Enfrentar la violencia requiere de coherencia. Si usted quiere que sus hijos no sean gritones, no les grite. Si quiere que sus alumnos no usen el celular en plena clase, usted, la maestra, no debe usarlo tampoco. Si el Gobierno quiere, de verdad, desarmar a la población, no debiera tener dentro de sus planes producir ni comprar más armas.
Muchos venezolanos y venezolanas, yo entre ellas, vimos con gusto la creación de una Comisión Presidencial para el Desarme. También apostamos porque la Ley de Desarme (cuyo texto definitivo nos gustaría conocer) contribuya a sacar de circulación tantas armas, que, como ya se sabe, ocasionan tanto dolor en este país.
Creo que debemos recordar que Venezuela tiene la tercera tasa de homicidios más alta de América Latina, creo que es bueno recordar también el número de los 19.400 víctimas de la violencia en el 2011, la mayoría por armas de fuego.
Yo tengo presente los casos de los niños, niñas y adolescentes que mueren semanalmente por balas, y con más dolor, los menores de 2 años que también han muerto por balas este año. Por eso deberíamos reaccionar cuando escuchamos sobre planes para producir y también comprar más armas, pues o se desarma o se arma, pero las dos cosas simultáneamente anularán la sabia medida de desarmar. Las matemáticas nos dicen que “más por menos da menos”, en este caso: más armas (porque las vamos a producir o las vamos a comprar) por menos (medidas para desarmar y destruir armas) nos dará como resultado menos paz, pues las armas se han hecho para disparar balas, herir y matar.
Según informes del Instituto Internacional de Estudios para la Paz (Estocolmo), en 2010 Venezuela ocupaba el cuarto lugar en compra-gastos de armas en América Latina. Ese año, Venezuela gastó el 1,5 por ciento del PIB en ese rubro. Ciertamente, hay países que gastan más que nosotros, pero me gustaría que se nos dijera que estamos entre los últimos. El mismo instituto, en otro informe, nos dice que en el 2009, las 100 compañías más grandes del mundo, dedicadas a la venta de armas, elevaron notablemente sus ganancias, a pesar de la recesión mundial. O sea, que nosotros contribuimos a esas ganancias mientras se habla de “desarmar” a los civiles… No me parece coherente.
Cuando me entero de adolescentes que deben viajar hasta una hora para ir a un liceo, porque en su comunidad no hay, como sé que sucede en Ciudad Guayana; cuando sé de madres que pasan hasta tres días con sus noches esperando tener la suerte de un cupo para sus hijos; cuando sé de madres de sectores populares que proponen “multarse” para construir un salón o para poder agrandar su escuela y así tener cupo para educación inicial para los pequeños; cuando me entero de niños y niñas de sectores populares que jamás han salido de su comunidad y no conocen ni siquiera el centro de su ciudad; cuando sé que hay ambulatorios que no tienen ni un termómetro para medir la fiebre de los niños que llegan en brazos de sus madres angustiadas; cuando recuerdo el caso del centenar de madres de niños discapacitados de la comunidad de Brisas del Orinoco, a orillas del gran río, que llevan 6 años queriendo tener un centro para la atención de sus hijos y no lo han logrado, cuando todo eso lo sumo, me digo que con todas estas necesidades reales (en un país cuyas leyes contemplan el principio del niño como prioridad absoluta), no hay justificación para la producción y compra de armamento. ¿Para qué guerra nos estamos preparando?
Si aplaudimos el desarme, no podemos aplaudir el rearme. (Luisa Pernalete, Correo del Caroní, 18.06.12)