Hace unas semanas viví una de las experiencias más desagradables que hasta el momento he tenido en mi carrera de abogada. Ocurrió en la sede del Ministerio Público del estado Vargas, en Catia La Mar, a la cual me dirigí junto con un chico de aproximadamente 25 años, quien fue víctima de tortura por parte de funcionarios de la policía de esa entidad. Íbamos a una reunión con el fiscal que lleva la causa de la vulneración de derechos humanos sufrida por él, cuando al llegar al edificio del Ministerio Público nos interceptó la persona que se encontraba en la entrada y nos prohibió el ingreso al recinto hasta que el joven, víctima, se quitara la gorra, los lentes oscuros y los piercings que tenía puestos.
Mientras él se despojaba de sus accesorios, yo le pedí a la persona que nos había recibido que me mostrara el decreto, el reglamento o la circular donde estuviera establecida esa prohibición. Evidentemente no la encontró, por lo cual le notifiqué que el joven no se iba a quitar los piercings y que debía permitirnos la entrada a la Fiscalía. En ese momento, la funcionaria cambió su actitud tornándose bastante grosera y señalando que no le importaba si lo había encontrado o no escrito en algún lado, pero que el muchacho no iba a ingresar con los zarcillos porque eso estaba prohibido.
Le informé que el joven no se iba a quitar los zarcillos y que no entendía esa prohibición, ya que yo también tenía puestos zarcillos y a mí no me había dicho que me los quitara para poder entrar, frente a lo cual finalmente dejó ver el cúmulo de prejuicios que había estado aguantando y apuntó que yo podía entrar con zarcillos porque era mujer, pero él no porque era hombre. En ese instante entendí con dolor que nos estaban negando el acceso a una institución de búsqueda de justicia por un tema de discriminación, de no entender una cultura y simplemente rechazar a una persona por tener una vestimenta o apariencia física contraria a lo que la persona creía como correcto y aceptable.
Me pregunto si a esa funcionaria se le habrá ocurrido pensar que con su actitud totalmente deleznable, arcaica y bastante pacata, ocasionó que un joven que fue víctima de un terrible episodio como lo es una tortura, que venció su miedo luego de largos meses de pasar por un proceso de superar lo vivido decidiendo asistir a la Fiscalía a buscar justicia, se decepcionara y se sintiera nuevamente violado en su identidad, vejado en sus valores y principios y nuevamente discriminado y vulnerado en sus derechos humanos.
Es completamente terrible que este tipo de situaciones de segregación por la apariencia física se estén dando en nuestras instituciones del sistema de administración de justicia. Hago un llamado al Ministerio Público para que eduque a sus funcionarios y sea un verdadero defensor de los derechos de quienes acuden buscando justicia, garantizando el cumplimiento de nuestra Constitución, evitando la discriminación y no convirtiéndose en un nuevo agente de vulneración para las víctimas.