En toda confrontación política es usual que se exacerben los defectos del contendor y se exhiban las virtudes propias para atraer el apoyo de la población. Sin embargo, la calidad de los argumentos esgrimidos nos permite evaluar la cultura social y política, no sólo de actores individuales, sino de la colectividad toda.
En la Venezuela actual, se ha vuelto común escuchar a voceros y representantes de los movimientos políticos del gobierno y de la oposición acusarse mutuamente de homosexuales, en diferentes tonos y usando vocablos peyorativos. En las tribunas públicas, tales acusaciones contra los adversarios son aprobadas a través de eufóricas ovaciones de los asistentes. En otras ocasiones, se ha instado a los adversarios varones a “quitarse las pantaletas” como una forma de acusarlos de miedosos y cobardes. Estas expresiones no son solamente bravuconadas públicas sino que reflejan también situaciones de nuestra vida cotidiana.
Las ofensas que analizamos aluden a dos sectores de la población claramente discriminados en nuestro país: la comunidad de homosexuales y las mujeres. Los programas de humor, tan tolerados socialmente, en los que se ridiculiza a los homosexuales con recursos trillados, ¿no son una forma de violencia que vuelve más vulnerables a estos grupos? ¿No habrá alguna relación entre esta tolerancia y la violencia que sufren muchos de ellos y que se traduce en hostigamientos y agresiones físicas o sicológicas? ¿No se aúpan estos hechos con expresiones tan irresponsables como las que animan la diatriba política nacional? Asimismo, convertir la feminidad en sinónimo de cobardía, sin duda alimenta la violencia doméstica contra las mujeres. Enviar o lanzar pantaletas a los miembros de las FAN para acusarlos de cobardes, además de significar una ofensa para los millones de mujeres venezolanas, contribuye a su vulnerabilidad frente a las agresiones que puedan sufrir y ayuda a mantener la discriminación por género. Si en una sociedad existen o se crean sectores o grupos discriminados, ¡esa sociedad debe tener algún grado de responsabilidad en el hecho!
Y volviendo a quienes se pretenden como dirigentes políticos, valdría la pena que se informaran e intercambiaran opiniones con parlamentarios de otras latitudes donde es común que el soberano escoja como representantes populares a personas de la comunidad gay o de lesbianas, y que confirmen así que el respeto a la diversidad es uno de los valores fundamentales de la democracia.
Las organizaciones de derechos humanos hemos insistido en que la exclusión social es uno de los principales problemas de nuestro país. Quienes dirigen o quienes pretenden llegar a dirigir desde el Estado las políticas públicas, para responder a las necesidades del pueblo venezolano, deberían empezar por reflexionar en torno a su propio discurso. Por nuestra parte, los ciudadanos deberíamos rechazar discursos que aludan a discriminación por el género o por la orientación sexual de las personas. Ganar el favor popular en las manifestaciones públicas o en las urnas, no puede hacerse a costa de los valores de una sociedad democrática ni de los derechos humanos de parte de la población. Mal pueden quienes recurren a estas prácticas antidemocráticas pretender ofrecernos programas de gobierno que incluyan a los sectores desfavorecidos, o que den igualdad de oportunidades a hombres y mujeres o que prometan superar cualquier forma de discriminación negativa en el disfrute de los derechos económicos, sociales y culturales en Venezuela.
Calixto Avila Rincón
Investigador de Provea