Hace ya casi una década, en una visita a Venezuela, Fidel Castro le dio a Hugo Chávez un consejo en público. Castro y Chávez habían recorrido decenas de kilómetros, en un vehículo descapotable, para llegar a Sabaneta, pues nuestro Presidente quería mostrarle al cubano, en una suerte de rito con el padre venerado, el lugar de sus orígenes.

En medio de tal recorrido, con un Chávez que entonces gozaba de una popularidad sin par en la historia democrática del país, miles de personas se agolparon a un costado de la carretera.

Muchos de aquellos compatriotas, como podrá deducirse de este relato, en realidad no estaban con el único interés de ver a ambos líderes, sino que apostaban por el momento en el cual podían acercarse a Chávez para entregarle una carta o sencillamente un papelito.

Cada una de estas personas, de forma muy concreta, le solicitaba al jefe de Estado su intervención para resolver problemas de índole personal: conseguir una casa, un cupo en la universidad, garantizarse una operación quirúrgica, etcétera.

Los papelitos llovieron ese día, y según pude constatar en los testimonios de entonces, no eran sólo barineses los que entregaban estos mensajes, en realidad había ido gente de diversas partes del país.

Castro, en un tono cordial, pero decidido, reprendió a Chávez en público: «Hugo, tú no puedes ser el alcalde de cada venezolano, tú eres el Presidente».

El furor de los papelitos creo que duró hasta el golpe de Estado de 2002, tras el cual ­y seguramente por otro consejo de Castro- terminó imponiéndose la lógica del resguardo presidencial.

Los anillos de seguridad, incluso proporcionados por agentes de la seguridad cubana, cortaron la posibilidad de que el venezolano de a pie le entregase directamente a Chávez un papelito con alguna solicitud.

El Presidente derivó en sus colaboradores, y entonces, si mal no recuerdo, creó una suerte de recepción de tales solicitudes en el Palacio de Miraflores, en donde cada día se hacían largas colas de peticionarios.

En labores periodísticas que ejercía por entonces, en más de una ocasión, cuando le daba cobertura a los actos presidenciales, me tocó recibir estos papelitos de personas que desesperadas por hacerle llegar su mensaje a Chávez recurrían a cualquiera que suponían dentro de la esfera presidencial.

Eran tiempos en que cualquier periodista podía abordar al Presidente en medio de una gira o tras una sesión de trabajo sin mayor protocolo y sin que el jefe de Estado le descargase, tal como ocurrió hace poco con la periodista de Televen.

El paso de los años no sólo puso viejo al gobierno, como era de esperarse tras cumplir 11 años de ejercicio en el poder, sino que también anquilosó las relaciones caudillo-pueblo que eran una de las características principales del modelo político bolivariano.

Eso también se vio reflejado en el programa ícono de la imagen oficial, Aló, Presidente, que en sus inicios se concibió como un espacio con énfasis en las llamadas del público y que luego ha derivado hacia un «talk show» presidencial, con muy contadas llamadas y una producción que deja poco o ningún espacio para la expresión de insatisfacción que prevalece, también entre los seguidores del chavismo.

El rostro del Presidente ha sido muy transparente, en los últimos tiempos, para mostrar su contrariedad cuando en alguna intervención se cuela una denuncia o se reitera una demanda no satisfecha, eso no parece formar parte del show y evidencia, desde mi perspectiva, que tiene poco interés en escuchar lo malo, lo no hecho o lo prometido e incumplido de su gobierno.

En realidad el Presidente se quiere escuchar a sí mismo y desea que el resto del país le escuche, y que además le escuche atentamente. Y en esta etapa de la gestión oficial es que hemos llegado al uso del Twitter por parte del jefe de Estado.

Un uso en el cual rápidamente se pasó al modelo de antaño: los papelitos del pueblo que le llovían al mandatario en sus primeros años.

La designación de 200 asistentes para que atiendan las demandas que emanan del Twitter habla, al menos de tres cosas: el Presidente ha recibido un aluvión de quejas e insatisfacciones y eso explica el volumen tan significativo de personas para darle seguimiento a las mismas; la gente que incluso sigue al presidente Chávez no tiene canales para comunicarse con el líder, quien antaño cultivaba la relación directa pueblo-caudillo; y conectado con lo anterior, Chávez no quiere enterarse directamente de lo malo de su gestión y por esa razón rápidamente deriva en asistentes, cuando la comunicación por Twitter no es sólo para elogiarle sino un canal para comunicar demandas insatisfechas.

El mecanismo de la comunicación directa, como lo es el Twitter y otras redes sociales, muy rápidamente también es arropado por el anquilosamiento de la gestión comunicacional del proyecto bolivariano, mientras que la gente ya no quiere más promesas, está exigiendo el cumplimiento de las mismas.

Es posible que la «fiebre» de Twitter que hoy afecta al presidente Chávez tenga corta vida de duración, y ello obedecería a una razón puramente comunicacional.

El modelo comunicativo que prevalece en la lógica bolivariana es el unidireccional, y eso explica que lo que sí se ha mantenido a lo largo del tiempo han sido las expresiones que sólo van en una dirección, como Aló, Presidente o las cadenas presiden- ciales de radio y televisión.

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