No se trata de grupos feministas, en realidad son “grupos de apoyo mutuo” que las ha unido el dolor por un hijo, un hermano, el esposo muerto por la violencia. En El Valle, en Caracas, funciona uno, me contó el otro día la maestra Trina, mujer de iglesia, siempre procurando hacer cosas buenas por los demás. En Ciudad Guayana, hace un poco más de tres años, nació la Fundación por la Dignidad Sagrada de las Personas, con el apoyo de la Parroquia San Martín de Porres, en San Félix.
La desaparición de un ser querido siempre genera dolor, pero si la muerte se produce, de manera inesperada, por causa de una bala de esas mal llamadas “perdidas” o en un atraco, el dolor es mayor, porque no es natural que se muera camino a comprar pan, o en el autobús, o por reclamar un poco de respeto, como el caso del hijo de Osbeira, una de las madres de la referida Fundación, eso produce mucho más dolor porque no se explica uno el sentido de esa muerte. “¿Por qué a mí?”, se pregunta el familiar, relataba la señora Blasina, una de las líderes del grupo, ¿por qué a mí?, se repetía, casi como reclamo a Dios, cuando la violencia le arrebató a su hermano menor, que era como su hijo porque su madre murió cuando él era muy pequeño, y ella, hermana mayor, era como su madre. El dolor se acrecienta si, además de la desaparición, los culpables no son castigados. La impunidad genera un sentimiento de impotencia muy grande, los familiares de las víctimas no cierran su duelo mientras sepan que los culpables, andan sueltos. Recordemos que en Venezuela cada 100 homicidios, 91 quedan impunes, según el Observatorio Venezolano de Violencia y una realidad aceptada por la fiscal general de la nación.
Entonces, el dolor, la necesidad de seguir viviendo y el deseo de justicia, no de venganza, ha unido a unas treinta mujeres en la Fundación. Se reúnen cada semana y una vez al mes realizan una actividad pública en la ciudad: frente a los tribunales en Puerto Ordaz, frente a la Defensoría del Pueblo… cada mujer lleva una foto de su hijo, hermano, esposo, porque ellas no los han olvidado. Con sus acciones recuerdan a las autoridades que los expedientes de sus familiares no pueden quedar engavetados, y de paso, recuerdan a la sociedad la justicia es un derecho.
En muchos países de América Latina hay grupos de apoyo mutuo para ayudar a sanar las heridas producidas por las muertes violentas. Escuchar, dice Pagola, un teólogo español contemporáneo, es como una caricia que ayuda a curar heridas. Hablar sobre el dolor que se siente, ayuda; escuchar a los que han pasado por situaciones parecidas, consuela mutuamente. Venezuela está muy necesitada de estos grupos, pues por cada muerte violenta queda un promedio de cerca de 5 familiares víctimas también.
De alguna manera, la campaña comenzada en Caracas “Ponte en su lugar”, con fotografías con una mitad del rostro de una madre que ha perdido un hijo a causa de la violencia, y la otra mitad de alguna artista importante y la frase “ponte en su lugar”, pretende alimentar la solidaridad y la empatía, necesaria para que una sociedad se active a favor de la convivencia pacífica.
La Fundación por la Dignidad Sagrada de la Persona nos dice que el dolor compartido es más llevadero y puede convertirse en fuerza de sanación y de justicia. (Luisa Pernalete, Correo del Caroní, 13.08.12)