente los polos confrontados al interno de cada uno de los países y que tiende a internacionalizarse por la vinculación en el mismo de Estados Unidos, Rusia y la presencia de Irán.
Lo paradójico de esta relación es que en medio de este proceso de tensión bilateral “el comercio entre los dos países se multiplicó por 3 en el periodo 2004-2008, hasta alcanzar la nada despreciable suma de 7.300 millones de dólares”. Sin embargo, la crisis que inició en 2009 sí ha impactado el comercio binacional al punto de que para finales de 2009 las exportaciones colombianas a su vecino se redujeron en un 25% al finalizar el 2009.
Si esta tendencia se mantiene se estarían haciendo realidad las amenazas del presidente de Venezuela de sustituir estratégicamente la relación comercial con Colombia por las de Argentina y Brasil, aunque estas últimas impliquen un mayor costo económico. Un indicador importante es que Brasil ha sido favorecido con esta crisis, pues el comercio bilateral del gigante del sur ha crecido significativamente, entre otras razones, por su relación con Venezuela. No olvidemos, además, que el gobierno venezolano está a la espera de la aprobación definitiva de su incorporación al MERCOSUR, y el fortalecimiento de las relaciones comerciales con las dos economías más grandes de ese mercado común, que son estratégicas.
La mutua dependencia económica que ha servido de catalizador y ha forzado la negociación entre los dos jefes de Estado en las recurrentes tensiones binacionales en los últimos años pareciera tender a debilitarse. A esto se le añade la desinstitucionalización de los espacios de negociación bilateral por el personalismo de ambos líderes y la tendencia a un marcado crecimiento en ambos países en sus relaciones comerciales con Brasil.
En este escenario la diplomacia brasileña será la llamada a cumplir un importante papel de mediación, tomando en cuenta la crisis de credibilidad que atraviesan los espacios multilaterales en la región dada la polarización política, por ejemplo, para Venezuela no es confiable una mediación por parte de la OEA, mientras que para Colombia no es creíble la mediación de UNASUR. En la reciente reunión de Río, celebrada en México, se creó el Grupo de Amigos para mediar en el conflicto y se delegó al presidente Leonel Fernández de República Dominicana, pero sus intentos de mediación han fracasado.
Papel de Estados Unidos en el conflicto
El gobierno de Uribe ha sido el principal aliado de los Estados Unidos en la región y, sin duda alguna, la punta de puente para sus intereses en Sur América. Por otro lado y, paradójicamente, aunque Estados Unidos es el principal socio comercial de Venezuela, el país Bolivariano ha torpedeado los planes norteamericanos para la región como la Iniciativa Regional Andina (IRA) una extensión del Plan Colombia para la Región Andina. En este caso, la dependencia económica no se ha expresado en dependencia política.
Es evidente la preocupación de la administración de Obama por la relación cercana y fluida de Venezuela con Irán. La Secretaria de Estado de USA, Hillary Clinton, ha manifestado públicamente que los países deben considerar las consecuencias de tener relaciones con Teherán. No cabe duda que la Casa Blanca observa que el proyecto bolivariano es una amenaza para la estabilidad de la región y para la seguridad de ese país por la estrecha vinculación que tiene Chávez con Irán.
Recientemente el Gobierno colombiano ha recomendado a los ciudadanos colombianos que no viajen a territorio venezolano, generando una matriz de opinión desfavorable no sólo hacia el gobierno Bolivariano, sino hacia Venezuela como país. Lo que llama la atención es que esta “recomendación” ha sido respaldada tanto por el embajador de EE.UU en Colombia, William Brownfield, como por Robert Gates, Secretario de Defensa de EE.UU en su reciente visita a Colombia.
Cabe recordar que en la convivencia entre ambos pueblos en los últimos años, pese a las diferencias políticas de sus capitales, los vínculos de integración se han profundizado desde abajo, y que un importante número de venezolanos son descendientes de colombianos o de origen binacional, y que los niveles de acogida y de reconocimiento por parte del pueblo venezolano son significativos. Es importante señalar que según el ACNUR se encuentran en Venezuela alrededor de 180 mil personas en situación de refugio que vienen huyendo del conflicto interno colombiano, y que los actores de expulsión son paramilitarismo, guerrilla y Estado.
¿Un escenario de preguerra?
A la luz de los datos e informaciones precedentes surgen algunos interrogantes: ¿Estamos ante un escenario de preguerra convencional? ¿Ante un conflicto binacional de carácter irregular? ¿Estamos ante un nuevo modelo de “guerra fría”? ¿Ante un montaje o cortina de humo para desviar la atención?
La hipótesis de guerra convencional pareciera ser descartada por las siguientes razones: en primer lugar, entre 1918 y 2005, el 70% de las crisis interestatales en América Latina se han resuelto de manera pacífica superando ampliamente al resto del mundo.
En segundo lugar, según Jorge M. Battaglino, desde el punto de vista militar hay tres factores que desincentivan el estallido de un conflicto armado que son: a) la escasa certidumbre sobre quién obtendría la victoria; b) las limitaciones materiales de las fuerzas armadas y de los gobiernos para mantener un esfuerzo de guerra prolongado; y c) una geografía que dificulta el desarrollo de operaciones militares.
En tercer lugar, la interdependencia económica entre ambas naciones que toca áreas estratégicas como la energética y los corredores comerciales hacia el pacífico y, en cuarto lugar, la integración social y cultural de base que trasciende los intereses políticos y ha ido creando una cultura binacional vehiculada por los procesos migratorios con un nuevo sujeto social y cultural que define su identidad desde su binacionalidad.
La hipótesis de conflicto binacional de carácter irregular pareciera adecuarse más a la actual crisis porque los actores polarizados y radicalizados al interno de cada país han ido progresivamente estrechando sus vínculos con su polo correspondiente en el país vecino, haciendo de la polarización un fenómeno transfronterizo e interconectado que transversa a los dos países. Por ello, el presidente de Venezuela habla de un plan de penetración paramilitar para desestabilizar el proceso revolucionario, mientras la administración colombiana acusa al presidente Chávez de aliado de las FARC. Este escenario se complejiza al abrirse y entrar en relación con las potencias y otros actores de poder en el escenario global como EEUU, Rusia e Irán confirmándose de este modo también la hipótesis de la “guerra fría”.
La hipótesis de la cortina de humo o montaje para desviar la atención de los problemas internos y/o crear cohesión ante los adversarios internos en una coyuntura electoral tiene sustento. Sin embargo, limitar el análisis a este hecho es pecar de miopía y no ver el conjunto de dinámicas.
Si hay continuismo en el uribismo y en el chavismo será cada vez más difícil fortalecer una institucionalidad binacional capaz de construir un destino común entre ambos pueblos y resolver las diferencias y conflictos a través de la negociación y la palabra. Mientras tanto, los procesos sociales y cotidianos de integración seguirán divorciados de los centros políticos de decisión. Consideramos que la hipótesis de conflicto binacional de carácter irregular, no es más que la apuesta nefasta por una “parapolítica” de derecha en Colombia y de izquierda en Venezuela, incapaces de escuchar los procesos de convivencia social que apuntan a la integración de ambos pueblos.
Alfredo Infante SJ
Director Regional del SJR para Latinoamérica y el Caribe
www.sjrlac.org
Publicado en www.cinep.org.co