Luisa PernaleteElizabeth es una profesional súper buena gente, sería por eso que le pidieron hace años que fuera la madrina de Rubí, una niña que tenía una situación difícil, prácticamente la adoptó pues, una verdadera madrina.  Ya Elizabeth es “abuela”, tiene dos “nietos”, pequeños, todavía usan pañales. Eso no habría que mencionarlo, mejor dicho, en ningún otro país del mundo ese detalle sería digno de mención, pero en Venezuela ese “detallito” es un verdadero problema. Rubí trabaja, y no le dan permiso para ir a hacer colas para comprar pañales ni leche, así que su linda madrina. Casi hada madrina – se ofreció a ser solidaria. “Tranquila, yo hago la cola por ti, Rubí, dame una autorización y las partidas de nacimientos de los niños y yo te resuelvo ese problema”.  A cualquiera le parecería una buena salida, pero, no señor, aquí eso no se puede, según el gobierno, sólo madres y padres pueden  realizar esas complicada operación de comprar pañales y leche.  Lo ha leído bien. “Ya ni solidarios podemos ser”, me comentó Elizabeth visiblemente contrariada.

La verdad es que este país ya parece el mundo bizarro, es absurdo que no se puede garantizar el derecho a ser “buena gente”. De niños en el colegio, en la casa, en la iglesia se nos decía que ser generoso, hacer algo bueno por los demás, era un deber del amor cristiano, pero aquí ya no se puede cumplir con ese deber, y por eso  creo que es un derecho que debemos defender, aunque este siendo abiertamente amenazado y vulnerado.

Les doy otros datos de los obstáculos a este derecho humano. Julia, otra de las tantas buenas personas que no salen en Facebook ni ganarán el premio de CNN como héroe anónimo, sabe que en Ciudad Guayana la escasez es peor que en Barquisimeto y quiere mandarle un kilo de leche a una niñita que no está tomando su alimento todos los días porque es imposible para su madre comprar lecha con sobreprecio  y a precio regulado es una quimera. La señora Julia ingenuamente hizo su paquete y se dispuso a enviarlo como encomienda. Se sintió delincuente cuando vio el aviso en la entrada de una conocida empresa la palabra  “¡Prohibido!” al lado de  medicinas, y alimentos básicos. “Solo quiero hacer un acto de caridad”, le dijo al que le atendió: “Dígaselo al gobierno. No se puede”. La señora Julia no lograba digerir la prohibición a ser solidaria.

Si piensa viajar en autobús, en las rutas extraurbanas, he visto un aviso de lo que está permitido llevar en su maleta: dos paquetes de harina, dos paquetes de café… es decir , si usted va de visita a casa algún familiar y le da pena ir a tomarse el café de su amiga, tenga cuidado con querer pasarse de solidaria: ¡Está prohibido!

Igual pasa con las medicinas. La escasez es peor en  el interior que en Caracas, pero no se le ocurra aspirar a contribuir con el tratamiento de pacientes con enfermedades neurológicas, por ejemplo, tampoco podrá enviarlos como encomienda. Aquí se podrá transportar granadas, a juzgar por la cantidad que han explotado en los últimos días, pero tenga cuidado con cargar varias cajitas de anticonvulsivos.  ¡Ni siquiera cepillos de dientes! Puede comprar dos, para usted y uno de sus hijos, déjese de comprarle a su mamá ancianita o a su “esposito”.

Juego trancado para las madres: no encuentran leche ni pañales, si no trabajan no tienen ingresos, si hacen cola no pueden trabajar, y otras personas no pueden ayudar porque está prohibido. ¿No suena a guión de telenovela?

 Yo voy a luchar por el derecho de Elizabeth y el mío a ser solidarias.

Luisa Pernalete   (@luisaconpaz)

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