Encontrarlo de pura casualidad. Amigo de una amiga, comienza a contarme cómo un puñado de muchachos, a punta de testosterona y rebeldía propia de sus XX años, habían iniciado las protestas en San Cristóbal en febrero del 2014 y cómo, sin proponérselo, se vieron envueltos en una cadena de acontecimientos que los hicieron el punto neurálgico de las manifestaciones en Venezuela. Cuando el relato desencadenó en el asesinato de Daniel Tinoco, quien estaba a su lado en ese justo momento, le dije que quería grabar su testimonio. Dudó. Para darle confianza le dije que no le haría preguntas, por lo que solo quedaría registrado lo que deseara contarme. Allí comenzó a hablar.
Al igual que yo, ustedes tendrán su propia opinión sobre los adolescentes que protagonizaron las guarimbas en el año 2014. Pero coincidirán conmigo en que los medios, los partidos políticos y las autoridades han dicho bastantes cosas sobre ellos y que muy pocos (incluso como sabe Laura Weffer, censuraron los artículos) les han permitido que hable su propia voz, equivocada o no, tan legítima como cualquiera. Lo interesante de la historia personal de Carlos (nombre ficticio) es que su familia participó en la lucha armada de izquierda, por lo que sus referentes no son, precisamente, de “ultraderecha”.
A continuación, algunos fragmentos de aquella conversación, alrededor de la muerte de las circunstancias que rodearon el asesinato de Daniel Tinoco, el 10 de marzo de 2014:
“Cuando salimos de la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET) —la protesta ya tenía varios días— fue cuando me di cuenta de cuán involucrado estaba. Cuando íbamos bajando, la gente que estaba en las adyacencias estaba caceroleando, nos ayudaron a salir, avisando qué calles estaban seguras por el Zello. Cuando salimos me empezaron a llamar por mi nombre, que “como estas”, “vamos muchacho”, “te queremos”. Y yo impresionado. Uno se siente raro. Entonces llegamos a la avenida Carabobo y nos instalamos detrás de un toldo de los muchachos que ya estaban allí. No teníamos planificado nada, solo seguir la protesta, que vamos a ver qué pasa mañana. Teníamos piedras, resorteras y cañones de morteros. Los muchachos estaban fabricando bombas molotovs que era lo que más se usaba cuando la policía y los colectivos nos atacaban.
Esa noche no pudimos usar nada de eso, bueno, algún que otro mortero, porque nos sorprendieron. Ellos llegaron por la carrera 14 y nos tiraron muchísimo gas lacrimógeno por ese lado. Fue como una distracción. Comenzamos a repeler el gas y a devolvérselo. En ese entonces no teníamos máscaras antigás, ni protección. Vemos que por debajo comenzaron a sonar muchas motos, subiendo la avenida Carabobo. Escuchamos también ruido como de jeeps, eran las tanquetas. Esa noche fue un ataque muy fuerte: quemaron dos motos civiles. La Guardia pasó con las motos por encima de los toldos y casi atropellaron a un muchacho que estaba dormido. Él fue uno de los detenidos ese día. Nos quedamos mi primo, Daniel Tinoco y yo, pensábamos que detrás de nosotros había mucha gente, los estudiantes, pues sonaban muchos morteros. Estábamos donde estaba el toldo y ellos (GNB y colectivos) estaban en la esquina de la panadería El Trigal, subiendo. Estábamos muy cerca, como unos 10 metros. Ellos nos tiraban muchísimo gas. Yo tenía una resortera, mi primo también, Daniel tenía un cañón de mortero, nosotros repelíamos, intentábamos que no siguieran lastimándonos. Me dieron un perdigonazo. Ellos venían acercándose y empezaron a soltar a sus motorizados. La Guardia comenzó a subir desde la parte de debajo de la avenida Carabobo, muy rápido. Estábamos asustados y salimos corriendo. Habíamos volteado y cuando vimos que éramos nosotros nada más, dijimos “no, nosotros solos no nos vamos a quedar”. Subimos corriendo y en esa esquina venían caminando muchos militares. Ellos salieron corriendo detrás de nosotros. A mí me entra una llamada, yo corro y, por tonto, agarro el celular y se me cae. Cuando me agachó para recogerlo y me volteo me pegan un perdigonazo a quemarropa: Me destroza el pantalón y me da en las nalgas.
Subimos toda la avenida Carabobo hasta después de la carrera 13, un señor nos dice que entremos a la casa. Nos metemos de lleno todos los que pudimos (transeúntes), los últimos fuimos Daniel Tinoco y yo, cerramos la puerta y nos escondimos dentro. Empezaron a tirar perdigones por las ventanas, rompieron toda la casa del señor y empezaron a abrir el portón como con ganchos, lo que ellos le dicen la garra, lo ataron a las motos y empezaron a abrir el portón rompiéndolo todo. Nosotros nos asustamos y el señor dijo “corran para atrás, salten un vacío”, que eran como 20 metros de caída libre y a oscuras, y “bueno, que sea lo mejor para ustedes porque no voy a permitir que maten a mi familia”, nos dijo. “Salten por atrás y allí caen a una quebrada y queda el edificio la Arboleda”. Cuando entraron agarraron a uno, nosotros comenzamos a saltar el portón. El penúltimo fui yo, el último fue Daniel. Nos cayó encima el muro, a mí se me reventó un ladrillo en la mano, y tuvimos que quedarnos en La Arboleda esa noche. La tanqueta se trató de meter, no pudo pasar por los portones y eso se convirtió en uno de los primeros ataques a residencias en San Cristóbal, empezaron a tirar mucho gas allí mismo pero nosotros estábamos hacia la parte de atrás. Ese era un edificio sin habitar, estaba como nuevo. Yo pase la noche prácticamente en cuatro patas, pues me curaron la herida que tenía en las nalgas, me cosieron y eso”.
Resistencia Carabobo
“Ya después, al otro día, nosotros decidimos ser parte del grupo de la avenida Carabobo. Un grupo bastante chiquito con los estudiantes que quedaron, pues muchos se fueron. Muchos tenían miedo, otros estaban muy lastimados con perdigones, y nos quedamos pocos, entre 10 a 15 estudiantes. Pusimos un toldo más grande que el que ya había, que nos consiguieron, pues después que habíamos podido distraer el ataque éramos como el boom, para la Carabobo y la Ferrero Tamayo. Lo cerramos completamente y nos comenzamos a dividir, lo que era la parte logística, la comida, sobre todo la comida. Los estudiantes nunca se quedaban después de las 6 de la tarde, antes que anocheciera los de la Católica se iban. Nosotros decidimos quedarnos, hacer un punto de resistencia ahí. Allí fue cuando comenzamos a trancar calles, a poner barricadas más fuertes y se empezó con las guarimbas.
Daniel y yo hablábamos mucho. Como los muchachos nos tildaban de jefes, de líderes, nosotros nos lo tomamos muy a pecho. Éramos los que organizábamos, por ejemplo para cerrar una calle no era un alambre sino escombros gigantes, con tierra y muebles viejos, con la ayuda de la gente. Una cosa impresionante. Mientras nosotros fuimos a la universidad a una reunión en la ULA con los estudiantes, la gente que se quedó cuidando el toldo, sacó el monumento del tanque de guerra de la plaza de los generales, lo bajaron y lo pusieron en medio de la calle, después decidimos usarlo de barricada, ¡Imagínate un tanque!. Y empezamos a cerrar todo completamente. Lo que fue la Ferrero Tamayo, con la Carabobo y las Pilas fue imposible entrar. Se prestó mucho la sociedad civil para eso. Pero desde ese día también comenzaron a ocurrir cosas malas. La de Daniel fue la peor”.
Un juego que no es de niños
“Los primeros días de marzo tuvimos ataques de colectivos, dispararon al tanque de guerra, nos atacó la guardia. En eso llega el momento más fuerte para nosotros, en que mi compañero Daniel Tinoco es asesinado. Ese día nosotros estábamos tranquilos, haciendo una vigilia con la sociedad civil y mi primo baja corriendo y dice que venían muchos guardias con motorizados de los colectivos. Subimos a ver que hacíamos y ellos empezaron a atacar en la carrera con una tanqueta y con perdigones. Pero nosotros hacemos que la tanqueta de la guardia se retire y se quedan puros tipos con cascos y armas en la mano, armas largas y cortas. Ellos empezaron a disparar, los colectivos también. La gente de la vigilia comenzó a correr, un conocido se acerca al tanque a cubrir a mi primo. Yo grito “son balas de verdad, nos están disparando balas de verdad”, mucha gente se lanzó al piso y nosotros bajamos a la carrera 15, que era una que no tenía barricadas, sólo las alcantarillas quitadas. Desde allí se ve la esquina de la residencia del gobernador y vemos que se acerca una ambulancia. Ya en ese momento había sido herido un muchacho de una bala en la pierna. La ambulancia hace un giro y empieza a bajar de retroceso hasta una cuadra más arriba de la tienda Ciudad Mascota, como esa calle es empinada, se veía bien arriba. Resulta que de la ambulancia se bajan muchos tipos, todos de negro y algunos con pañoletas rojas. Comienzan a bajar de frente suavecito, como si fuera un paseo caminando. Y en eso llegan tres camionetas más, unas toyotas grandes. De allí se bajan efectivos del Sebin y del Cicpc, por sus identificaciones. Ellos también comienzan a bajar pero pegados a las paredes. Dispararon dos o tres veces: ¡Papapa! Sonó. Nosotros estábamos medio escondidos en un poste, Daniel estaba al lado mío, y otros muchachos también. Yo grito de nuevo ¡son balas! En ese momento Daniel pensó que mientras nosotros corríamos él iba a asustarlos y sale con un cañón de morteros y va a prenderlo. Allí le dan el tiro certero y preciso en el pecho”.
(Carlos hace una pausa y mira para otro lado. Respira lento e intenta que los ojos no se humedezcan demasiado. Toma un sorbo de gaseosa y retoma el relato).
“Mientras estábamos en el piso vimos que un muchacho venía corriendo y cae, le pegaron algunos tiros. Lo vemos pasar herido, así todo colgando. Yo le dije a Daniel, “viste que son balas de verdad, escóndase”. En ese momento es que Daniel sale, y no sé lo que intento hacer, pues el mortero me lo pegó a mí. Me rozo completo el suéter, y me dejo como si me hubieran pegado un chancletazo y exploto por allá. Yo le dije: “¡Épale!”, y en eso estaba Daniel en el piso, estábamos con otro muchacho, lo cacheteamos para ver y cuando lo hicimos el tiró la cabeza y volteó los ojos para atrás. Después que cayó Daniel, dispararon unas 15 veces más, se montaron en sus camionetas y se fueron, como si nada hubiera pasado. Yo estaba prácticamente desaparecido, ¿en qué sentido? Yo subí a Daniel a la camioneta y quede ido, en otro mundo. Como pasa en las películas. Me fui caminando como en dirección hacia ellos, una señora me dio una café, me quede hablando con la señora. Todo el mundo me comenzó a buscar, llegaron rumores al toldo de La Ferrero, que me habían matado a mí también, todo sucedió muy rápido. Esa fue la peor noche de nosotros. Ya no era un juego de niños, aunque nunca lo fue en realidad: los niños éramos nosotros. Daniel era mi amigo de muchos años, y era chavista, que era lo cómico”. (Rafael Uzcátegui, Contrapunto, 04.07.2015)