Ayer le comentaba a una hermana que no me decidía si escribir sobre las historias trágicas que había escuchado en las reuniones con madres y maestras de Catia y Petare o de las historias bonitas, admirables, que también había oído en las mismas jornadas. Sin dudarlo me dijo “habla de las bonitas, de las trágicas ya hay demasiadas columnas”. Y empecé a pensar sobre el “Comeflorismo del Siglo XXI”, y no de una manera despectiva, sino como un camino para salir de este ambiente de desesperanza que se respira en muchos espacios hoy en Venezuela.
Tener mirada limpia ante la realidad, mirada amorosa solemos decir, no significa cerrar los ojos antes los graves problemas que nos afectan. Esta semana pasada, por ejemplo, imposible que no destaque que las madres de estas comunidades nos han contado que ahora la droga está llegando a los niños y niñas de “blanco”, o sea, alumnos de primaria. ¿No es como para llorar? Niños y niñas que en vez de estar jugando están iniciándose en drogas ilícitas con todas las consecuencias que ello implica. Pero vamos a la segunda parte de la historia: “No son de nuestras escuelas – aclaraban- pero igual nos duele”. En esas madres está la preocupación, y también la sensibilidad, y la disposición, “¿Qué se puede hacer? agregaban.
En el mismo orden, las maestras de la única escuela del archipiélago de Los Roques, a la cual estuve invitada por la Fundación Científica Los Roques, hablaban de las dificultades que tienen hoy para ser educadoras, ya la droga entró al parque, pero al final del día veían la oportunidad que tienen de generar una cultura de paz en todo el pueblo dado que todos los niños pasan por esas aulas, y cada una iba diciendo lo que piensa hacer y no se fueron llorando sino animadas con las posibilidades que le ven al centro educativo.
El “Comeflorismo” tal como yo lo veo, te lleva a ver más allá de la historia de dolor, recordando que en todas partes hay gente buena, como decía Mandela, y todo el mundo tiene algo bueno, parafraseando a San Juan Bosco. Doy otros ejemplos sacados de los días pasados. Las mismas madres que nos contaban lo de los pequeños comprando droga, a los dos días me preguntó si yo podía ir a hablarles a las señoras que llevan sus hijas al grupo de danza, donde está su hijo. “Tenemos que hacer algo para que no haya tanto grito en las casas”. Me encantó también recoger la disposición de la señora Dione, portera de una escuela de Petare, que se ofreció para dar un curso de comida vegetariana a las demás, aplicando el “pensamiento alternativo”, puesto que hoy debemos ser muy creativos para cocinar, dada la escasez que nos agobia.
El “Comeflorismo” me lleva a alegrarme cuando Mariana, periodista después de leer la columna sobre el Aula abierta al ciudadano (Barquisimeto), pregunta si no puede crearse otra en El Marqués, donde ella vive en Caracas, está dispuesta a conformar un equipo de voluntarios, y en vez de seguir quejándose de la falta de ciudadanía ofrece su tiempo libre para ver cómo se juntan buenas voluntades, o transformar las malas.
No me olvido de las balas que siguen matando impunemente, no me olvido de las colas, pero no tengo problema en ser “acusada” de “comeflor”, ya demasiadas bocas soltando insultos, amenazas y quejas hay en este país, un poco de flores en nuestros labios no nos viene mal.
Luisa Pernalete, “comeflor” convicta y confesa (@luisaconpaz)