Hace una par de semanas la Comisión Presidencial para el Desarme, señalaba que, según sus estudios, más de la mitad de los homicidios en Venezuela tenían como centro problemas de convivencia. No se trata sólo de lo que conocemos como “ajuste de cuentas”, sino diferencias o conflictos menores, como discutir por un puesto de estacionamiento, un piropo, un tropezón en una fiesta, una mirada, una discusión con la pareja… La comisión habló de “déficit de convivencia”. En las escuelas sabemos que estamos teniendo serios problemas de convivencia desde la educación inicial. Parece que todo conspira para que podamos educar en paz.
En un contexto como el venezolano, con 19 mil 366 homicidios el año pasado, en un país en donde cualquier acto puede ser riesgoso porque te puedes topar con un insulto, una amenaza o… una bala, unos cuantos educadores tuvimos el privilegio de escuchar por cuatro días al Padre Manuel Segura Morales, S. J., decirnos: “Enseñar a convivir no es tan difícil” (Desclée De Brouwer).
No dice que sea fácil, lo que dice es que no es imposible, que se puede y lo dice, además, de una manera sencilla -todos entendimos lo fundamental-, sin estridencias, sin juzgar a nadie, con el respaldo de muchos años de experiencia, y un gran sentido del humor. Salimos de esos cuatro días esperanzados, y eso es una gran noticia: educadores esperanzados en medio de tanto problema.
Manuel Segura es español, vivió unos cuantos años en América Latina -Paraguay y Chile- y luego volvió a su país de origen y trabajó en el diseño de unos cursos para ayudar a adolescentes infractores, violentos. El objetivo del curso: enseñarles a convivir.
El Padre Segura menciona tres dimensiones en su curso: formar el pensamiento, manejar las emociones, un marco ético. O sea, no basta seguir hablando de “crisis de valores” y de “educar en valores”.
– El pensamiento: desarrollar el pensamiento consecuencial -para medir las consecuencias de nuestras acciones-; el pensamiento alternativo -siempre hay varias alternativas para solucionar un problema-; el causal -para entender el problema antes de actuar-; el pensamiento en perspectiva -ponerse en el lugar del otro-… Y ese trabajo se hace con ejercicios sencillos que va llevando al participante a conducirse de una manera no violenta. Los ejercicios casi parecen juegos. Yo imaginaba niños y adolescentes haciendo temprano estos “juegos” animados, sin tener que aguantar sermones por parte de sus educadores y padres.
– Manejar las emociones. Aprender a descubrir que las emociones son naturales, que mandan nuestras acciones, que reprimirlas son bombas de tiempo, que expresarlas nos acercarán a los demás.
– El marco ético: los niños, niñas y adolescentes -¡y adultos también!- debemos tener unos principios éticos irrenunciables, que debe estar claro, sin dobles discursos. Ello supone aprender a tomar decisiones, haciendo siempre unas preguntas como que si es justa la solución elegida, como que si la solución sirve de verdad para resolver el problema o sólo para sacar la rabia. El proceso va ayudando al participante a elevar sus niveles de conciencia, o si quieren, a subir estratos en su desarrollo moral.
Manuel Segura también tiene diseñado un curso para madres y padres, igualmente sencillos que no requieren de grandes especialistas para facilitarlos.
No pretendo resumir en una cuartilla toda la sabiduría y bondades de la propuesta de segura y su equipo, pero me gustaría que si alguien me lee, le quede al menos el ánimo de “tomar su camilla” -esa camilla del desanimo, de la angustia, que nos paraliza- y ponerse a andar, porque: “Enseñar a convivir no es tan difícil”. (Luisa Pernalete, Correo del Caroní, 12.06.12)