Los venezolanos queremos más gestión y menos confrontación. Parece una pendejada, pero salga usted a la calle y haga su propia encuesta. La batalla que espera la absoluta mayoría es contra la delincuencia, contra la inflación, contra los huecos, contra la basura que nos ahoga, por el empleo de calidad, por la construcción masiva de viviendas, por un sistema de justicia que funcione sin racionamientos, y por elevar en general el nivel de vida de la población.
Claro está, un país es a la vez una realidad, no es el de Alicia, la del cuento infantil. Pero tampoco puede ser un teatro de combate, de confrontación permanente, sin escenarios de conciliación, concertación, acuerdo, entendimiento o como usted quiera llamar a cualquier iniciativa que invite a la reflexión colectiva o al trabajo conjunto, por encima de las diferencias, para resolver problemas que no pueden ser resueltos en exclusivo por el Gobierno, por su partido o por quienes lo siguen.
El sectarismo, exógeno y endógeno, está en su pleno apogeo. Parece que el Presidente está entrampado en el esquema que escogió para dirigir su gestión. La condición de decisor absoluto termina pasando facturas.
En medio de una crisis severa del sector eléctrico toma decisiones erráticas que lo llevan a revertirlas en menos de lo que canta un gallo. Adopta medidas económicas cuyas consecuencias aún están por verse y no hubo para con la población, ni siquiera la roja rojita, la debida explicación previa. Estábamos vacunados contra la crisis y de repente contagiados de ella. En cada aparición, el Presidente pone en evidencia las debilidades de su equipo. Y todavía persiste la idea de que el Gobierno, el Estado, deben ir ocupando áreas antes en manos de factores privados.
La revolución está engordando de estatismo. Un ministro pone a su equipo a vender arepas por turnos para demostrar que es posible redondearles sus precios. Y el Estado paga profesionales para que una parte de su jornada la dediquen a despachar “pelúas”, “reinas” o “sifrinas”. Vaya manera de interpretar al viejo Marx…
La expropiación de Éxito, por hablar de lo reciente, espanta la posibilidad de estimular la inversión, y, de paso, siembra el pánico en sus trabajadores, porque ya han visto esa película en las empresas de Guayana estatizadas. Menos derechos laborales y retroceso en sus conquistas. Ah, y cuidado con acciones sindicales. Rubén González, secretario general de Ferrominera, preso por actuar como dirigente de los trabajadores, es un vivo ejemplo.
Si todo esto es obra de algún asesor oculto, bótelo señor Presidente. Si ese es su propio plan, revíselo con humildad, pero ya. Septiembre está demasiado cerca. Y, más allá de lo que diga la Ley Resorte, el caso RCTV reaparece como un fantasma. Remember el referéndum de 2007.
¿Realmente existe la convicción de que este proceso es sostenible en el tiempo, de que es posible marchar como un país en el cual o eres militante o eres potencial enemigo? ¿Cuántos de sus seguidores, señor Presidente, incluida buena parte de su equipo más próximo en el gobierno y en el PSUV, lo creen? Es tiempo de cambiar, de reorientar esta política. De volver al proyecto de país establecido en la Constitución de 1999.
Heberto Castro Pimentel
Se ha ido de este mundo el viejo Heberto, un monumento a la pasión periodística, maestro de varias generaciones de trabajadores de la prensa. Incansable obrero de la noticia. Pero sobre todo un hombre bueno. Un abrazo a los suyos, con la certeza de que la huella dejada por Castro Pimentel es imborrable.