Javier Hernández, revista SIC
En días recientes, por invitación del Padre Alfredo Infante del Centro Gumilla, tuve el honor de participar como ponente en un conversatorio denominado ¿Cómo sanear la economía Venezolana sin que los pobres y la clase media paguen los platos rotos?
El desafío era enorme, en primer lugar porque me correspondió hablar del aspecto social, que no es precisamente mi fuerte, ante una audiencia que son verdaderamente conocedores de la situación social del país: representantes de organizaciones de derechos humanos y de la iglesia católica principalmente, esos que si patean duro las calles. ¿Qué podía yo aportar allí?
Lo otro es que me correspondió hacer equipo con el prestigioso economista Prof. Felipe Perez Martí, una pelusa.
La preocupación de estas organizaciones es que una vez más las medidas de ajuste macroeconómico generen importantes costos sociales sobre los más débiles en la sociedad. Al respecto, paso a hacer algunas consideraciones
Venezuela, a diferencia de otras naciones, tiene el privilegio de disponer de unas condiciones que hacen injustificable su actual situación. Sólo con una sistemática aplicación de políticas erradas durante varios años puede depauperarse un país del modo en que le ha pasado al nuestro en estos años. Las distorsiones económicas son enormes, y el efecto deformador de valores y destructor de ciudadanía de una política social dadivosa y clientelar –para usar palabras del amigo Alfredo Infante- ha generado, junto con la cobarde negativa de emprender los cambios necesarios, que la situación alcance dimensiones de extrema gravedad y por ello se prevé que las medidas a tomar en el área económica generen importantes impactos que, como siempre, podrían recaer sobre las espaldas de los más débiles, trabajadores, campesinos, grupos vulnerables etc.
Pretendo iniciar con este, una serie de escritos que me permitan desarrollar algunas de las ideas expresadas en mi exposición y que por cuestiones de tiempo y formato del conversatorio, se me quedaron en el tintero.
Voy a empezar sin embargo, por lo último, por las conclusiones. Venezuela tiene la posibilidad de iniciar el proceso de reconstrucción de la economía nacional manteniéndose alejada de las políticas de shock que recomendaría la ortodoxia económica. Los paquetes de medida de ajuste estructural como los aplicados en los años 90 del siglo pasado, a la usanza del consenso de Washington, han probado ser de limitados beneficios y de altos costos en términos de bienestar social. La situación fiscal de Venezuela, puede solucionarse bastante rápido si se asumen con valentía las medidas básicas que cualquier economista sugiere: modificación de la política cambiaria incluyendo una necesaria devaluación del tipo de cambio, incremento en el precio de la gasolina y una redefinición de la política de subsidios y precios relativos entre otras. La delicada situación del sector externo por otra parte, puede cubrirse si se demuestra que hay voluntad política para emprender las reformas y si se avanza apropiadamente en políticas efectivas en el sector petrolero, especialmente apuntalando PDVSA nuevamente como una empresa de primera y no como el ministerio en el que se ha convertido. Aun cuando el congelar el crecimiento de la nómina estatal es un imperativo, deben evitarse los despidos masivos como mecanismo para reducir la brecha fiscal, tomando en cuenta que el empleo estatal es en muchos casos –especialmente en el interior del país- prácticamente la única oportunidad laboral para la población.
La política de ajuste macroeconómico debe ser de carácter gradual, los mecanismos para hacerlo son debatibles aun cuando hay bastante consenso para ellos. Hemos llegado hasta este punto tras varios años, no podemos pretender salir como por arte de magia, aun cuando los modelos econométricos así lo señalen. Por otra parte, debe entenderse que así como no hay medidas mágicas, milagrosas, tampoco hay medidas –cuando son serias- que no generen efectos negativos en determinados grupos de interés, de allí la necesidad de diseñar efectivas políticas compensatorias para la población. La gente primero que todo, y eso es todo.
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