La verdad es que la situación no está para invitar a nadie ni a un vaso de agua, porque agua tampoco hay en muchos hogares venezolanos. Pero resulta que hace poco me enteré que aquí, en este país, hay una delegación de ese órgano de la ONU que se encarga de todo este tema de la alimentación del mundo, ¡nada más y nada menos!, y como también se sabe, porque para eso hubo cadena nacional, la FAO hizo un reconocimiento a nuestro gobierno por lo bien que ha cumplido las metas del milenio en lo que alimentación se refiere, no pude evitarlo, me vino esa idea de invitarles a desayunar a mi casa.
Déjeme decir que pensé en desayuno y no en almuerzo ni cena porque se supone que el almuerzo es la comida fuerte de los venezolanos, y… está fregado ir a comprar carne, o pescado, o pollo, ya ni soya deshidratada se consigue, además para la cena está el agravante de la inseguridad, ¿Quién se atreve a salir después de la 6:00 de la tarde? Pero ese es otro tema.
Sigamos con el desayuno. Comencemos por decirles que sólo puedo invitarles para un miércoles, pues soy del club de los martes, y lo mejor sería que se vinieran ustedes el martes para que me acompañaran a hacer mercado, pues que alimentación en Venezuela empieza por la “c” de la cola: sin cola no hay desayuno, ni almuerzo ni cena. Les prometo no un desayuno criollo porque ponerles caraotas significaría que la próxima quincena no como yo: entre 800 y 1.200 unas bolsitas que finalmente ¡no son de un kilo! ¡Caramba! Saben a caviar cuando las encontramos y con ese precio son caviar criollo. Tampoco habrá arepas en ese desayuno, ya lo saben, tal vez haya suerte y me tope con el tesoro en el súper, pero a sobreprecio a 250 bolívares débiles… no lo prometo, así que les pondré casabe. Huevo sí hay, ¡se salvaron!, ya el medio cartón está por los 450 con suerte, ¡tranquilos! Pero eso sí: ¡nada de perico! porque tomate y cebolla sólo los venderán ahora en las joyerías. Hay otra novedad en ese desayuno, cafecito tampoco les daré, ni en Barquisimeto lo verá usted de manera libre, y de contar con la ayuda de mi ángel de la guarda, que suele depararme sorpresas de gente buena en mi camino, tal vez alguien compartirá un poquito conmigo, pero ni sueñe que se lo daré marroncito. ¡La leche si es verdad que no está a mi alcance! Fíjese que el otro día hice una encuesta a la puerta de un colegio de Fe y Alegría, a orillas del río Orinoco, y de 10 niños sólo 3 toman leche a diario (ya sé que esto lo he repetido en otras columnas, pero es tan terrible que lo vuelvo a poner a ver si alguien se conduele y grita ¡basta!). ¿Y las frutas? Les cuento, señores de la FAO, en mi familia me acostumbraron a una ración de fruta por la mañana, el cambur tiene potasio, solía decir mi papá, pero ¿saben ustedes cuánto cuesta hoy un camburcito? ¡Entre 30 y 40 bolívares! Ni que fueran manzanas.
No se preocupen, a mi perrito Chiquitín lo amarraré; no sea que le quite a ustedes el plato de la mesa, ¡el pobre está pasando hambre!, sobras no quedan y la Perrarina…. ya quisiera yo saber cuál venezolano está comiendo Perrarina para decirle ¡Oligarca! Y de paso, pedirle un poquito.
¡Ah! otra cosa: traigan su servilleta porque o compro servilleta o compro ese otro papel que no lo menciono aquí por delicadeza.
Bueno señores de la FAO, la agenda oculta de esta invitación es preguntar si es posible revocar ese reconocimiento que le hicieron a Venezuela por el deber cumplido, pues la verdad es que estamos comiendo mal los venezolanos. Y les dejo porque me avisa la vecina que llegó arroz en el súper de los chinos, si no me apuro me sale ayuno mañana.
Luisa Pernalete
@luisaconpaz