Generalmente, hemos sido criadas y criados con la idea de que el conocimiento y los aprendizajes son adquiridos única y exclusivamente en la educación formal, entiéndase escuela y universidad y, por ello, somos enrumbadas y enrumbados a nuestra inclusión en el sistema escolar de manera obligatoria. Sin embargo, con el paso de los años he entendido que esta creencia no es del todo absoluta; claro está, sin desmerecer la escuela como espacio de aprendizaje de vital importancia para los seres humanos.

 

Es cierto que la escuela formal es el espacio creado por la sociedad para dar los primeros pasos de interacción con nuestros pares, en un contexto diferente al de los establecidos por adherencia a un grupo familiar; pero no debemos olvidar la importancia de aquello que coloquialmente conocemos como escuela de la vida, porque de ella tenemos muchos graduadas y graduados que nos han enseñado a ser y hacer, a pensar y reflexionar mas allá de los libros y de las cuatro paredes en que tradicionalmente se concibe la escuela.

 

Todas y todas, de alguna manera, tenemos a nuestro alrededor o conocemos a alguien que consciente o inconscientemente nos enseña cualquier cosa, pero para ello es importante que aprendamos a buscar – y sobre todo a reconocer – los espacios de reflexión y aprendizaje en cualquier ámbito en el que hagamos vida, y entendamos la importancia de la educación no formal o popular. Todo en la vida es susceptible de aprendizaje, con matices diferentes a lo que estamos acostumbradas y acostumbrados, pero finalmente importante y necesario para materializar lo que hemos aprendido en la escuela en nuestras vidas cotidianas y el día a día.

 

Un ejemplo personal

La hermana de mi mamá nació con Síndrome de Down y obviamente así desarrolló toda su vida. Para cuando yo nací, ella tenía 27 años, así que básicamente nunca noté ninguna diferencia, al menos que yo recuerde; para mí era simplemente mi tía. Su trato para con todas sus sobrinas y todos sus sobrinos y, en general, toda la familia, tomando en cuenta las diferencias propias de su condición, era de lo más natural para todas y todos, siempre muy cariñosa y pendiente. Recuerdo con gracia que cuando niños nos dejaban con ella y no entendíamos quién cuidaba a quien.

 

Pero lo que más remembro es que nunca sentí de nadie, no solo de mi familia, sino de vecinas, vecinos, amigas o amigos, ningún trato diferenciado hacia ella. Aunque no tenían ningún parentesco con ella y, por tanto, no les era obligatorio tratarla igual que a las demás o a los demás… les estoy hablando de los años ochenta, cuando aún se desconocía mucho de esta condición y ni existían marcos normativos que prohibieran cualquier tipo de trato discriminatorio hacia ella.

 

Y ello, aunque parezca irreal, fue un espacio de reflexión y enseñanza con el que tuve la oportunidad de crecer y ¡qué dicha haber tenido a Janeth (así se llamaba mi tía) en nuestras vidas! Sin querer, y a veces creo que queriendo, me enseñó que la sociedad no es homogénea y que todas y todos somos diferentes, y qué bueno que sea así porque aprendí a desarrollar mi propia personalidad, pero desde la diversidad, para ser diferente, no para parecerme a otra persona. Me enseñó, además, la sensibilidad que tenemos los seres humanos, en apoyar a quien necesite y a tratar con respeto a todas las personas sin importar su condición.

 

Eso no lo aprendí en la escuela, lo aprendí con la persona de la que menos se espera que pueda enseñarnos algo. Su presencia en mi vida me marcó tanto como cualquiera de mis maestras, así que también fue mi maestra y determinó mucho mi forma de relacionarme con las personas, especialmente con aquellas que históricamente han sido vulneradas en el ejercicio de sus derechos.

 

Doble aprendizaje

La educación, entonces, debe ser entendida en sus diferentes espectros: por un lado, el sistema educativo formal, que lamentablemente no ha logrado trascender el aprendizaje desde los libros; y la educación no formal, que reivindica la bidireccionalidad del aprendizaje desde cualquier espacio donde haya interacción humana.

 

Lo ideal es que puedan mezclarse ambos espectros y conjugarse como dos formas o métodos indisolubles de educar y, sobre todo, que puedan aprender a valorarse entre sí, respetando la importancia que tiene cada una para la vida y el desarrollo de cualquier persona.

 

Para ello, es importante que todas las personas que forman parte de la comunidad educativa entiendan que la educación debe ir más allá de los muros de la escuela, debe partir desde lo cotidiano, involucrar nuestra cultura, incorporar las experiencias de vida de las y los estudiantes, e incluso romper paradigmas establecidos.

 

Aprendamos entonces a aprender, a tomar los detalles cotidianos y a tomarlos como un proceso de crecimiento y convertirlos en un producto concreto que nos va a servir para la vida, pero también a ordenar todo eso y compararlo con lo escrito en los libros: los libros deben ir al contexto de las personas y las personas deben acercarse a los libros. Aprendamos a desarrollarnos desde los libros y desde la realidad.

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