En estos días de marzo, y en realidad de los últimos años, los venezolanos y venezolanas estamos necesitando un poco de sosiego, serenidad, desaceleración, un poco de paz, pues. La marea parece que siempre está alta, y debemos mantenernos en un estado de “alerta” permanente. Eso nos cansa. Necesitamos un poco de “rutina”, de “hoy no pasó nada”, de menos sobresalto, de tiempo para la contemplación.
Para lograr algo de esa serenidad necesaria, propongo impulsar en la escuela una “pedagogía de mano extendida” (PME), que la entiendo como la que cambia el dedo acusador y amenazador por la mano abierta que indica que estás ofreciendo ayuda al niño, a la niña, al adolescente. Se extiende la mano para saludar -el puño cerrado se usa para golpear o anticipar el golpe-, para indicar una orientación ante la encrucijada, para brindar un pan o un caramelo. Se extiende la mano para invitar a alguien a bailar al son de la misma música. La PME enseña a leer para que se pueda entender al otro, para conocer mundos distintos; la PME enseña a escribir para que el alumno sepa expresar lo que siente y lo que piensa correctamente; la PME propicia la ronda para jugar, para ver los rostros de los compañeros- aún de ese que no me cae tan bien -, para hacer algún plan juntos. La PME alarga el brazo para ayudar a levantarse al que cayó… La PME la aplica el educador también para el colega del otro salón cuyos lentes parecen agotados y no logra vencer la presbicia; también para la madre que está a punto de “tirar la toalla” ante su hijo adolescente al que no entiende y siente que se le va, la mano extendida del maestro recoge la toalla y se la devuelve a la madre, pero con el ánimo de cooperar a llevarla, como “comadres y compadres”… La mano extendida también sirve para disponernos a orar y si bien, ya sé que “no basta rezar y hacen falta muchas cosas para conseguir la paz”, orar ayuda mucho y para juntar las dos manos -otra actitud de oración- las manos deben estar extendidas.
El país también necesita de una “política de mano extendida”, porque el puño cerrado que amenaza puede o paralizar a la sociedad -por miedo- o generar violencia por la provocación del gesto. La mano extendida en la política invita a tomar asiento, recuperar calma y cordura, y sentarse a conversar sobre los problemas comunes, qué hacer, por ejemplo, para que los adolescente no prefieran un arma a un cuatro o a un libro; qué hacer para Venezuela deje de ser en Suramérica campeona en embarazos de niñas y adolescentes o en muertes violentas; qué hacer para que ir a la escuela o jugar en la puerta de la casa no sea un riesgo para los niños; qué hacer para que el pobre no dependa de una “muleta” sino que se fortalezca y se pueda levantar con sus propios brazos. La mano extendida en política sirve para poner esa mano al oído y escuchar lo que piensa y siente el otro, el que usa una franela de distinto color a la mía. La política de mano extendida sirve para ofrecer un abrazo al país entero y no a un sector del mismo.
La pedagogía y la política de “mano extendida” no son para dar o pedir una “limosnas”, son para expresar la voluntad de hacer las paces, o al menos para detener la avalancha que puede arrasar con todo. (Correo del Caroní, 11.03.13)