“Con Guaicaipuro, Paramaconi –los desnudos y heroicos Caracas-, hemos de estar, y no con las llamas que los quemaron, ni con las cuerdas que los ataron, ni con los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron” (Exaltación de José Martí al guapotori Guaicaipuro)
Ha llegado el momento de debatir, porque en un contexto probable de acoso imperialista, los hijos de los colonizadores intentarán masajearnos aquella colonización que nos hicieron tragar e internalizar en la educación “formal”. Por lo tanto, hay que hacer precisiones y abrir el debate -esto es, no cerrarlo-.
En muchos pueblos indígenas se reconoce y valora la diversidad, y por tanto, el diálogo intercultural. Al contrario, la posición colonial negó tal diálogo desde el comienzo de la invasión: ejemplo de ello fue el “requerimiento” que hicieron los colonizadores, el cual hicieron en lengua diferente a la local (en latín), y fue usado para arremeter contra la población nativa. Hoy siguen habiendo individuos colonizados que le niegan el diálogo a sus compatriotas en su propia lengua e idioma, en sus propios términos. Les niegan visibilidad en las asambleas indígenas, en las asambleas comunitarias ampliadas, e incluso, en los medios de comunicación que son del pueblo. O manipulan “arrogándose” una supuesta “representación” comunitaria indígena, usurpando al mismo tiempo la labor de traducción intercultural (se creen los caudillos de la comunidad “que tienen la última palabra”).
El protagonismo en la lucha por los territorios originarios lo tienen los mismos pueblos indígenas. Siendo pueblos ancestrales conocen bien la historia de su pervivencia e itinerario en dichas tierras, así como tienen memoria de cómo luego fueron despojados por latifundistas terrófagos de todo tipo: en tal sentido, es justicia histórica reconocerles tales territorios.
También es necesario aprender y recordar que hubo quienes traicionaron a sus propios pueblos por un efímero puñado de poder (como Moctezuma, o La Malinche ): son indígenas que se han prestado a los intereses de individuos no indígenas, siendo estos últimos los beneficiarios o bien los poderes que ellos promueven (transnacionales desarrollistas y extractivistas, etc.). Ello puede identificarse si tal proceso apunta a un desarraigo y alienación socio-cultural (etnocidio y vergüenza étnica) donde se copien modelos y estilos de vida foráneos, en vez de avanzar a una valoración de lo propio y ancestral (endoculturacion y afirmación étnica). O cuando tales “líderes” crean figuras inexistentes -en la historia, cultura y comunidad propias- tales como “autoridades ficticias” (Grandes Caciques, Guerreros y Shamanes) para dividir y debilitar a la comunidad a fin de terminar obteniendo cuotas o cargos de poder no indígena, o usan de manera extra-ordinaria y oportunista la indumentaria indígena propia o ajena (jugando al rol del “indio genérico”), cayendo en una especie de disfraz étnico que les permite obtener prebendas.
Algunos indígenas manipulan las alianzas con personas no indígenas de manera oportunista: en momentos de carencia les buscan cuando les necesitan para alcanzar ciertos objetivos, pero en otros momentos -de decisión y/o de abundancia- los desechan de manera arbitraria y desalmada. Acusan a ciertos indígenas más arraigados de “estar manipulados” (sobre todo si están prosiguiendo una lucha ancestral cultural o territorial), pero no reconocen que en su propio desarraigo son ellos mismos quienes son manipulados (por intereses capitalistas): “cada ladrón juzga por su condición”. Ello conlleva a que, obviando cuánto éstos han dependido de – o usado a- la sociedad no indígena, lleguen al colmo de dividir las reuniones entre “indígenas” y “no indígenas” (pero permitiendo contradictoriamente la inclusión de “ciertos aliados”, individuos -casualmente- cercanos al poder político o económico anti-indígena).
Hay aliadas y aliados que han apoyado a los pueblos indígenas respetándoles su protagonismo: a lo largo de siglos y décadas casi siempre han sido una minoría, a tal punto que, en los últimos años, casi todos se conocen, pues han estado en eventos similares, marchas, congresos, rituales, luchas, etc.; muchos han acompañado dicha causa con sus propios y escasos recursos. Más también han conocido igualmente una “común” descalificación -sobre todo- cuando forman parte de la resistencia al latifundismo y al desarrollismo capitalista (y a sus defensores); a los indigenistas e indianistas les han descalificado llamándoles contradictoriamente de muchas formas: comunistas marx-indianistas, cavernícolas, atrasados, subdesarrollados, narco-terroristas, criminales, agentes de la CIA , infiltrados, manipuladores de indios, aprovechadores parásitos, separatistas, ilusos, comeflores, etc.
La derecha anti-indígena (y no sólo ella) ataca siempre “a nivel personal”, y nunca se abre al debate. Y si lo admite es para “que le den la razón”. Por tanto, no discute argumentos, sino que desparrama arrogante toda clase de prejuicios, por la vía del rumor difamante, infamante e injurioso. A la Oligarquía , a los imperialistas -que también son colonizados-, no les interesa que la gente vea las cosas “por si misma”, que indague, investigue y piense “con cabeza propia”, que se identifique con sus raíces ancestrales y endógenas. Prefiere que la gente crea ciegamente, infundadamente, y si es posible, emocionalmente (o sea, irracionalmente). Por tanto, no buscará que la gente aprenda idiomas indígenas, o que se acerque a los pueblos indígenas y a sus comunidades. Pero si ello ocurriese, buscarán que la gente mantenga la sensación de verlos como “algo ajeno”, “divertido”, “exótico”, “folclórico”, “turístico”, “atrasado”, “salvaje”, “natural”, “inferior”. Es decir, que no haya una gratuita empatía, ni familiaridad, ni hermandad, ni igualdad posible. De aquí que la persona colonizada no quiera escuchar, aprender, compartir, reconocer, reciprocar, empatizar, sino al contrario, dictar, imponer, extraer, desconocer, usurpar, criminalizar…
La gente que no conoce de lo indígena puede aprender de las cosmovivencias y cosmovisiones ancestrales, de sus lenguajes y silencios, de sus ecologías, saberes, éticas y estéticas. Pero la persona colonizada no le interesa lo ancestral, sino lo cosmopolita foráneo, lo formal, rentable, efímero y utilitario. Por tanto, tampoco le interesan las luchas históricas indianistas ni las necesidades de raíz originaria, como tampoco sus derechos ni sus culturas. A causa de ello, desconocen a las autoridades tradicionales, los derechos de los pueblos indígenas y la jurisprudencia indígena (Art. 260 CRBV), e ignoran o desdeñan el capítulo constitucional indígena (Cap. VIII CRBV), la interculturalidad (Art.100 CRBV), y las normativas correspondientes (declaración de Derechos de los Pueblos Indígenas de la Organización de Naciones Unidas y convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas -LOPCI, Ley de Patrimonio Cultural de los Pueblos y Comunidades Indígenas, Ley de Idiomas Indígenas, Ley Nacional de Juventud, etc.).
Si algunas personas han visto a lo indígena como lo “indeseable”, “atrasado”, “retrogrado”, “bárbaro”, “salvaje”, “incivilizado”, “irracional”, “maligno”, “violento”, “conflictivo”, “problemático”, resulta sintomático que luego hablen de lo ancestral como problema (“el problema indígena”, el “indio malo”, “el salvaje problemático”), y acaricien la idea imperialista de que “el indio bueno es el indio muerto”, puesto que les perciben como “pueblos en vías de extinción”, o como “minorías”, “tribus alfabetizables”, “etnias civilizables”. Por ello poco les importa en absoluto la muerte física de los pueblos indígenas (genocidio), o su muerte cultural (etnocidio), sea esta muerte lenta y agónica (asfixia cultural, despojo territorial o esterilización forzada), o un exterminio fulminante (epidemia, hambruna, o masacre). Se cuidan muy bien de mostrar que muchas personas del mundo “civilizado” y su desarrollismo son viejas causantes de los problemas que los pueblos indígenas padecen. No obstante, si somos parte del problema, podemos cambiar y ser parte de la solución: pero primero tenemos que reconocer si somos parte del problema, y cómo y por qué lo somos.
Si antes un grupo de personas occidentalizadas se “unió” en su racismo, machismo, clasismo, eurocentrismo y xenofobia para dividir a las comunidades y pueblos indígenas (poniéndoles a pelear entre sí por nuestras “sobras” y “migajas”, por nuestros “espejitos de vidrios” desarrollistas), habría que ver si la unión ancestral pan-india implica una división entre nosotros “los occidentales”: entre honestos y deshonestos, entre socialistas y capitalistas, entre no racistas y racistas, entre humanistas / ecologistas sensibilizados y capitalistas / egoístas desalmados, entre internacionalistas planetarios y chauvinistas belicistas. Estos últimos siempre acusan al otro de lo que ellos son en sumo grado, cual adecos: dicen y repiten infundadamente que los indígenas van a “dividir al Estado nacional”, pero se cuidan muy bien de rememorar cómo estaban confederados e interconectados interna y externamente los continentes Muakaka (llamado después África) con las regiones de Aztlan, Anahuac, Abya Yala y el Tawaintisuyu (mal conocidas luego como América). Por tanto, ocultan que fueron los invasores quienes comprobadamente dividieron tales continentes -según el modelo germano/europeo- en Corregimientos, Cofradías, Provincias, Capitanías y Estados nación, y también callan acerca de cómo son “los occidentalizados” quienes recientemente sí tienen ésta voluntad separatista de un “Estado dentro del Estado” (por ejemplo, la derecha gringa y su muro anti-mexicano, los sionistas y su franja de Gaza, los hijos de Croatas en Bolivia que querían crear la “Media Luna”, los gobernadores de derecha acá en Zulia y Táchira, la “Gente del Petróleo” que separó PDVSA del MEM, la derecha ucevista, etc.).
La forma más fácil de deshacerse del fondo de un problema es satanizar o criminalizar a quien lo plantea, la cual es una manera de des-contextualizar y personalizar un problema cuyo origen es social. ¿Las y los siguientes fueron héroes y heroínas, o fueron criminales: Guaicaipuró, Urquia Marú, Baruta, Sorocaima, Tamanaco, Teques, Arichuna, Camoruco, Tuy, Araira, Anapuya, Ana Soto, María Rha, Orocomay, Misintá, Murachí, Yoama, Caribay, Tibisay, José Leonardo Chirino, Andresote, Guiomar de Buria, Luisa Mekaya Dua, Antonio Makeran González, Luciano Poyo, Barné Yavarí, Kaikutsé (Vicente Arreaza), José Manuel Romero? ¿Fueron cómplices de delito Miguel Acosta Saignes, Salvador de La Plaza , Gilberto Antolinez, Raúl Dominguéz Capdevielle, Francisco López Mieres o Lilian Palacios? Por otra parte, ¿eran admirables quienes a los indígenas les torturaron cortándoles miembros, friéndoles vivos en aceite caliente mientras los colgaban de cabeza, les empalaban, les enterraban vivos, les arrojaban a animales rabiosos o les arrastraban amarrados a caballos? ¿Acaso nos consideraríamos herederos de quienes desterraban a las mujeres indígenas y afrovenezolanas, o de quienes las violaban -incluso colectivamente? ¿De quienes les asesinaban degollándoles o fusilándoles, de quienes les cortaban las cabezas para colgarlas de postes, les descuartizaban o les ahogaban? Hay que recordar que muchos pueblos indígenas -y afrovenezolanos- perecieron por hambruna al despojárseles de su tierra-, por enfermedades -algunas traídas de Europa, como la sífilis- y de tristeza -ante la desintegración de sus familias por la trata esclavista de seres humanas y humanos-. Antes estas injusticias, incluso el mismísimo papa Juan Pablo II, en torno al Jubileo 2000, llegó a “pedir perdón” por los crímenes que la Iglesia Católica cometió en la Inquisición , las Cruzadas y la invasión europea. Pero tales violencias anti-indígenas no son parte de un “pasado remoto”. Baste recordar como hace poco -unas pocas décadas-, volvieron a asesinar a los pueblos indígenas: fueron muertos en emboscadas (Valle de caño Vera-Wanay; en el río Caura; en la perijanera Chaktapa), envenenados con vidrio molido (en el apureño Hato La Rubiera ), descuartizados (en la amazonense Haximú), “cazados como animales” (el terrible “Goajibear” de algunos ganaderos contrarios a los apureños pueblos Hiwi/Goajibo, Cuiva y Pumé) por parte de terratenientes “terrófagos” y mineros transnacionalizados (garimpeiros); masacrados para favorecer a los ganaderos en la comunidad perijanera Kasmera (durante la gobernación zuliana de Lolita Aniyar de Castro) y acribillados por traidores a su pueblo: la guardia militar de Carlos Andrés Pérez asesinó un grupo de Wayyu un fatídico 12 de Octubre. Incluso se conoce de casos de “esterilizaciones colectivas” a todas las niñas de 10 a 17 años de una comunidad de la Gran Sabana. Esto, sin contar las contaminaciones en el Zulia (lago de Maracaibo, Isla de Toas y Sierra de Perijá), en Bolívar (El Abismo, Los Pijiguaos, El Vapor, el Caroní, la Gran Sabana ), en el Delta Amacuro (Caño Manamo, Bajo Delta, Pedernales), en Amazonas…
Para invadirles, primero les han desconocido (un Consejo Municipal llegó en los años 90 a negar la existencia de los Ka`riñas de una comunidad del Guamo/Aguasay (Anzoátegui); hoy tal desconocimiento se expresa en la negación de la especificidad cultural indígena y afro en la ideología blanqueadora del “mestizaje” nacional/universal. También les han saqueado quitándoles piezas y patrimonios ancestrales para convertirles en museísticas “piezas arqueológicas”, robándoles rocas sagradas (la piedra Kueka del pueblo Pemón, así como minerales de los cerros Autana y Roraima). Hasta les han quitado sangre para “patentarla” en la Goajira venezolana. Como dice un abogado indigenista que ha manejado destacadamente la jurisprudencia indígena: “…la conquista española constituyó el primer factor de violencia sobre los aborígenes; tras sojuzgar con las armas, se dedicaba a despojarlos de sus tierras y bienes, no para cultivar y edificar, sino para extraer riquezas de sus suelos, que serían enviadas a la Corona ” (R. Colmenares, “Los derechos de los pueblos indígenas”). “Occidentales” siguen colonizando…eso aún no ha cambiado.
¿Quien tiene, por tanto, la moral o la potestad de llamar “criminales” a los pueblos indígenas? En el siglo XX los juicios se llevaban ante Tribunales, y partiendo de “la presunción de inocencia” –que es un derecho humano- la persona tenia (teóricamente) derecho a voz y defensa propias, a una defensa gratuita que le permitiera recabar pruebas de su inocencia. Sin embargo, tales garantías fueron violadas por el Puntofijismo adeco de Rómulo Betancourt al mandato “Disparen primero, averigüen después”. Hoy, en el siglo XXI, muchas instituciones y medios de difusión actúan como si fueran los “nuevos Tribunales”, violando toda presunción de inocencia, culpando, sentenciando, propiciando la segregación, el aislamiento, el ajusticiamiento social. No permiten el derecho a defensa, y la culpabilidad parece que no necesita “ser demostrada”: quien tiene “el poder de hablar” ya es juez. Ahora el mandato es: “Acuse primero, sentencie después”. No parecen garantizarse ni el derecho a replica ni los derechos humanos. En tal sentido, cuando tales instituciones y medios sacan de contexto social e histórico las antiguas luchas indígenas, cuando ocultan la larga trayectoria de lucha ancestral ante los continuados despojos históricos y las violencias que han sido perpetradas contra los pueblos indígenas, les “es más fácil” mancillar a las y los luchadores indígenas como “delincuentes” (que mienten, roban, matan, usurpan), como “salvajes” que se pelean entre sí, como “menores de edad” tutelables y manipulables. Al hacerlo, masajean el racismo y la hipocresía sociales, pero sobre todo, afianzan todos los prejuicios existentes, los cuales “beben” del desconocimiento social de toda la injusticia secular contra estos pueblos.
Por todo lo antes expuesto, finalmente queda precisar -parafraseando al uruguayo Eduardo Galeano y al zapatista Sub-comandante Marcos- que es importante escuchar de todo corazón a “los nadies”, “a los “ninguneados”, a quienes se les ha ocultado, invisibilizado y silenciado (ejemplo de ello, el cacique yukpa Sabino Romero Izarra, de Chaktapa, Sierra zuliana de Perijá…y su extensa familia). Si no hay justicia para los pueblos que han sido históricamente despojados a sangre y fuego por el Capital internacional y nacional, no puede haber Socialismo, y menos, Indo-socialismo. La justicia ha de comenzar con un cambio de actitud, de pensamiento y de sentimiento por parte de TODA la población, tanto en las clases oprimidas, como en los sectores opresores. ¿Somos nosotros parte de la “encubierta” supremacía étnica, del racismo y de la opresión colonial hacia los pueblos indígenas -y afro? ¿Podemos dejar de oprimir o de ser prejuiciados e indiferentes cómplices? Sólo dialogando y aprendiendo a escuchar a los pueblos despojados y empobrecidos, sólo abriéndonos a lo diferente -en el fragor del debate honesto-, podremos darnos cuenta de ello, y revolucionar revolucionandonos…y podremos acompañar en justicia y derecho al Libertador Simón Bolívar, cuando dijo:
“…Se devolverá a los naturales, como propietarios legítimos, las tierras que formaban los resguardos según títulos cualquiera que sea el que aleguen para poseerlas los actuales tenedores” (Decreto de mayo de 1820). Desde 1492 y hasta ese entonces, los pueblos indígenas han venido resistiendo. En lo legal, y más allá de lo legal, su justa lucha continua…
Hector Gutiérrez
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Aporrea, http://www.aporrea.org/ddhh/a104906.html