Marino AlvaradoA Roberto lo conocí en el año 2004 cuando llegó a las oficinas de Provea para solicitar asesoría. Sus caminos de la vida no son como los pensó ni como se los prometieron. Su historia resume lo bueno y lo malo de este proceso político que se inició con el triunfo electoral del ex presidente Chàvez en 1998. Ilusión y desilusión. Discurso y realidad. Adversidad y triunfo.

Con carpetas en mano y unas cuantas leyes me expresó ese día su disgusto por haber sido engañado con el programa Volver al Campo.

Eran tiempos en que se generaban grandes expectativas con la reforma agraria y las políticas para garantizar soberanía alimentaria. Vivía en una humilde casa en los Valles del Tuy pero con un amplio jardín lleno de flores hasta que lo entusiasmaron para que regresara al campo. Le prometieron vivienda, tierra, crédito y asesoría técnica y le crearon la esperanza de un futuro dignificado como productor agrícola.

Al recibirlo en la oficina ya había el presentado en manuscrito y en mala letra como el mismo afirmaba una acción de amparo en la Sala Constitucional contra para el entonces presidente Chávez y el ministro de agricultura de la época. Con tan solo tercer año de bachillerato me dio una clase de derecho constitucional y administrativo. Me repetía una y otra vez “mi comandante dice que tenemos derechos y yo quiero que se hagan realidad”. El TSJ rápidamente declaró inadmisible la acción.

Era Roberto para esa época una de esas millones de personas que el proceso político estimuló en comprender que la Constitución era más que un librito lleno de normas inentendibles. El conocía buena parte de ellas y estaba consciente que podía usarlas para reclamar sus derechos. A cada oficina pública que llegaba le insistía al funcionario o funcionaria que lo escuchara y que le dijera si tenía o no razón. Sin insultar a nadie argumentaba de manera excelente las razones que le asistían.

Recibió en el estado Yaracuy unas cuantas hectáreas de tierra que se inundaban casi en su totalidad la mitad del año. Recibió un crédito que no pudo usar y reintegró en su totalidad a los pocos meses. Le dieron un tractor que se lo robaron y estuvo a punto de ir preso. Le prometieron una casa que nunca se construyó y durante casi dos años vivió con su esposa en una carpa cuidando el tractor y tratando se salir adelante. Pasó hambre, frío y muchas rabias ante funcionarios ineficientes e indolentes. Yo creo en mi Comandante doctor, me decía, pero está revolución tiene miles de vividores y sinvergüenzas.

Frustrado finalmente abandonó su ilusión en el campo. Como pudo consiguió un trabajo de bedel es una escuela en el estado Falcón.

Un buen día me llamó y me dijo doctor le tengo una sorpresa. Terminé mi bachillerato y empezaré a estudiar derecho en la Universidad Bolivariana. Desde que lo conocí nunca ha dejado de llamarme por lo menos dos veces al año.

Con mucho sacrificio Roberto fue ascendiendo los grados académicos. El pasado miércoles cinco de febrero me llamó emocionado para informarme se había graduado como abogado. Ese mismo día me mandó cinco fotos del acto de graduación con las autoridades y su familia más cercana. En el texto me dice “reafirmo mi compromiso con la causa noble de defender al débil jurídico y a capacitarme aún más para realizar con ética y profesionalismo esta noble misión”.

Gracias a las misiones y a la política de brindar posibilidad a muchas personas sobre todo jóvenes para estudiar en niveles universitarios, personas como Roberto hoy son profesionales.

De humilde campesino frustrado por las ineficiencias para ejecutar buenas políticas, se impuso a las adversidades y aprovechó las oportunidades que le ofrecieron las políticas educativas incluyentes que se han vendió desarrollando en los últimos años.

Tras quince años de un proceso político que genera simpatías y adversidades en la población casi en iguales proporciones, sin duda tenemos que concluir que han ocurrido muchas cosas buenas y también muchas cosas malas. Roberto ha disfrutado de las buenas y padecido de las malas.

@marinoalvarado

ww.derechos.org.ve

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