Un “hula hula” cruza la Avenida Urdaneta a la altura de la plaza La Candelaria en Caracas. Casi desapercibido por los peatones y bordeando los carros que doblan hacia el elevado de la Andrés Bello, llega hasta la esquina de Candilito. El sémaforo cambia de color. Inmediatamente el hula-hop vuelve a manos del equilibrista. No se trata de un objeto animado, esto es parte del show de José González, el malabarista de la tercera edad.
José tiene 75 años de vida. Habita en una pensión a tres cuadras de su lugar de trabajo. Todos los días a las dos de la tarde, inclusive feriados y fines de semana, se alista para buscar el sustento económico por medio del “aro de la alegría”. Entra al baño, se detiene en el espejo y observa si necesita afeitarse. ¡Claro! sólo la mitad del bigote: “la parte derecha no se toca, esa es mi marca personal”. El ritual termina, pues el funambulista se cambia de ropa, llena dos botellitas con agua y abre la puerta.
El abuelo acróbata no tiene esa apariencia extraña de los artistas callejeros, exceptuando por la mitad del bigote izquierdo afeitado y la parte derecha larga. Hace su acto vestido con estilo casual: pantalón de gabardina color azul marino muy ajustado al cuerpo, zapatos negros brillantes y una chemise. Su rostro denota concentración. Sólo sonríe si alguien le habla.
El escenario siempre está dispuesto: la parroquia caraqueña La Candelaria, en el sector de la Avenida Urdaneta, donde son normales las largas colas de vehículos, así como la gran movilidad de personas. Dos vigilantes de tránsito tratan de imponer orden. Alrededor de 50 mil personas cruzan esa calle cada tarde. ¡Sí!, constituye una de las zonas más densamente pobladas de la ciudad. El semáforo deja pasar los vehículos durante 45 segundos y a los transeúntes durante otros 30, tiempos aprovechados indistintamente por González para las presentaciones y para reponerse del esfuerzo. Los seis canales vehiculares del cruce están divididos por una acera cubierta de cerámica color terracota. En la isla emerge una plataforma de cemento circular diseñada para los fiscales de tránsito, pero aprovechada desde hace siete años por el equilibrista de la juventud prolongada.
A José no le importa tanto caos, ruido, humo y calor. No le asusta el peligro de la calle. La edad tampoco es un impedimento. Con el aro de plástico en mano, sube la estrada sin reclamos. Algunos días el hula-hop es de color verde, en otros de tonalidad fucsia. Coloca a un lado los termos llenos con agua. Mira hacia el cielo. Esta vez los rayos del sol caen oblicuamente en su cabeza blanca y calva, pero cuando llueve no hay espectáculo.
Y comienza la función. No existe un orden o cronograma. Extiende una pierna hacia atrás y gira el hula hula a la altura de la pantorrila, su cuerpo queda inclinado. Parece una estatua levantada, al medio del desorden de un país que valora más el inmediatismo de las máquinas de gasolina que el capital humano. Cada ejercicio ejecutado por el abuelo no tiene un tiempo fijo de duración; el cansancio, la disposición, el dinero que le van dando algunos ciudadanos y las necesidades marcan la pauta. “Cuando necesito más plata me esfuerzo bastante, pero cuando veo que tengo poco acelero la marcha”.
El aro también se mueve sobre los brazos del equilibrista de la tercera edad. En contadas ocasiones menea la cintura. Los actos surgen del día a día. Pero… ¡ya es el momento…! Tengo que confesarlo: mi acrobacia favorita es en la que José, con un brazo, agiliza el paso de los carros y con el otro gira el hula-hop. Es verdad, no realiza maniobras excepcionales, mas sorprende como a pesar de la edad logra mantener las energías y el equilibrio sin temblar en ningún momento. ¿Acaso existe una mejor hazaña que todo el entusiasmo de un eterno joven?
El público reacciona de diferentes maneras. Algunos choferes, pasajeros y peatones se habituaron a la presencia del anciano moviendo un hula hula, y hasta lo ignoran. Otros, la minoría, pese a que lo observan con frecuencia quedan siempre impresionados y le dan algo de sencillo. Las actitudes de quienes ven por primera vez a José en pleno movimiento son múltiples; cierto número de personas quedan conmovidas, a otras les cuesta creer la hazaña y hay quienes critican de una manera grotesca. “Muchos se ríen de mí en forma burlona, pero eso no importa si hago feliz a otros y puedo seguir con vida”. Es tomado hasta como punto de referencia. Un mototaxista atendió un teléfono y dijo: “estás ciega chica, estoy cerca del viejito que le da a la rueda verde”.
Un hula-hop continúa pasando por los ojos de los ciudadanos. Las autoridades afirman que aumentó la esperanza de vida en Venezuela. Tal vez la información es cierta, mas no por los esfuerzos de los políticos o por el sistema de seguridad social del Estado, sino por las ganas de vivir que lleva a los abuelos a buscar sustento en iniciativas alegres. ¡Que sigan girando los aros, que continúe la esperanza de la vida!
Escrito por: Daniel Goncalves G
Fotografía: Alexander Sánchez