Las recientes afirmaciones que han circulado en la opinión pública en el sentido de que el lugar “natural” de la mujer es el hogar y la atención del marido y de los hijos, sirven para ilustrar de manera clara qué se entiende por perspectiva de género. Nada mejor que esta opinión descarnada, sin atenuantes, (¿tan políticamente incorrecta?), para ejemplificar lo que sostendremos a continuación.
Adoptar una perspectiva de género es, en última instancia, entender que la construcción de la subjetividad femenina y masculina, ese complejo proceso producto del cual nos hacemos mujeres y hombres, no se realiza en un vacío social, solamente como producto de la carga biológica que traemos al nacer, sino que, por el contrario, se da en un contexto socio-histórico que establece qué se espera del “ser hombre” y del “ser mujer”. Lo que equivale a decir que cada sociedad atribuye diversos sentidos a la masculinidad y la feminidad, y eso va cambiando históricamente. Tal como lo afirmó Simone de Beauvoir en su libro “El segundo sexo”, no se nace mujer, sino que se llega a serlo, y por extensión podemos decir lo mismo acerca del hombre. Así, en ese proceso de socialización, se desarrollan rasgos de personalidad, creencias, sentimientos, conductas (socialmente aceptadas unas y reprobadas otras), valores, que constituirán la subjetividad masculina y femenina. Pero también, y esto es importante destacar, relaciones de poder, atribuyéndose a los hombres el poder racional y económico y a las mujeres, el poder de los afectos. La validación de esa atribución de significados, se realiza haciéndola derivar de la naturaleza. De esta forma, y por mencionar sólo un ejemplo, la supuesta “pasividad” femenina sería una lógica consecuencia de sus órganos genitales, aptos para “recibir”. Sin embargo, bastaría sólo con asistir a un proceso de parto para darse cuenta del impresionante monto de actividad que desarrolla sólo en ese momento la mujer en ese maravilloso proceso de alumbrar una vida. Ni hablemos de la actividad desplegada por los millones de mujeres que en este país, como en el resto de Latinoamérica, son jefas de hogares. ¿O entonces debemos considerar que la paternidad irresponsable es consecuencia “natural” de la testosterona, con mayor presencia en los cuerpos masculinos? Nada de ello. Las hormonas por sí mismas no determinan nuestras actitudes sociales, que son producto del aprendizaje social.
La perspectiva de género entendida en este sentido amplio y no sólo como cuestiones de las mujeres tiene una importante área de intersección con la doctrina de los derechos humanos y es aquella que se refiere a la no discriminación. Los Estados, que son los responsables de garantizar los derechos humanos, están obligados a combatir toda forma de discriminación que pueda existir, de hecho o de derecho, por los motivos que sea, entre ellos, la discriminación por género. Tanto en el Sistema de Naciones Unidas como en el Sistema Interamericano hay instrumentos jurídicos que obligan a los Estados a actuar en contra de esta última. Uno de ellos, la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer, en vigencia desde septiembre de 1981 y adoptada en nuestro país el 02.06.83, establece, entre otras, las siguientes responsabilidades para los Estados: “a) Modificar los patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de los prejuicios y las prácticas consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados en la idea de la inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y mujeres; b) Garantizar que la educación familiar incluya una comprensión adecuada de la maternidad como función social y el reconocimiento de la responsabilidad común de hombres y mujeres en cuanto a la educación y al desarrollo de sus hijos, en la inteligencia de que el interés de los hijos constituirá la consideración primordial en todos los casos” (artículo 5).
Sólo a la luz de este artículo, se deriva una serie de iniciativas que debería emprender el Estado venezolano. Entre ellas, educar y concientizar a sus funcionarios para que sus prácticas y sus discursos no sean discriminatorios. Ímproba tarea en un momento donde aún se utiliza la palabra “pantaleta” como sinónimo de cobardía.
María Isabel Bertone
Coordinadora del Área de Educación de Provea