peruano

Se llama Rolando Pino, un limeño que entregó su vida a las personas que por una u otra situación necesitan de una ayuda, en momentos en que la dinámica social del vecino país es complicada.

Está del lado de los connacionales enfermos y de los incapacitados, de los pobres y de las personas en abandono. En definitiva, está siempre junto a los más vulnerables en la frontera. Desde 1997 llegó a la frontera buscando suerte. Trabajó en una fábrica de confecciones de un pariente y luego estableció una empresa que se llamó industrias Pino, la cual quebró hace dos años. Este extranjero se siente más venezolano que otros. Se nota en su dialecto y en su bigote, usual entre los venezolanos.

Además en el tono fuerte que usa para decir lo que siente. Expresiones como “coño-chico, ¿y cómo es la vaina?”

Aunque siempre le gustó ayudar a los demás, Pino jamás pensó en convertirse en un activista defensor de los derechos humanos, y menos en ayudar a tantas personas como lo ha hecho en 9 meses, desde que trabaja con la Comunidad de Naciones, una oenegé conformada por comerciantes y empresarios de la frontera.

Antes de empezar en la oenegé ayudando a la gente hizo de taxista y de mensajero. Como el tiempo a veces le sobraba, decidió colaborar con el abogado Ramón Jacinto Jaimes, con quien trabaja para la gente.

Gracias a su actividad, Pino perdió la cuenta de cuántas veces ha pasado la frontera empujado sillas de ruedas con colombianos enfermos que no reciben atención médica por la precariedad de los servicios de salud en Venezuela.

Quien alguna vez ha visto a este limeño del puente internacional, del lado colombiano, sabe de su esfuerzo incondicional, porque no le cobra un solo peso a nadie, a pesar de que todos los días lidia con las autoridades buscando la atención que merecen las personas.

“Mira chamo… Esto que pasa aquí es inhumano”, dice. “¿Tú crees que es justo que personas enfermas, colombianos enfermos, tengan que hacer colas inmensas y caminar desde la Avenida Venezuela hasta La Parada y que en Colombia no haya una ambulancia?”.

Pino es de las pocas personas que cruzan la raya entre Colombia y Venezuela sin problemas. Dice que poco a poco se ganó la confianza de las autoridades que todos los días lo ven cruzando con enfermos.

Diariamente puede cruzar hasta 6 veces con enfermos, muchos con la necesidad de una diálisis para no morir. “Algunos pacientes se desmayan por el camino, y eso es indignante”, dice. Por eso, todos los días toma fuerzas para seguir luchando por los derechos humanos.

Según cuenta, la mayoría de colombianos que viven en San Antonio alguna vez fueron personas que trabajaban por ese municipio y que como él se fueron a la quiebra, porque la economía fue decayendo.

Añadió que la situación es tan grave que hay ocasiones en que sale de un lado a otro buscando las medicinas que no se consiguen en San Antonio. Ese trabajo lo hace a diario con el apoyo de otras 23 personas que hacen parte de la Comunidad de Naciones, la ONG que sigue prestando atención a los colombianos que se quedaron sufriendo en un país no propio.

La Opinión

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