De un envase plástico lleno de pasta con carne comen los hermanos Caicedo. La mayor, de 14 años de edad, le lleva el tenedor a la boca al de 9 años, que saborea con entusiasmo el almuerzo de este martes 28 de julio. Ambos están sentados en un colchón acomodado entre la maleza de la tierra que recubre una lámina de zinc protegida por piedras. “Ya tenemos cuatro noches durmiendo aquí y no sabemos qué haremos con él cuando le den los ataques de epilepsia”, dice Coromoto de Caicedo, la madre, sentada en un banquito a la entrada del rancho improvisado.

El niño sufre de convulsiones, trastornos del lenguaje y tiene problemas para caminar. Es uno de los 100 menores que desde el viernes 24 de julio permanece en los refugios construidos por quienes habitaban el sector El Cují en el kilómetro 3 de la Panamericana. La madrugada de ese día feriado la Guardia Nacional derribó al menos 200 ranchos. Alegaron que allí construirían el Parque Hugo Chávez y un estadio. “‘No queremos ver ranchos aquí. Esto tiene que estar verdecito’, fue lo que nos dijeron los guardias. Nos engañaron. Dijeron que nos llevarían a un lugar mejor y después nos largaron a la calle”, cuenta Coromoto. Su familia es una de las 200 que con zinc, plástico, cabillas y bolsas levantan sus “nuevas casas” a orillas de la carretera.

Dos afiches hechos con cartón dan la bienvenida al lugar: “Este es nuestro refugio”, “No somos paramilitares ni delincuentes, somos padres de familia”. Una bañera azul está en el suelo, a un lado de los carteles. Dentro está una niña de 9 meses que duerme ajena al sonido de los carros y los martillazos con los que su padre trata de fijar las tablas a modo de pared del que por ahora será su hogar. “Ella es especial, está enferma y siempre tiene gripe. Con el polvero de aquí, imagínate”, dice la madre.

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Un hombre echa agua a la tierra y barre para que tres niños sigan jugando fútbol sin levantar tanto polvo. La pelota pasa entre los perros que están desesperados por comida. “Esos son los paramilitares del barrio. Esos niños que no entienden nada, que quieren jugar, que quieren comer. En El Cují había una familia de colombianos que se llevaron detenidos porque no tenían papeles, pero aquí ¿tú ves a alguien que hable colombiano? Yo tengo 72 años y 15 de esos en el barrio. Desde que se fundó estoy ahí. Hasta jacuzzi tenía en mi ranchito con mucho esfuerzo y todo me lo acabaron. Ese rancho valía como 4 millones de los de ahorita”, relata Juan Esparragoza desde su refugio con bolsas plásticas atadas a una camioneta jeep de las viejas.

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Esparragoza y la comunidad pelearon durante 10 años para que Corpoelec les pusiera alumbrado al barrio. Hace cinco años lo consiguieron y hasta ese 24 de julio les duró. “La guardia quitó los cables de la luz y dejó todo a oscuras. Mire, yo fui chavista, fui madurista, ahora no sé pa’ dónde cogeré porque todos me han jodido y engañado”, dice Esparragoza.

“Nos echaron a la calle así como unos perros”, agrega Omar Blanco con los ojos llenos de lágrimas. Hace ocho años llegó al barrio El Cují de Maracaibo porque consiguió trabajo como vigilante en El Encantado. “Ahora estoy botado, porque tengo dos días sin poder ir. Me da un dolor ver a mujeres recién paridas, niños de meses aquí. Otra vez pasando por esto”.

Luz Elena Gaviria se quita los pantalones y muestra los moretones que aún tiene en las piernas, nalgas y caderas. “Un guardia que mandaba ahí de apellido Jiménez la golpeó, la arrastró cuando ella trataba de evitar que se metieran a su casa. Machuca y Jiménez son los que mandaron en ese operativo. Y algunos de los guardias nos decían: sigan votando por Maduro, pendejos”, cuenta Maribel Baute, que está sentada en la entrada del refugio de Gaviria.

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“Yo tengo información que a todos los van a sacar pronto de aquí. Hay que reunirnos todos los desalojados y protestar pacíficamente, pero que nos escuchen porque así por grupitos no nos van a parar”, decía una de las habitantes de la Ensenada, sector en el que también aplicaron la llamada Operación de Liberación al Pueblo (OLP).

El pasado lunes 27 de julio un grupo acudió a Miraflores a exigir soluciones y otro a la Defensoría del Pueblo. “En uno la respuesta fue que por ahora no nos iban a desalojar y en la Defensoría nos dijeron que redactáramos una carta a ver si nos podían ayudar”.

Los vecinos del barrio El Estanque son los únicos que han ayudado hasta los momentos. Ellos son quienes cocinan y al mediodía llevan la enorme olla desde donde reparten comida a todos. En la entrada de El Estanque se lee un mensaje estampado en la pared: Sin pacos el barrio está seguro.

Vanessa Arenas / @VanessaVenezia

Fotos y video: Horacio Siciliano / @hsiciliano

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