“Puede ser que Dios esté muy ocupado allá arriba”, dice. Se siente impotente y no sabe a quién acudir. Quiere, aunque sea, una porción de lógica, algo que le permita entender por qué, que lo ayude a negociar un poco mejor con el dolor. Quizás por eso piensa en alguna fuerza mayor, en algún cielo. Desde la angustia, los dioses siempre se ven más grandes.
Se llama Freddy Rebolledo.
Vive en el sector Araguaney, en Ocumare del Tuy. Esta semana tiene un hijo menos.
Henry Rebolledo recibió un disparo en el abdomen. Fue cerca de su casa. Estaba conversando con unos amigos, según la versión del mismo padre. Fue un accidente. Uno de los muchachos tenía un arma, la estaba manipulando y se le fue un disparo. De inmediato, los amigos lo llevaron al Hospital General de los Valles del Tuy.
Pero ahí no pudieron recibirlo. Fueron, entonces, un poco más lejos, al hospital de Cúa.
Tampoco ahí pudieron darle asistencia al herido. Se trasladaron más allá, hasta el hospital de Charallave: nada. Lo remitieron a Caracas, al este de Caracas, al hospital Domingo Luciani, en El Llanito. Lo mismo. Fue imposible atenderlo.
Lo llevaron al hospital Pérez Carreño: igual, inútil. Fueron a otro costado de la ciudad, al Hospital Militar: nada qué hacer. No pudo ser recibido.
Finalmente, Henry Rebolledo llegó al Hospital Clínico Universitario. Llegó para morir.
Tenía 20 años de edad.
Dice la nota: La OPEP certifica que Venezuela tiene las reservas de petróleo más grandes del mundo. Según un informe de la organización, las reservas probadas de crudo de nuestro país superaron las que tiene Arabia Saudita y se situaron en 296,5 millardos de barriles. La certificación confirma el anuncio hecho por el Gobierno a principios de este año.
¿Cuántos barriles caben entre Charallave y El Llanito? ¿Cuántos barriles se necesitan para abrir un quirófano? La imagen es terrible. Un crucero lleno de ansiedad y de sangre, de miedo, de nervios. De un hospital a otro, de un no a otro no. Más ansiedad, más miedo, más nervios. Menos sangre.
“Falta de recursos”. Esas tres palabras parecen definir todas las negativas. Tal vez uno puede entender que, por una razón específica, algún centro asistencial tenga un determinado problema y no pueda atender a los pacientes. Pero… ¿siete? Vale la pena contarlos en voz alta.
Sentir el peso de cada sonido, el ritmo de cada número. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete. No fue un accidente. No fue una eventualidad. Uno dos tres cuatro cinco seis siete. Fue un rechazo masivo. Una agresión.
Llevamos más de doce años escuchando que ahora, ahora sí, el petróleo es de todos. Vivimos bajo la altanera sentencia de que tenemos la mayor riqueza del planeta guardada debajo del colchón. Constantemente nos reiteran la promesa de que ya superamos la crisis, la revolución nos salvó del espanto, todo es una maravilla, el país es otro, ya casi somos una potencia, estamos en el camino correcto, nadie nos detendrá. Pero Henry Rebolledo no encontró ni una sola jeringa buena, ni un bisturí, ni el medicamento adecuado ni la cura necesaria para poder salvarlo. En el país de las riquezas infinitas, las salas de emergencia no reciben emergencias.
Dice otra nota de esta misma semana que la Asamblea Nacional, en cumplimiento de acuerdos ya establecidos, aprobó el envío de recursos para el desarrollo de proyectos en Cuba. Ante las protestas de la oposición, el oficialismo invocó la solidaridad internacional y el ejemplo revolucionario de la isla.
“Para nosotros ­dijo el diputado Farías­ es un gran honor aprobar recursos para Cuba”.
Como si la discusión incluyera algún tipo de dilema moral, de diatriba afectiva.
La polarización distorsiona cualquier debate. Eso forma parte de la dinámica militarista: los uniformes son una forma de ceguera.
Más allá de cualquier cuestionamiento a cualquier convenio internacional, se trata simplemente de entender que una seguidilla de siete hospitales sin atención de emergencias es un cataclismo, es una catástrofe nacional. “No hay dinero que pueda pagar la felicidad de un pueblo”, afirmó el diputado Farías. Es una frase hueca, una mentira grosera. Que lo diga en la entrada de los hospitales, en las cárceles, en los centros de damnificados, en los mercados… La felicidad de un pueblo se basa en el bienestar, en la seguridad.
“Sufrió un derrame interno y murió”, dice Freddy Rebolledo. Siete hospitales después del disparo, ya no pudo seguir. No lo mató la bala.
Lo mató la salud del Estado venezolano.

Alberto Barrera Tyszka

El Nacional 24.07.2011. Suplemento Sietedías. Pág7

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