Parte del trabajo que realiza la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz con las familiares de víctimas de abuso policial y militar es acompañarlas para que reencuentren el sentido de su vida
“Cuando a un hijo se le muere su mamá o su papá queda huérfano. Cuando a una persona se le muere su pareja queda viudo o viuda, pero cuando a una madre o a un padre se le muere un hijo, eso no tiene nombre”. Oscar Misle, cofundador de Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap). La muerte de un hijo o una hija te cambia la vida. Se trata de una experiencia límite que irrumpe de forma violenta y trastoca los proyectos de vida, las ganas de vivir, la posibilidad de construir un futuro y que origina duelos, angustias, preguntas y cuestionamientos sobre la vida, la bondad de los seres humanos, la justicia, la moral; en fin, sobre la vida misma que ahora no tiene sentido. Y es más fuerte esta experiencia si se pierde el hijo a manos de un funcionario policial, quien se supone tiene como misión proteger la vida y bienes de la ciudadanía. Por ser hoy 13 de mayo, Día de las Madres, quisimos traer hasta ustedes el sentir de algunas mujeres que han perdido a sus hijos a manos de funcionarios policiales. Mujeres que se sobreponen a sus tragedias, que se han negado a ser solo víctimas y que han luchado para seguir viviendo a pesar de la tristeza y que han exigido justicia, y que hoy por hoy han escogido el camino de la lucha por los derechos humanos.
El poder de la palabra
Parte del trabajo que realiza la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz con las familiares de víctimas de abuso policial y militar es acompañarlas para que reencuentren el sentido de su vida. Una manera de hacerlo es a través de la escritura, que se convierte en un medio de sanación.
La muerte del hijo
La muerte del hijo llegó y estas mujeres, aquel día, se despertaron sin saber que a la mañana siguiente ya no serían las mismas…
Escribe María Peña, madre de Jhon Alejandro Linares Peña, joven de 19 años ajusticiado por funcionarios de la policía Metropolitana, el 14 de junio de 1999: “¿Qué será de mí sin mi hijo?
¿Qué debo hacer?
¿Existirá la justicia?
¿Tanta lucha para qué?
¿Cómo haré para no morir de dolor?
¿Cómo hacer para vivir en paz?
¿Quién me defiende?…”
Raquel Aristimuño, madre de Ramón Ernesto Parra Aristimuño, joven de 19 años asesinado por funcionarios de la Policía Metropolitana, el 4 de mayo de 1995: “…debo confesarles que al enterrar a mi hijo no pensé en denunciar. El dolor inmenso oscureció mi pensamiento, sólo pensé en matarlo igual como mataron a mi hijo, pero a los días una voz cambió mi pensar: la venganza no es la forma, denuncia y busca justicia, haz valer tus derechos. Era la voz de la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz que me iluminó y comenzó a hacer caminos de paz conmigo… La muerte de un hijo es insuperable, la has de sufrir toda la vida y la sentirás por siempre. La muerte de mi hijo trajo consigo mucho dolor y me dejó heridas muy profundas; pero también muchos aprendizajes; la muerte de mi hijo enterró mi indiferencia y el sin sentido y fraguó mis caminos para la lucha por la vida, por mis derechos, para que no asesinen más a nuestros muchachos y se nos dignifique la existencia…”.
Glenda Ríos, madre de Marlon Arias Ríos, de 19 años de edad, fue asesinado por funcionarios de la Dirección de Servicios de Inteligencia y Prevención (D.I.S.I.P), el 27 de mayo de 1995:
“Yo era una mujer alegre, sencilla, entusiasta, una mujer con muchos deseos de vivir y luchar en la vida, una mujer emprendedora madre y padre para mis hijos… El 27 de mayo de 1995 empezó mi pesadilla. Sentí en esos primeros días de la muerte de mi hijo Marlon, quien solo tenía para ese entonces 19 años de edad, la horrible verdad de este país, donde por el solo hecho de vivir en un barrio ya uno es visto como un bicho raro, donde el privilegio de los policías es total, ya que el miedo a las represalias es mucho más fuerte que el valor de una vida, y las personas se llenan de miedo y no se atreven a servir de testigos. Mi vida cambió en una forma radical, de madre trabajadora acostumbrada a mi círculo familiar pasé a ser una madre que se pronunció ante la injusticia, un madre que no tuvo miedo a las amenazas, una madre que no sabía mucho de leyes, pero que se atrevió a denunciar ante la Fiscalía, la policía técnica judicial y los medios de comunicación…”.
La justicia
“La justicia, pensaba, era difícil de conseguir. Yo creía que nunca lo lograría, pero llegó, después de algunos años, llegó. Una tiene que luchar mucho contra todo, contra los mecanismos de impunidad. Uno tiene que hacerse el fuerte aunque a veces no quiera. Muchas veces me levantaba sin ánimos, sin ganas de seguir, y otras en cambio, me vestía y salía a buscar la justicia que muchas veces no está donde uno se imagina: en el juzgado, en las leyes, en la autoridad…La justicia se logra cuando estás acompañado, cuando uno camina con otros de la mano tomada y cuando hay quien te anime a seguir luchando”, señala María Peña.
El perdón
“… El perdón es una expectativa válida para tener paz y es nuestra única opción de venganza, porque muy a pesar de haberse cometido tan grandes errores y segar la vida de nuestros hijos, no lograron condenarnos a ejercer venganza. Sólo le damos toda la vida para arrepentirse y enmendarse, que nosotras tenemos toda la vida para llorarlos”, expresa Raquel Aristimuño. “…Asesino, yo no te guardo rencor, ni odio. Lo que siento es tristeza por tus hijos. Los pobres, qué pensarán de ti, nunca pensaste en estar recluido pues muchos de tus compañeros dicen que tú te expresabas de esta manera: Yo tengo tantos muertos y nunca los pagaré. Nos los pagas tú, pero tus hijos sí, porque los vas matando lentamente con su tristeza y el dolor de no tenerte en sus momentos de angustia y necesidad. Ahora no puedes estar con ellos porque estás recluido…”, María Peña.
Bibliografía consultada
Red de Apoyo por la Justicia y la Paz. Tres Historias y un camino Reparador. 127 pp. Caracas, 2005.
Red de Apoyo por la Justicia y la Paz. Habla de ellas. 210 pp. Caracas, 2005.
A otras madres
“Cómo decirles a otras madres que al igual que yo nadan en dolor y desesperación, en llanto y en rencor. Nos dejaron sin un pedazo de nuestra alma y nuestro cuerpo. Sólo puedo decir que no desmayaremos porque el mundo no se detuvo y que si nos quedamos en casa no conseguiremos lo que andamos buscando: justicia por nuestros hijos muertos. Yo las animo a caminar aun con el dolor a cuestas.” Yolima Díaz, madre de Freddy Díaz, joven de 19 años ajusticiado por funcionarios de la Policía del municipio Sucre, estado Miranda, el 8 de julio de 1998. Esperamos haber tocado sus corazones, especialmente el de todos y todas las que portan armas, para que antes de disparar siempre piensen en la madre. Queremos agradecerles de todo corazón a Raquel Aristimuño, María Peña, Glenda Ríos y Yolima Díaz, por permitirnos compartir con ustedes sus escritos.
14.05.2012 Diario La Voz