A orillas de Caura, en plena selva, hay un centro educativo de Fe y Alegría que atiende a niños y adolescentes de ese pueblo indígena. Ahí también está el corazón sexagenario pero siempre nuevo. El amor del hermano René por los indígenas, así como la preocupación y el interés de los caciques yekuanas por tener reconocimiento de la cultura dominante -o sea la nuestra, la criolla- llevó a la institución a crear el liceo, pues en el Alto Caura había escuelitas unitarias, pero al llegar a sexto grado o terminaba la escolaridad o debían salir a Maripa o Ciudad Bolívar a continuarla. Nació entonces un centro sólo para yekuanas, con profesores de la misma etnia. Se habla la propia lengua y se aprende el español. Se conservan las costumbres y creencias ancestrales y se dialoga con la cultura occidental.
No solamente se trata de la belleza, sino de su biodiversidad. Investigadores de la UNEG y de la Unexpo hablan de ese territorio como un gran laboratorio natural. Posee el 32% de las especies registradas en el país, 168 mamíferos, 475 especies de aves, 34 de anfibios y 53 de reptiles, 441 especies de peces, 240 especies de invertebrados. Esa cuenca produce 1,4 billones de toneladas de biomasa equivalente a más de 700 millones de toneladas de carbono que combate el calentamiento global. No estamos hablando de un parquecito. Por eso, me dije: “mejor no escribir sobre la cuenca, mejor que se preserve. Valentina Quintero y yo”, pues esa zona era de las últimas cuencas vírgenes que quedaban en América Latina, y digo así, en pasado, “quedaban”. Pero se descubrió oro y otras riquezas en el subsuelo, y no todo lo que es oro brilla. El oro puede ser una desgracia en vez de una oportunidad. La cuenca del Caura fue violada, por garimpeiros primero, que según un yekuana, “las autoridades los sacan de día pero los dejan entrar de noche”. El pueblo indígena está muy preocupado por la situación. Saben cuáles son las consecuencias de la minería, acaba con bosques y contamina ríos.
A los yekuanas les duele su cuenca. La han cuidado por siglos. Saben vivir pacíficamente con la naturaleza, la tratan cono hermana y no como el enemigo, para acabarla o abusarla. En su cultura la naturaleza no está para ser dominada sino para ir de la mano con ella.
En mi casa conservo una talla de ese pueblo: el pensador yekuana o el mono pensador. Me encanta la explicación del diálogo entre Wanady -el dios de ellos- y el yekuana: “¿Cómo hizo Wanady al yekuana?”, y él respondió, dice la leyenda: “Pensando, pensando”. O sea, no fue producto de una noche de copas, tampoco de una violación, fue algo pensado, bien pensado. ¡Qué bonito! Y cuando recuerdo el resumen de su creencia religiosa: “No mentir, no herir, no matar”, me digo que deberíamos sentirnos más cerca que lejos de esos hermanos.
No mueren los yekuanas de infarto, no se matan los fines de semana, sonríen con facilidad.
Apoyar al pueblo yekuana en su defensa de la cuenca es apoyar a la humanidad, pues el pulmón vegetal purifica el aire que los criollos contaminamos. Los garimpeiros (los extranjeros y los venezolanos) deben parar la violación a la cuenca del Caura. Eso se llama soberanía real. No nos vendría nada mal aprender de los yekuanas, pensar antes de actuar, tener a la naturaleza como prójimo. Me alegro de tener hermanos yekuanas.