La sociedad contemporánea es demasiado ruidosa. La Venezuela de estas últimas semanas está más ruidosa todavía, casi escandalosa diría yo, entre los ruidos distractores propios de la época -radio prendido 24 horas, teléfono con mil periquitos que hacen bulla de todo tipo, cornetas estridentes- se le suman discursos provocadores, sirenas innecesarias, música a todo volumen, amenazas, gritos y complete usted la lista.
Necesitamos los venezolanos un poco de silencio, una dosis de serenidad, miradas suaves, sonrisas tipo “bebé recién nacido”, sin dobles intenciones. Un bebé que sonríe sólo repite como espejo las sonrisas de quienes le quieren, nada de “agendas ocultas”, cariño devolviendo cariño. El país está requiriendo un poco de calma -tal vez mucha-, digerir lo que nos está pasando, utilizar el “pensamiento causal” para entender al otro, para entender nuestra propia angustia y no volcarla en los que no tienen la culpa, como los hijos que no ocasionan la escasez, o la cajera del supermercado que solicita nuestro número de cédula para que podamos adquirir café, siguiendo órdenes superiores.
Los que no podemos imponer “cadenas” aspiraríamos un descanso en estos días santos para los católicos, para poder respirar profundo sin sobresaltos, reflexionar sobre los verdaderos grandes problemas del país, no los inventados sacados de no sé cuál película de ciencia ficción o de comiquitas. Tal vez los comunes mortales, como usted o yo, no podamos incidir en los problemas macros, como la inflación, la escasez, la violencia que nos mantiene en vigilia permanente, pero es posible que podamos bajar los decibeles en nuestro entorno, porque el exceso de volumen y de quejas no permite disfrutar de las ocurrencias de los niños, ni de los pequeños placeres que nuestra familia puede proporcionar, entonces el cerebro se agota con cualquier tarea, la energía necesaria para concentrarnos en cualquier cosa es cada vez mayor. ¿No cree usted?
Los líderes de este país deberían escuchar el cansancio de la población y deberían escucharse unos a otros a ver si se ponen de acuerdo, a ver si logran trascender asuntos menores y hagan acopio de un poco de cordura. A los que están en el gobierno, para que rectifiquen en materia económica, miren a sus amigos de Bolivia, Ecuador, le pidan “en comisión de servicio” a sus asesores a ver si entran en razón y de una vez por todas establecen la unificación cambiaria -por mencionar sólo una de las cosas que se deben hacer-, paran la voracidad de los corruptos… A los de oposición, un poco de humildad para ver lo que mejor conviene a las mayorías empobrecidas, los pobres de siempre y los nuevos.
Hay una figura del pueblo yekuana que me encanta: “el pensador yekuana” o “el mono pensador”. Dicen las creencias de ese pueblo indígena del Alto Caura que le preguntaron a su dios, Wanady, ¿cómo hizo dios al yekuana? Y Wanady contestó: “Pensando, pesando”. O sea, no fue una ocurrencia de un momento, una metida de pata de una noche de copas, un arranque, fue algo pensado. Las grandes decisiones requieren de reflexión y la reflexión necesita silencio.
En estos días de Semana Santa baje el volumen del radio, de la televisión, desconecte el internet, apague su teléfono celular, póngase su tirro y haga silencio interno, observe a su alrededor, haga oración, piense en el vía crucis suyo y el del resto, respire profundo más de 10 veces, déjese llenar del espíritu santo, no lo espante. Recuerde que Cristo murió y luego resucitó.